domingo, 19 de diciembre de 2010

Galdós y los extraterrestres



El pasado jueves tuvimos el placer de compartir un par de horas entretenidísimas en la Casa Museo Pérez Galdós. Una delegación extraterrestre de cuatro miembros partía al día siguiente para su planeta sin que hubieran decidido en aquella fecha cuál de las obras de Galdós llevarían consigo. Allí estuvieron cuatro escritores canarios defendiendo y debatiendo cuál debía ser el título escogido. Angeles Jurado postulaba a favor de La Fontana de Oro, Antonio Becerra defendió Trafalgar, Santiago Gil apostaba fuertemente por El doctor Centeno y Alexis Ravelo pretendía que eligieran Misericordia. Con la imparcialidad del tiempo medido, un reloj dio a cada uno de ellos cinco minutos para explicar sus argumentos. Posteriormente se entabló una amable disputa donde hubo un claro ganador: Benito Pérez Galdós. Lo importante es que nadie que estuviera presente pudo salir de la sala sin la convicción de que las cuatro obras merecen ser leídas y que la obra completa de Benito Pérez Galdós tiene que tener un peso indiscutible en el bagaje literario de cualquiera de nosotros. Fue un espectáculo de la palabra escuchar a cuatro escritores canarios actuales, que no pudieron disimular la amistad que les une, defender la obra de don Benito en la misma casa donde éste nació hace ya siglo y medio.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Idea para un cuento


El cuento comienza con la recepción de una cena. De momento, tiene un desarrollo público, social. Todo se encuentra a la vista. Las dos viejas hermanas van recibiendo a los diferentes invitados. En la calle hace muchísimo frío. Eso justifica que uno de los invitados, sobrino de las anfitrionas, haya elegido pasar la noche en un hotel con su mujer, al acabar la cena, pues su casa se encuentra demasiado lejos. La camaradería y amabilidad se puede tocar, como el frío físico exterior. El baile se desarrolla con alegría. El sobrino debe trinchar el ganso. Sabe hacerlo y disfruta haciéndolo, ante el público. Ha preparado unas palabras en las que ensalza el papel de sus dos tías. El auditorio le aplaude.

El meollo interior se desvela al acabarse la cena. El sobrino, sinceramente enamorado de su mujer, no ve la hora de verse a solas con ella en el hotel. El amor y el deseo le dominan. Ya sabemos que la familia no había estado demasiado conforme con la elección de la esposa por considerarla de inferior categoría.


Ya marchándose, su marido la descubre emocionada, llorando porque la canción que ha entonado en solitario uno de los invitados le ha traído un recuerdo doloroso. Suben al salón del piano. El cantante se niega a continuar, se encuentra mal de la voz. Había cantado cuando se encontraba casi solo, con los demás invitados en la puerta.

El matrimonio se despide de sus tías y se va al hotel. Éste resulta frío y mal iluminado. Se despliega el mundo íntimo de la pareja. Él desea y ama a su mujer pero, ya en el cuarto y dadas las circunstancias, teme ser demasiado brusco. Indaga para saber qué recuerdo era el que le había devuelto a su esposa aquella canción. Ella le cuenta que antes de venir a casarse con él daba paseos con un joven que la adoraba. Era de naturaleza enfermiza. Una noche la sorprendió un ruido en la ventana. El joven, enfermo, en una noche endiabladamente fría estaba tirando piedrecitas a los cristales. Si ella se marchaba, moriría. Su marido quería saber si ella le correspondía y si su amigo había muerto finalmente.

Efectivamente, había muerto.

El marido se percibe a sí mismo como un idiota, capaz de trinchar gansos, de dirigir palabras a un concurrido comedor, de ser el brillante sobrino, de ocupar la cabecera de la mesa mientras su esposa y muchos de los demás invitados pasan desapercibidos. Pero un idiota, al fin. Ha perdido la escala en su vida íntima. En referencia a su mujer no sabe qué lugar ocupa. Quizá no sepa siquiera quién es.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Rimas III


Dejaste un hondo vacío.
A la sombra, la tristeza.
Ya sé con clara certeza
que bajo el sol siento frío
¿Con quién vas, amigo mío?
¿Sabe de dolor quién llama?
Si lo sabe y te reclama
¡¿podría dar un sólo año
que demore y aplace el daño
de quién bien te llora y te ama?!

Rimas II


Hago aguas. Ahora lloro más que río
Más días en el dique que en la mar
Hago aguas y tú aquí sigues conmigo
Viento en las velas. De nuevo a zarpar

sábado, 20 de noviembre de 2010

Rimas I


La vida está agazapada
atada por la corbata
a la espera de una espada
que corte el nudo que la ata

viernes, 15 de octubre de 2010

Primeros Tropiezos


Yo, de lo que primero me enamoré fue de una bicicleta. Por aquel entonces no me fijaba aún en las niñas. Es más, una mayor que yo me había dicho que me abriría la cabeza y revolvería lo de dentro con gofio para comérselo. No quiero con esto justificar los ataques de misoginia que todavía padezco de vez en cuando. No dejó trauma, me encanta el gofio. Pero mi primer amor no fue una chica sino una Torrot. Yo me ensimismaba en clase pensando que pronto volvería a mi casa a disfrutar de mi bicicleta. Era de un precioso color azul, creo que metalizado, aunque reflexiono ahora que en aquella época las pinturas metalizadas no eran frecuentes. Mi bici no era grande. Yo me distraía en clase: se estancaba mi ortografía, confundía el Sistema Bético con el Penibético, hacía trasvases cambiando afluentes de ríos que mezclé, y fui perdiendo puestos en la fila de mi curso hasta convertirme en el farolillo rojo. El miedo a la amenazadora regla era compensado por mi amor a mi bicicleta.

Sin embargo, yo crecía más rápido que ella, y pronto descubrí que estaba incómodo y que el manillar tenía una rosca que permitía alargarlo. Pero el tubo tenía un corte biselado que si se ajustaba muy al límite podía hacer que te quedaras con el manillar suelto entre las manos, como un imbécil. Jugaba hasta el extremo con aquella pieza. Amaba igual a mi bicicleta, no me importaba este defecto. Era un niño. ¿Qué significaba la palabra peligro?

