lunes, 27 de septiembre de 2010

Grandes Pequeñeces


Los minifundistas de la literatura nos sentimos una clase baja frente a los escritores de novelas. ¡Quién pudiera extenderse durante páginas y páginas y páginas hasta dejar frito al lector más contumaz! Pero te sientas y te salen cuatro cosas y en cuatro cosas cuentas lo que querías contar y sólo te queda ir a la nevera a buscar otra cerveza y releer el texto y corregir ese error que no viste y pasar por alto el que verás en la próxima lectura. Y así siempre. Escritor de pequeñeces. Nos queda el consuelo de los grandes cuentistas, pero pocos fueron únicamente grandes cuentistas. Borges. Tenemos a Borges en un pedestal y le besamos los pies todos los días. ¿Alguien se acordaría de Cortázar si no hubiera escrito Rayuela? ¡Yo que sé! ¡Cómo envidio a los latifundistas literarios! ¡John Steinbeck, por Dios! ¿Cómo puedes mantenerme atento durante 720 páginas! ¡Y Perec!

Pero quiero defender a los pequeños grandes textos desde este modesto blog. Hay obras pequeñitas y fabulosas, completas, redondas, totales e inextensibles. No les falta nada. Entre los “Algunos Textículos” de Alexis Ravelo encontramos esos bonsais, creciendo no ya en minifundio sino en pequeña maceta de un balcón de apartamento que ahora llaman loft y antes celda de castigo. Pequeño pero bello. Destaco “Imposturas”, pero hay otros. Varios. Buenos. Defiendo a los que tienen una literatura corta. Levanto el brazo y grito que el tamaño no importa.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Rebelión en la Granja


En el taller de literatura conocí la expresión “narrador eficaz”. Me chocó el maridaje entre estas dos palabras porque en mi mente situaba yo al narrador en una especie de Olimpo y la eficacia al ras del suelo de lo material. Hace muchos años leí 1984 de George Orwell. Quizá se puso de moda en 1984, precisamente, y mi lectura es de aquel tiempo. No recuerdo mucho. Pero no se trata de 1984 sino de Rebelión en la granja, que leí ayer. La prologuista destaca (edición de Austral, de Espasa) no pocas buenas cualidades de George Orwell y después de leerlo destacaría sobre todas ellas la “eficacia narrativa”. Revitaliza la fábula. Los personajes, animales, muy esquemáticos, tienen sin embargo una concordancia directa con lo humano, y el desarrollo de la trama simplifica años de historia de una manera ejemplar. Por cierto que la prologuista no le va a la zaga a George Orwell en redacción impecable y claridad expositiva. Pues bien, la obra no se completa, a mi manera de ver, sin un “prólogo póstumo” que figura como texto complementario en la edición de Austral. Al parecer lo encontraron en 1971 (Orwell murió en 1950) y reflexiona sobre la libertad de prensa. Impecable. Pleno de la honradez de un británico de izquierdas que denuncia la falta de crítica por parte de la intelectualidad, el Gobierno y los medios de su país contra un régimen soviético que ya se había convertido en monstruo no sólo para los invasores de Stalingrado sino para los propios rusos. Considerar las palabras de Orwell como la crítica a un régimen que ya no existe es lo que quisieran los dictadores actuales. Los totalitarismos no han muerto, se han vestido de seda. Enseñan sus dientes sólo después de comprobar que no han podido comprarnos con licores de tercera y ropa de marca. Orwell define la libertad, y no puedo ser literal, como “poder decirle a alguien lo que no quiere oír”. Félix de Azúa (otro buen texto complementario de la edición) distingue entre la palabra usada por Orwell: liberty, frente a freedom. Yo relaciono esa concepción de libertad con la “corrección política” que usamos hoy en día para no decir esas cosas que sabemos que los demás no quieren oír, y lo que es peor, que esperamos que los demás no digan para no tener que oír.