Mi vida es profunda en el submarino.
Siempre a doce metros bajo el nivel de las aguas.
Mis ideas flotan como en el caldo primigenio.
Arriba y abajo por el borboteo y la convección.
El comandante arrima la oreja al casco y oye al cetáceo bramando afuera.
Nos señala la dirección por la que se acerca y arma las ojivas.
Ya se aleja, las desarma.
Vivimos guiados por el ritmo de su oído portentoso.
El interpreta el mar, nos alienta en la captura y bendice las ojivas.
Bajamos a la sala, junto al Cristo y las adoramos.
Besamos las señales amarillas y comulgamos.
Navegamos, bajo las aguas y sus órdenes, hacia Nantucket.
Queequeg, en la cocina, aprovecha los cuerpos de quienes ceden al desaliento.
Logramos así sobrevivir sin emerger.
Esta persecución es nuestra vida.
Es vivir profundamente.