Mis padres llevaron mi bicicleta y la de mi hermano a la casa del campo. Ellas nos dieron la libertad. Ibamos y veníamos por las carreteras de tierra. Llegamos más lejos de donde nunca habíamos llegado a pie. Nos unimos a bandas de otros niños que nos descubrieron un mundo cada vez más y más amplio. Mi bici respondía con algún que otro pinchazo. O se le salía la cadena. No me importaba. Quizá ya no pensara en ella cuando estaba en clase pero era mi compañera. Los frenos no respondían y no tenía contrapedal. La solución fue desgastar muchas suelas de zapato.

En los inviernos llovía, en aquellos inviernos de hace más de veinte años llovía mucho. Se formaban charcos, que en las carreteras de tierra, ahora asfaltadas, se volvían zanjas por el paso de los coches. El niño que fui pedaleaba con todas sus fuerzas cuesta arriba y se dejaba caer pendiente abajo sin pensar dónde acababan. Con la rueda metida en una zanja forcé el manillar y se salió. Giró loco. Mi bici se fue por su cuenta. Se despidió de mí en un momento inoportuno y cuesta abajo. La seguí amando, pero de otra manera.

jueves, 7 de octubre de 2010

Calumniótica

La poesía es una cosa calumniótica.
En cuanto te despistas te malretrata.
Te desamorfa y te deja a expensas de tus enemigos.
Luego te arrepientes.
Quisieras desmadejar el tiempo
hacia atrás hasta jamás haberlo dicho, pero ya nada se puede hacer.
Has quedado retratado en ámbar.
El ámbar color del tiempo pretérito: has quedado
atrapado como un insecto de otro tiempo.

No es infrecuente el dolor de tripa después de haber escrito un poema.
Mi médico de cabecera me pregunta cuando voy a su consulta con dolor de tripa:
“¿No habrá usted escrito un poema?¿Y ahora qué quiere?
A usted le dolerán las tripas y a los demás los oídos: Buscapina cada cinco horas y a esperar. Agárrese el lápiz. Tírelo a la basura.
Úselo sólo para la lista de la compra.”

Atesora una sabiduría transgeneracional este doctor jubilable pero no prescindible.
Acaba siempre mandándome a correr a la avenida,
por no mandarme a la mierda.

Sin que sirva de precedente

Soledades que se miran,
y no se tocan.
Está feo decirlo,
[dilo]
con desprecio.
No te esperan a ti.
Sino a un aladino de MTV.
[van listas]
Tú no eres mejor.
Cierto.
No soy mejor.
Ya ni espero.
Desespero.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Grandes Pequeñeces


Los minifundistas de la literatura nos sentimos una clase baja frente a los escritores de novelas. ¡Quién pudiera extenderse durante páginas y páginas y páginas hasta dejar frito al lector más contumaz! Pero te sientas y te salen cuatro cosas y en cuatro cosas cuentas lo que querías contar y sólo te queda ir a la nevera a buscar otra cerveza y releer el texto y corregir ese error que no viste y pasar por alto el que verás en la próxima lectura. Y así siempre. Escritor de pequeñeces. Nos queda el consuelo de los grandes cuentistas, pero pocos fueron únicamente grandes cuentistas. Borges. Tenemos a Borges en un pedestal y le besamos los pies todos los días. ¿Alguien se acordaría de Cortázar si no hubiera escrito Rayuela? ¡Yo que sé! ¡Cómo envidio a los latifundistas literarios! ¡John Steinbeck, por Dios! ¿Cómo puedes mantenerme atento durante 720 páginas! ¡Y Perec!

Pero quiero defender a los pequeños grandes textos desde este modesto blog. Hay obras pequeñitas y fabulosas, completas, redondas, totales e inextensibles. No les falta nada. Entre los “Algunos Textículos” de Alexis Ravelo encontramos esos bonsais, creciendo no ya en minifundio sino en pequeña maceta de un balcón de apartamento que ahora llaman loft y antes celda de castigo. Pequeño pero bello. Destaco “Imposturas”, pero hay otros. Varios. Buenos. Defiendo a los que tienen una literatura corta. Levanto el brazo y grito que el tamaño no importa.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Rebelión en la Granja


En el taller de literatura conocí la expresión “narrador eficaz”. Me chocó el maridaje entre estas dos palabras porque en mi mente situaba yo al narrador en una especie de Olimpo y la eficacia al ras del suelo de lo material. Hace muchos años leí 1984 de George Orwell. Quizá se puso de moda en 1984, precisamente, y mi lectura es de aquel tiempo. No recuerdo mucho. Pero no se trata de 1984 sino de Rebelión en la granja, que leí ayer. La prologuista destaca (edición de Austral, de Espasa) no pocas buenas cualidades de George Orwell y después de leerlo destacaría sobre todas ellas la “eficacia narrativa”. Revitaliza la fábula. Los personajes, animales, muy esquemáticos, tienen sin embargo una concordancia directa con lo humano, y el desarrollo de la trama simplifica años de historia de una manera ejemplar. Por cierto que la prologuista no le va a la zaga a George Orwell en redacción impecable y claridad expositiva. Pues bien, la obra no se completa, a mi manera de ver, sin un “prólogo póstumo” que figura como texto complementario en la edición de Austral. Al parecer lo encontraron en 1971 (Orwell murió en 1950) y reflexiona sobre la libertad de prensa. Impecable. Pleno de la honradez de un británico de izquierdas que denuncia la falta de crítica por parte de la intelectualidad, el Gobierno y los medios de su país contra un régimen soviético que ya se había convertido en monstruo no sólo para los invasores de Stalingrado sino para los propios rusos. Considerar las palabras de Orwell como la crítica a un régimen que ya no existe es lo que quisieran los dictadores actuales. Los totalitarismos no han muerto, se han vestido de seda. Enseñan sus dientes sólo después de comprobar que no han podido comprarnos con licores de tercera y ropa de marca. Orwell define la libertad, y no puedo ser literal, como “poder decirle a alguien lo que no quiere oír”. Félix de Azúa (otro buen texto complementario de la edición) distingue entre la palabra usada por Orwell: liberty, frente a freedom. Yo relaciono esa concepción de libertad con la “corrección política” que usamos hoy en día para no decir esas cosas que sabemos que los demás no quieren oír, y lo que es peor, que esperamos que los demás no digan para no tener que oír.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Cumpleaños




Poema de Ángel González. Regalo para mi cumpleaños.

"Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mi, deshilachado
y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho."

sábado, 14 de agosto de 2010

Religiones Alternativas

Texto de alguna manera relacionado con las entradas de El Gen Calamardo (ver enlaces a otros blogs).

Llamar al ateísmo una religión me parece una reacción (fuerza contraria de sentido opuesto) a tanto cura molesto de los últimos varios siglos. Con lo de molesto quizá me quede corto: debe molestar bastante, y no sólo el humo en los ojos, que a uno le quemen en una hoguera, o le tiren piedras hasta matarlo. En fin. Yo no sé bien si Dios existe, pero bastante claro parece que los de uso común están hechos a imagen y semejanza del hombre, justo lo contrario de lo que muchos proclaman. Mi madre, que se tiene por religiosa, reza para que gane España, sin tener en cuenta que los holandeses también son criaturas del señor. Eso sí, vista la entrada de De Jong, serán devotos de dioses paganos que se relamen con sacrificios humanos.

No veo por qué Dios tiene que evitar una riada donde perezcan cientos de personas si con su muerte alimentarán a bacterias que continuarán el ciclo de la vida o de la materia. Un estado de cosas del que formamos parte pero del que no veo que seamos protagonistas. Maravillarnos de esta organización de la materia que llamamos vida, tanto nuestra, como de otros animales o palntas, me parece también la consecuencia de un fuerte ombligismo. Si no se hubiera desarrolado la “vida inteligente” no estaríamos aquí para maravillarnos de su existencia (creo que esto se llama principio antrópico o así, o que tiene alguna relación). Una cosa es tan necesaria a la otra que no puede maravillar de ninguna manera.

La observación directa de Dios no creo que sea posible, así que habrá que mirarlo en el reflejo que ha provocado en el hombre. ¿Si tantos han creído en Dios o en dioses a lo largo del tiempo tendrá que existir? Lo que es evidente es la necesidad de creer que Dios existe, pero yo no aventuraría mucho más. ¿Qué revela esta creencia común y pancultural? El absoluto sentimiento de desvalimiento del hombre en el mundo y la dificultad de tragar y digerir esto sin bicarbonato. Y como con cada necesidad, y como con cada miedo, no falta quien los use en su beneficio. Y hace gracia lo multiforme de la carnavalería que se monta: las máscaras de los hechiceros, los gorros del papa, las chilabas negras...un espectáculo que si Dios lo viera no apagaría el televisor.

sábado, 7 de agosto de 2010

Posturas e Imposturas


Me he ido escondiendo entre excusas. Hoy voy a agotar la última que espero que mañana no se convierta en la penúltima. No escribía porque no tenía una habitación adecuada. La tengo ya. Ni una mesa adecuada. Que tengo ya. Ni un ordenador adecuado, que ya tengo. Ahora me falta una silla en condiciones. Ajustable. La silla de madera que uso tiene una altura impropia, una respaldo demasiado recto, una incomodidad manifiesta. Roberto Bolaño he visto que escribía a mano y más tarde en un ordenador desfasado en una casa sin calefacción ni televisor. Ayer vi el reportaje y es el primer autor en el que pienso pero ¿cuántos serían los que escribieron dejándose la vista con la luz de una vela, en papel de tercera, aprovechado al máximo, en rincones húmedos de casas heladas? Sin embargo, mi gran obstáculo para romper a escribir son las condiciones físicas, meramente pragmáticas. Quizá la silla regulable no sirva de nada. Estoy pensando que en un jacuzzi sí podría escribir por fin en las condiciones adecuadas.

Coincidencias

El único libro que he maltratado por accidente fue Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. No sé si Calamardo (que fue quien me lo prestó) sabe que el libro que le devolví no era el mismo. Lo conseguí idéntico, de Anagrama, porque el original lo mojó una ola de la playa de Las Canteras y no podía devolvérselo así. Además, el agua afectó al pegamento y se le iban saliendo las hojas. El ejemplar herido tampoco lo tengo en estos momentos, se lo presté a mi hermano y no sé dónde anda. Pues bien, viendo el documental sobre Roberto Bolaño ( http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100724/imprescindibles-24-07-2010-roberto-bolano/837975.shtml ) veo que incluye fragmentos de una entrevista donde nombra a su gran amigo, el poeta Mario Santiago Papasquiaro y donde nada menos que relata cómo se asombró de tanto que leía que fue el único hombre que vio leer en la ducha. Al parecer se duchaba con un brazo estirado sujetando un libro. Lo peor dice Bolaño es que eran sus libros, e inmediatamente me acordé del ejemplar de Los detectives salvajes mojado en la playa. Es imposible no establecer una conexión. Parece que de una manera u otra, en un continente u otro, en unas manos u otras, los libros de Bolaño están expuestos al riesgo por agua.

domingo, 25 de julio de 2010

Madrigal de las Altas Torres

La tendencia a arracimarnos en busca del ruido y a vivir cerca de los centros de esclavitud es racionalmente inexplicable. En Madrigal de las Altas Torres apenas hay 1.700 habitantes que nos molesten, está bien defendido por sus murallas, las casas son baratas, aunque necesitan reformas y podemos presumir de vivir en donde nació nada menos que Isabel la Católica. Pues bien, casi nadie quiere estar allí. Prefieren un apartamento de cuarenta metros por el que les sacan un ojo pero está a sólo dos kilómetros de un centro comercial. Aunque resulte que se tarda media hora en recorrer esos dos kilómetros.

Soy grancanario y el arremolinamiento de habitantes en esta tarta de tierra de 50 Km de diámetro me agobia. Y no encontrar un sitio donde apartar la vista y descansarla de cualquier signo de ocupación humana: un coche, una casa, un “cuarto de aperos”, una torreta eléctrica, una carretera asfaltada, etc. Esta isla es tan maravillosa que no para de llegar gente a quedarse y por eso ha dejado de serlo. Pero lo que sucede en la Península es inconcebible. Será que no soporto las multitudes pero ¿cómo es posible que los poderes públicos no promuevan que la gente se disperse? Creo que hay dos motivos fundamentales: uno el propio instinto gregario y de manada del ser humano. Es curioso cómo al entrar en un aparcamiento de un centro comercial los conductores esperan a que salga otro que ocupa una plaza para aparcar allí. Se sabe que la planta de abajo está casi desierta, o el otro extremo del aparcamiento, pero la gente quiere estar donde está el otro. No conozco la explicación. ¿Instinto competitivo? ¿Deseo de tener lo que tiene el otro?; el segundo motivo para las grandes aglomeraciones es que son propias de nuestro sistema capitalista que las promueve. Sin las grandes urbes no existiría el capitalismo. Son necesarias al sistema, al tratamiento del hombre como masa, como un magma estadísticamente modelable (en el sentido de anticipar su comportamiento con un modelo que lo explique), controlable, informable (de poder darle la información adecuada) e integrable (como piezas de una máquina, cada cual en su papel, incluso hay piezas destinadas a ser piezas con mal funcionamiento, pero piezas al fin de la máquina). Un tipo que viviera en una casa de piedra a las afueras de Madrigal de las Altas Torres, que lavara a mano su poca ropa (unas camisetas viejas, unos viejos abrigos, unos vaqueros de más de seis años), que bebiera vino artesanal comprado a un vecino, que comiera principalmente productos de la tierra, que no tuviera televisión, sería, sin saberlo, un elemento subversivo de primer orden contra el sistema. Pero, precisamente por su comportamiento y carácter, no practicará ninguna clase de proselistismo y no será tratado como amenaza por el sistema.

viernes, 9 de julio de 2010

Medio Capítulo Suelto de la Historia que Pudiera Ser

Las monjas se habían hecho fuertes en el asilo. Habían trancado todas las puertas y ventanas de la planta baja haciéndolo inexpugnable. La hermana Virtudes se había hecho colocar una mecedora en la ventana central de la planta alta, de tal manera que controlaba los movimientos de la calle. Además la señora de López, el registrador, le había dado unos pequeños prismáticos de teatro. Los viejos, muertos de frío, esperaban una noche larga y triste. Alguno recibiría la visita de un familiar, pero en su mayoría se sabían completamente olvidados y sin cena de Navidad por culpa de la pertinaz sequía de la que hablaban los nodos. El país no estaba para lujos ni alegrías. La madre superiora temía que las chicas de madame Solange intentaran acercarse al asilo con la cena. Cena preparada por manos mancilladas, con ingredientes sufragados con el pecado y la abyección. Lo último que haría uno de sus ancianos sería ensuciarse la boca con la vergüenza, llenarse el estómago con las ofensas a Dios.

Mientras tanto, las putas habían convertido su cocina en la de un restaurante de primera. Organizadas, unas ejercían de pinches, otras de fregaplatos, marmitones, cocineras y madame Solange, vestida de blanco, con un gorro alto, dirigía traduciendo del francés las recetas que llevaba en la mano. Era un francés inventado, intuido. La alta cocina y la alta prostitución debían manar de la misma fuente. Los ingredientes eran de primera. La mayoría tan buenos que sólo los habían podido conseguir de estraperlo. Otros eran de la huerta fresca de los agricultores del pueblo, que habían pagado en especie sin saber el destino de los productos. Se acercaba la hora en que los calderos y las sartenes humearan definitivamente. Así que madame Solange subió a su cuarto y se cambió. Abandonó el traje de cocina y se vistió con la sobria elegancia de una señora de la caridad. Sin embargo, ni la ropa más austera podía ocultar su belleza, como no lo habían hecho los años, que no velaban la voluptuosidad de las curvas de su cuerpo y de la mirada de sus ojos verdes. Sus oscuras cejas eran el asombroso marco de una mirada profunda y serena, a la que quizás se le ocultaran muchas debilidades humanas, pero nunca el deseo. Al mismo tiempo que lo provocaba lo descubría indefectiblemente. Los hombres se sentían totalmente al descubierto cuando madame Solange los miraba. Terminó de prepararse y se dirigió al asilo con Mónica y Naná. Disponían de unos tres cuartos de hora antes de que la cena estuviera lista y comenzara a enfriarse. El asilo estaba a tres manzanas. Una dura distancia en el frío de la noche. No llovía, pero un viento helado había recogido al pueblo en sus casas desde las seis. El viento furioso azotaba los rincones. Llevaba y traía restos de hierbas por las callejas del pueblo, enredándolas en esquinas, bajantes y farolas. Madame Solange andaba decidida contra el viento, flanqueada por sus dos chicas. Tocaron en la enorme puerta del asilo. Se abrió un palmo, sujeta por una cadena. Al otro lado, entre sombras, apareció la cara arrugada de una monja vieja y delgada. Le pidieron hablar con la superiora. Preguntó el asunto.

-La superiora ya lo sabe -contestó madame Solange-, traemos a los viejos su cena de Navidad.

La puerta se cerró dejando a las tres mujeres al viento de la calle. Varios minutos después se abrió de nuevo la puerta y la misma monja les dijo que no era hora de recibir a nadie. Que volviesen de día, después de Navidad. Que Sor Virtudes estaba recogida como debían hacer los buenos cristianos. Madame Solange insistió, con firmeza. La monja repitió exactamente el mismo mensaje y cerró la puerta dando las buenas noches. Naná y Mónica miraban descorazonadas a madame Solange.

-¿Qué vamos a hacer con tanta cena, madame? Necesitamos que nos abran y que nos ayuden a traerla... Esos pobres viejos... ¿Por qué no quieren nuestra comida?-preguntó Naná.
-Hoy vais a tener que dejar de llamarme madame Solange. Podeis llamarme Pilar-habló más para sí que para Naná.

Sin darse cuenta, las chicas la seguían, y no volvían al asilo. Se dirigían a la iglesia de San Toribio, que estaba abierta y a media luz. Por fin pudieron refugiarse del viento. Se mezclaba en el aire frío el olor de las maderas viejas y de los cirios. Uno de los acólitos rondaba el altar repasando el polvo del sagrario y colocando el manto de una virgen. Le preguntaron por mosén Martín, el cura. El acólito reconoció a Mónica y contestó titubeando que estaba en la sacristía preparando la misa del Gallo. Madame Solange le dijo que necesitaba hablar con él.

-¿Y quién le digo, señora, que quiere verle?-preguntó el joven.

Madame Solange, dudó un momento. Apartó la mirada y vino a ver su propia imagen reflejada en el cristal inmaculado de la hornacina de San Toribio.

-Dígale que Pilar, Pilar Martín.

El acólito, agachó la cabeza y traspuso la puerta de la sacristía. Las dos muchachas miraban asombradas los lujos de la iglesia, las platas y los oros, la custodia reluciente, la ropa perfecta de San Toribio y Santa Marta, las enormes lámparas...

El joven volvió al poco.

-Pasen, señoritas. Mosén Martín les espera.
-Ellas se quedan por aquí -Y madame Solange les hizo un gesto señalando un banco lateral.

Las chicas se desesperaban pensando en el trabajo que les había supuesto preparar la cena. Y apenas tenían cuerpo para sentarse a esperar.

Madame Solange afirmó el paso hacia la sacristía. Mosén Martín la esperaba en pie. Vestía la sotana, algo descolorida pero limpia. Estaba mucho más delgado de como Pilar lo recordaba. También algo ojeroso. Pilar lo había visto, sin que él lo supiera, el día de su ordenación, y era esa la mejor imagen que guardaba de él.

Mosén Martín permanecía en pie en las sombras de la sacristía. No sabía cómo dirigirse a la mujer que tenía enfrente, apenas a medio metro, y al mismo tiempo, a una distancia que podía imaginar infinita. Un cura y una puta. Un cura cansado, un manso esperando la recompensa de la buenaventura; una puta orgullosa de haber tomado su propio camino lleno de espinas.

Al fin, las primeras palabras las dijo Pilar, sin saludar, como si se hubieran visto la tarde anterior. Su tono era tranquilo y humilde.

-Horacio, la cena de los viejos se está terminando de hacer en mi cocina. Las monjas no nos quieren dejar pasar. Todo está listo.

La palabra Horacio le sonó como el crujido de una viga. Preámbulo de un techo que se desploma. Y vuelta otra vez como si nada hubiera pasado. La carne abierta. Sin cicatrizar. Pustulosa y rodeada de moscas.

-¿Has venido a pedirme que te ayude con las monjas? La madre Virtudes es muy firme. Si ha decidido no dejarlas pasar yo no puedo hacer nada... Es lógico, al fin y al cabo ustedes...
-Al fin y al cabo, nosotras sólo somos las únicas que nos hemos ocupado de los viejos. Todos se han olvidado de ellos: el alcalde, las damas de la caridad, la parroquia... No importa de donde venga la comida. Lo importante es hacer el bien...
-Yo no puedo hacer nada. El alcalde tampoco quiere que se organice la cena. Date cuenta que si el Ayuntamiento no ha podido ayudar y quedaría muy mal si lo hace otro cualquiera.

-Horacio, no puedes seguir huyendo. Hay quien te necesita. Los viejos te necesitan.
-Los viejos tienen a las monjas.
-Te necesito yo, entonces. Las monjas deben dejarnos el paso libre -Le clavó los ojos al cura.

En una iglesia los segundos de silencio son reposo. Los olores se condensan. Las miradas se clavan. Los santos de escayola esperan.

-Tenía que irme. Apenas hubiera aprendido a escribir. No hubiera sido nada con la compañía diaria de las gallinas, ordeñando las vacas, soportando siempre los mismos dichos de tío Salvador, las mismos insultos, los mismos refranes -dijo Horacio de repente con otro tono.
-Yo estoy hablando de ahora de los viejos. No me importa lo que ya pasó.
-A mi sí me importa. No te expliqué por qué me fui.
-Ya no tienes que explicarme nada. Pero si no haces algo ahora tendrás que explicarle a los viejos por qué no tienen su fiesta de Navidad. Ya sé qué piensa el alcalde y la hermana Virtudes, pero ¿qué piensas tú, Horacio? ¿Qué se te pasa por la cabeza? ¿Hiciste voto de obediencia a Dios, a la Iglesia, a tu conciencia?-le preguntó Pilar en voz muy baja, como en un confesionario.
-Has vivido mucho. Yo sólo soy un cura de pueblo. Habrás olvidado tantas cosas sin importancia, pero yo... recuerdo cuando paseábamos por la Ladera Alta y nos cogió la lluvia. Creo que la única vez que me sentí un verdadero hombre fue cuando te vi temblar y me quité la gabardina para ti.
-La casa vieja en la Ladera Alta. Había una vaca casi de parto. Tenías el pelo revuelto y goteabas como un pescador... sí que me acuerdo.

domingo, 27 de junio de 2010

Despertar

Al alborear el día me desperté. La luz del sol había alcanzado la rendija abierta de la ventana y me había dado en plena cara. Boca reseca, olor a tabaco, ligero dolor de cabeza: me había vuelto a pasar con el vino, la cerveza y la cazalla. El peso que notaba sobre mi pecho era el del brazo cariñoso de una mujer dormida. No alcanzaba a ver su cara, que estaba vuelta hacia la pared, a medio tapar por una colcha de motivos abigarrados. Tenía tatuado un texto que pude reconocer como una cita del Martín Fierro:

"Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol.

Nací como nace el peje,
En el fondo de la mar;
Naides me puede quitar
Aquello que Dios me dio:
Lo que al mundo truge yo
Del mundo lo he de llevar."

Las noches, cada vez más frecuentes, en las que me dejaba llevar por la bebida y las compañías las acababa despertando en un laberinto del que escapaba de mala manera, casi siempre poco airoso. Alguna vez, con el culo en riesgo. No quería despertarla. Busqué en los versos, inmóvil, cualquier matiz o pista que me permitiera averiguar detalles. Era del Sur. Tapé mis ojos con la almohada y disfruté la presión del brazo desconocido sobre mi pecho.

martes, 11 de mayo de 2010

Eça de Queiroz


Leí "Cuentos Completos" (Ediciones Siruela, traducción de María Tecla Portela Carreiro) de José Maria Eça de Queirós (1845-1900). Esta edición tiene en su portada una caricatura del autor, por Rafael Bordalo Pinheiro. Aparece vestido como se puede esperar de un cónsul (que lo fue) pero con la sonrisa y la postura de todo un vividor. Al margen de las consideraciones sobre esta imagen, los cuentos me parecen escritos con una tremenda seriedad. Entiéndaseme, el autor empeñó en su escritura todo el arte de que disponía, con voluntad y cordura. Estos cuentos están plenos de narrativa, en el sentido de que son auténticas historias donde "pasan cosas"; plenos de ambiente en tanto que las descripciones son precisas, utilizando un vocabulario riquísimo; plenos de personajes puesto que están ahí, respirando con nosotros; plenos de emoción (recuerdo especialmente ese evangelio apócrifo que es La Muerte de Jesús); de conocimientos culturales (en casi todos ellos); de conocimiento de lo humano (Excentricidades de una chica rubia); plenos de humor (en casi todos los cuentos, resalto el desenlace de Fray Ginebro); plenos de cintura para adaptarse a estilos y temas. Ataca tanto el estilo romántico (magnífico El difunto) hasta temas mitológicos (La perfección) y la crítica social (muy interesante La catástrofe aunque no fue terminado, y quizá el autor no hubiera consentido en publicarlo inacabado como está).
Sin embargo, leerlo no ha sido un camino de rosas. La prosa de Queirós, que nació en el siglo que nació, no es espuma. La densidad y longitud de los cuentos es decimonónica. No así el tono. Me parecería un error encuadrarlo, por estos cuentos, en la órbita de los escritores sesudos (es decir, pesados) dispuestos a echar páginas y páginas para exponer "su tema". Cierto es, que salvo "Alves y compañía", novela deliciosa y corta y "Las Cartas de Fadrique Mendes", que apenas recuerdo, no he leído más de José Maria Eça de Queirós. Es difícil disfrutar estas lecturas interrumpiéndolas constantemente, a lo que suele obligarnos el ritmo de nuestras vidas, dedicándoles los poquitos minutos que nos da el día desde que entramos en la cama hasta que nos quedamos dormidos. He tenido que esperar a las vacaciones, pero en verdad les digo que ha valido la pena.

martes, 4 de mayo de 2010

Ignacio Aldecoa

Ayer me pasaba un amigo los comentarios del editor Constantino Bértolo en una entrevista. Se quejaba del estado de la narrativa actual española. Se quejaba de que es floja y mortecina, de que está (así lo entendí yo) rendida a una feligresía de lectores pacatos entre los que no puedo dejar de contarme. Una colección de burgueses que no quieren ser despertados de su sueño del bienestar, sordos a la algarabía de los que tienen que buscarse la vida cada día. Y a éstos, se les ha dado la televisión para reducirlos a masa semoviente, y a los jóvenes una falta de educación encaminada a hacer de ellos masa de obra, piezas útiles de la maquinaria, ladrillos en la muralla...que dirían los viejos rockeros, a los que todavía se oye pero sin escucharlos. Así interpreto yo lo que decía el editor, al que pienso, le importaba "la utilidad" de la novela, su realismo entendido como reflejo de la sociedad que la hace; y la novela como denuncia de las consecuencias (en este caso, según él, dicho literalmente) del "capitalismo". Les invito a que lo lean directamente, que debe andar por la red, como casi todo. Puestas así las cosas y considerando, muy capitalísticamente, el mundo literario como un mercado, los lectores son los que hay, y para ellos habrá que escribir, habrán pensado quienes editan. Y no nos engañemos, los que leemos y los que escriben, somos poco más o menos, siervos de la misma gleba.


Es discutible ese solo papel de la narrativa. Hay novelas "interiores" que cuentan la vida de un hombre y lo que le pasa y lo que siente. Hay novelas sobre barcos amotinados hace dos siglos que nos cuentan, junto a otras muchas cosas, lo penoso de la esclavitud de los senegaleses, sin que ese sea "el tema". O la vida de un fantasma que trabaja en unas oficinas de un abogado de Wall Street. La denuncia de las cosas que pasan no es requisito imprescindible para darle valor a un libro. Hay libros cuyo mérito consiste en inventar un mundo que sólo tiene sentido en el sonido de las palabras que lo van contando y en las imágenes que evoca. Libros que hacen que sus traductores suden tinta.
Pero uno anda reflexionando sobre estas cuestiones y sopesando lo que decía el editor, cuando cojo en las manos un libro de cuentos de Ignacio Aldecoa, y todo cambia. Viene a caer como un cubo de agua de pozo sobre la comodidad de sofá, bien instalada. Realismo, sí. Tocamos la vida, después de la guerra, o de las guerras; de los campesinos, de los pescadores, de los vagabundos, de las familias burguesas con tiendita en ciudad de provincias. A los personajes los sentimos ya no reales sino hiperreales, porque nos sentamos con ellos a comer puchero el domingo, en familia. Oímos sus conversaciones mezquinas, sus reproches y sus cariños fraternales y sus esperanzas vanas. Acompañamos a un boxeador de gimnasio de barrio hasta partirse la crisma por una ilusión sin futuro, en una España donde el triunfo era sobrevivir y ver un poco de luz entre tanta grisura. Nos obliga en buen tino a compararla con la España actual y descubrir que no es oro todo lo que reluce, o relucía antes de la crisis. Esta literatura es quizá la que reclamaba el editor en su entrevista. Frente a esta literatura, toda la demás parece disparates de diletantes o garabatos de gente aburrida, juegos de burgueses que aprendieron ortografía. Esa es su tremenda potencia, descomunal. La de meternos en el mundo de Ignacio Aldecoa, el que sentía. Ni más ni menos que porque fue un escritor como la copa de un pino y escribía con honradez, siempre extraña al ego histriónico y gigantuno de su gremio.
Otras literaturas son posibles, valiosas y probables, aunque no frecuentes hoy en día. En general, no puedo estar de acuerdo con el editor. Creo que lo que debemos exigir como lectores es que las novelas, sencillamente, sean buenas. Fácil, ¿verdad? ¿Y si dejáramos de editar durante un par de años? Como un barbecho o una purga. Hay tanto escrito, que editar y publicar es una necesidad "de mercado". Como lector, no me preocupa demasiado, para entretenerme tengo el fútbol.

viernes, 30 de abril de 2010

Urogallo en Pepitoria, receta de mal gusto

Efectivamente, reconozco que mis recetas adolecen del uso excesivo de productos "de bote", frente a los de huerto y corral. Hoy cambio la tendencia, es decir, rompo una lanza, doy un giro copernicano o establezco un punto de inflexión. Presento, nada más y nada menos, que la receta del urogallo en pepitoria.
Como bien saben es imposible conseguirse una de estas aves en el Mercadona de la esquina, ni siquiera en el Mercado de la Boquería. Sorpréndanse, no se consiguen en internet ni se subastan en ebai. En Canarias decimos que quien quiere lapas tiene que mojarse el culo. Quien quiera un urogallo debe ir de cazador furtivo a los Picos de Europa. No son pocos los riesgos. Si somos sorprendidos por la Guardia Civil seremos multados, si no encarcelados, y muy probablemente nos quiten el urogallo capturado. Si nos sorprende algún ecologista, más nos vale que corramos a la Guardia Civil en busca de socorro. Es una aventura de la que se regresa con el ave, o no se regresa.
El método de captura que recomendamos es el versificado en "La Venganza de D. Mendo" que recojo bajo estas líneas. Este método antiquísimo, ya aparece en la Cantiga septuagésimosegunda bis de D. Enrique Fález, autor apócrifo de D. Alfonso X "El Sabio". Su posterior transmisión a lo largo de los siglos lo llevó hasta el texto de la obra teatral de Pedro Muñoz Seca. Recomiendo este método porque a la par de ser discreto (no produce ruido de fusilería) conserva en buen estado el cuerpo del animal, incluso su plumaje, por si lo queremos usar para rellenar cojines.
"MONCADA.– Ha de antiguo la costumbre
mi padre, el barón de Mies,
de descender de su cumbre
y cazar aves con lumbre:
ya sabéis vos cómo es.
En la noche más cerrada
se toma un farol de hierro
que tenga la luz tapada,
se coge una espada
y una esquila o un cencerro,
a fin de que al avanzar
el cazador importuno
las aves oigan sonar
la esquila y puedan pensar
que es un animal vacuno;
y en medio de la penumbra
cuando al cabo se columbra
que está cerca el verderol,
se alumbra, se le deslumbra
con la lumbre del farol,
queda el ave temblorosa,
cautelosa, recelosa,
y entonces, sin embarazo,
se le atiza un estacazo,
se le mata y a otra cosa."
Ya en la tranquilidad de nuestra cocina nos ponemos manos a la obra.
Se sala el urogallo, se fríe con el aceite hasta que esté dorado y se pasa a una cazuela. Se pica bien la cebolla y los ajos, sofriéndolos a fuego lento en el aceite sobrante de freír el urogallo, hasta que la cebolla se ponga transparente. Incorporar a esto vino blanco, almendra picada, azafrán, un poco de pimienta y un vaso de agua. Se deja que hierva unos 10 minutos y se echa por encima del urogallo. Se echa el perejil y los huevos duros picados y se remueve. Se dejar cocer a fuego lento durante 1 hora aproximadamente, añadiendo agua si fuese necesario (estará hecho cuando se separe bien del hueso).

¿A qué sabe? A crimen.

jueves, 29 de abril de 2010

Garbanzos a la Ligera. Nota de Cata

Comestibles sin alharaca, pero mucho mejor de lo que preveía. Imperio de dos sabores, el chorizo y el garbanzo. El caldo muy desapercibido y las papas una mera comparsa.

miércoles, 28 de abril de 2010

Un Hombre en el Hogar

Pretendo inaugurar una sección con este nombre porque he vuelto a vivir solo y por tanto a enfrentarme, con un espíritu mucho más creativo que la otra vez, a los problemas de intendencia en el hogar, mi nuevo hogar, en el que vivo con una planta, cuyo bienestar es, por cierto, uno de mis asuntos pendientes.
Aún con miedo de ser políticamente incorrecto, diré que pienso que las chicas llevan una carga de prejuicios y de experiencias transmitidas a través de sus madres acerca de cómo se organiza una casa que suponen una pesada carga y un obstáculo. Los "nuevos marujos" podemos aportar una visión fresca, no anclada en las tradiciones y "científica", aplicando las tecnologías y los productos de nuestro tiempo. Sirva de ejemplo: la mopa. Ya he encontrado varias chicas que al mismo tiempo que reconocen sus virtudes...¡se niegan a utilizarla! Otro error de fundamento: "Hay que limpiar al menos una vez a la semana". Este aserto es falso. Lo he comprobado científicamente. Si no se limpia una semana, no pasa nada. No he observado ningún fenómeno que me haga pensar que se va desplomar el techo o algo por el estilo, sólo ciertos malos olores a partir de la cuarta semana.
Para empezar les ofrezco la receta de los "Garbanzos a la Ligera", que preparé ayer. La ligereza no viene por el lado de los garbanzos, obviamente, sino porque me lo inventé todo sobre la marcha. Cogí caldo de pollo de tetrabrick y lo puse en el único caldero de que dispongo, el mismo en el que caliento la leche y el agua para el té y el arroz. ¿Cuánto? Un chorro. Observo con preocupación que en los supermercados se consiguen las cosas en tamaño familiar antiguo, basados en un concepto a veces casi romano de la familia. Los fabricantes deberían comprender que la nueva familia es también el solterón/a empedernido/a (ahora llamado singuel) o cada uno de los cónyuges separados con su régimen de visitas. En cualquier caso, lo que sobra, al congelador si no lo vamos a gastar en unos días. Seguimos. En ese caldo puse un tomate pequeño a trozos y tres dientes de ajo escachados (los escaché porque pensé que así soltarían mejor su sabor). Probé el caldo y sabía un poco a ajo y nada a tomate por lo que no sé si decirles que le pongan más tomate o ninguno en absoluto. Lo tuve un tiempo al fuego. ¿Cuánto? Un rato. Como los pellejos del tomate no se desprendían como tenía previsto lo colé y me deshice tanto de lo grueso del tomate como de los dientes de ajo, que ya habían cumplido su función. Luego cogí chorizo troceado, del que viene para estas cosas, y lo añadí al caldo. El calor hizo que enseguida se propagara su potente sabor. Después se cogen garbanzos de bote, que se enjuagan tal como ponen las instrucciones, y se añaden al caldo. No hace falta dejarlos mucho más en el fuego porque ya vienen guisados. Por cierto, que había uno negro. Yo pensaba que esas cosas ya no pasaban.
Se me criticará que uso demasiados productos "de bote". Que los productos naturales son mucho más sanos y bla, bla, bla... Cierto, la cocina con buenos ingredientes es mucho más sabrosa, pero en mi defensa diré (uno) que para hacer estas chapuzas es una pena usar buenos ingredientes. (Dos) ¿de qué sirve comer más sano y vivir más tiempo si lo tiene uno que perder pendiente de que se guisen unos garbanzos o revolviendo un caldo para que coja buen cuerpo? Sumen y resten. Sean científicos, lo que multiplica arriba se va con lo que divide abajo y nos quedamos igual que estábamos.
Esto ya está listo. ¿Queda bien? ¿A qué sabe? No lo sé. Lo tengo en la nevera para comerlo hoy en el almuerzo. Pienso añadirle unas papas no exactamente fritas sino hechas con poco fuego y que se queden como sancochadas pero con aceite. El aspecto, seamos sinceros, no es bueno. Se ha formado una capa superficial con el pimentón del chorizo y otra más profunda con el caldo. Al calentarlo espero que vuelvan a unirse. Me temo, además, que me entusiasmé con el chorizo. Sin embargo, a priori me parece un plato recomendable para una cena romántica, por dos cuestiones, primero porque a la luz de las velas, el aspecto va importar poco, y segundo, porque si bien es difícil que un plato con garbanzos resulte fino, sí que es muy viril. No deja lugar a dudas sobre por qué estamos allí, que no es para cenar, precisamente.

martes, 27 de abril de 2010

Otro Enlace

Añado un enlace al Gen Calamardo, lo tienen más abajo. Pasen y vean.

Fusilando

Fusilando las noticias de hoy en El País, acerca de las propuestas de reforma de Obama del sistema financiero americano.

TITULAR: "Los demócratas pierden una primera votación sobre la reforma financiera". Pero es que previamente, Obama había dicho en el mismísmo púlpito de Wall Street, y fusilo también el texto "A menos que su modelo de negocio sea estafar a la gente, no hay nada que temer de estas nuevas normas". ¿Qué esperaba de la votación?

Ojalá el fin de este hombre sea sólo político. Y me persigno, aunque ustedes no lo vean y yo no crea mucho en esas cosas.

Escribir por Escribir

Esta entrada puede ser un comentario a otra anterior en este blog, concretamente a la del día 13 de abril (Nuestro Sino). Moderándola, matizándola o rebatiéndola. ¿Escribir por escribir? Tampoco es eso.
En los últimos años he tenido que defenderme de los antivilamatasianos. El más feroz es uno que no ha necesitado leerlo para saber que no necesita leerlo, lo cual tiene sentido, porque sigue vivo. Con lo que ha leído sobre Vila-Matas en los blogs tiene argumentos suficiente para despreciarlo. Pero, yo lo sé, el principal motivo por el que lo detesta es porque yo lo elogio. La amistad tiene misterios insondables. Y con los años se puede convertir en una especie de matrimonio, con reproches. A lo que íbamos. Yo me defendía, entre otras formas, llevando El Viento Ligero en Parma de paseo por la ciudad, sin ningún recato (por cierto que éste lo perdí en un avión y lo recuperé en el Aeropuerto de Fuerteventura. Gracias Aena, que tan poco te quieren). O intercambiando con otro amigo "insurgente" Hijos sin Hijos por Doctor Pasavento a la vista de todos.
Pero, ¿qué quieren que les diga? Me he tropezado con la Dublinesca. Y a punto ha estado de hacerme caer. Hay que escribir, repito, como en mi entrada anterior, pero no escribir por escribir. Vila-Matas tiene arte sobrado para sacar literatura de su chistera con un chasquido de los dedos, pero esta vez se ha pasado. Con una frase suelta escuchada en una guagua inventa un cuento. Y si baraja ases del tipo de Walser, Gombrowicz y compañía acaba adivinando el naipe de Musil, pero esta vez se ha pasado. Con Riba no vamos a ninguna parte. Me recuerda al protagonista de El Viaje Vertical, pero no al de la novela, sino al de la película, que es lo peor. Quizá sea la naturaleza de Riba el no ir a ninguna parte porque ya está en la hoja roja. Esta sería una defensa de la Dublinesca. Hay unas cuantas (pero cuantas, cuantas) páginas centrales donde se siente un estancamiento desesperante. Después se pierde la esperanza de que pase nada y se acostumbra uno al ritmo divagante hasta que la novela se va extinguiendo y, por fin, se acaba.

lunes, 26 de abril de 2010

La Espuma de los Días

Boris Vian (1920-1959). Si restan ambas cifras se darán cuenta de la prisa que tenía que darse. Tanto que hacer antes de que le creciera un nenúfar en el pulmón, o le disparara la policía fiscal a los intestinos o se quemara en el incendio, provocado por el mismo, de una librería. Que son tres formas de morir como hay infinitas. Si seguimos haciendo números y multiplicamos las horas que trabajamos diariamente por los días y lo expresamos en años resulta una cifra horrorosa. Después de trabajar, dormir, cagar y mear, queda poco tiempo para ejercer nuestra supuesta "libertad".
Podríamos vivir sólo la adolescencia y un poco de juventud, el tiempo de la plenitud energética, la belleza física y el amor puro. El tiempo de la levedad. Disfrutar una vida de dibujos animados, con sus vivos colores, sus golpes y muertes que no duelen, sus imposibilidades físicas y sus ratoncitos y todo, y después extinguirnos rápidamente bajo el peso, la gravedad, de la realidad.
Boris Vian escribió La Espuma de los Días con unos 26 años.

jueves, 22 de abril de 2010

Eyjafjallajokull

... o sea, el volcán islandés que ha traído de cabeza a más de media Europa. Ese de ahí arriba es su nombre que todo el mundo resume como "el volcán islandés" con una falta completa de respeto porque seguro que en Islandia hay más de un volcán y referirse a él sin su nombre propio es ningunearlo. Pues bien, así se ha cabreado, y nos ha tenido bloqueados los cielos durante una semana, días más, días menos. Todo por no hacer un esfuerzo de lectura por una palabra que a nuestros ojos es rara o rarísima y que parece que se nos va enredar la lengua en un nudo sin solución si intentamos pronunciarla. La consecuencia de esa simplificación tan vaga ha sido el cabreo continuo del volcán, que si lo huebieramos llamado por su nombre, seguro que se hubiera conformado con un fumarola discreta y un poco de escoria y de lava lanzada con discreción.

Los canarios no deberíamos jugar con estas cosas y advertir al resto de los habitante del planeta de que deben estar bien avenidos con las fuerzas telúricas. Fuerteventura parece dormida después del castigo de miles de años de erosión, viento y sol. Duerme, yerma. Pero en La Palma hace tres días (1971) en la longevidad de la tierra, que el Teneguía eructó y un poco antes (1949) Hoyo Negro y compañía. Lanzarote, antes de 1730 era de otra forma, pero después de seis años de erupciones en Timanfaya, quedó, poco más o menos, como la conocemos hoy , quitando claro está, las aportaciones humanas a su paisaje.

A mi, que no he tenido que pasar ninguna noche en el aeropuerto, me hace una gracia tremenda que un volcán con un nombre tan bonito, en un país del que nadie se acuerda sino para poner de ejemplo su bancarrota, haya dejado colapsada a Europa, sin causar más desastre que el económico. Nada que ver con la furia desatada del Vesubio, que dejó hechos piedra a las gentes de Pompeya, Herculano, etc.

La moraleja que saco de todo esto es que hay que evitar eufemismos, elipsis y diplomacias y llamar a las cosas por su nombre.

Las Secciones de este Blog

Cuatro son las secciones:

El histórico de entradas natural en cada blog.
Los enlaces a otros blogs recomendados.
Mis últimas lecturas.
Mis dibujos.

Y pasa desapercibido el fondo del blog, donde añado párrafos que he leído, normalmente relacionados con la literatura, y que por algún motivo he seleccionado. Añado esta entrada para llamar la atención sobre ellos porque me temo que pasan desapercibidos. Están los autores pero no las obras en donde se encuentran. La columna de mis últimas lecturas le puede servir de pista a quien esté interesado en el acertijo.