domingo, 15 de septiembre de 2013

Los siete locos, de Roberto Arlt

Los tipos raros escriben libros raros, podría ser el título de esta entrada. Roberto Arlt no se propuso ser distinto, lo era, se lo propusiese o no. Estaba convencido de que sería capaz de inventar aparatos, servicios y productos de éxito, muchos de ellos francamente extraños. Dice la Wikipedia que ideó unas medias reforzadas con caucho que a decir de un amigo parecían botas de bombero. Sus personajes inventaron rosas galvanizadas o tintes que permitían en aquellas épocas lejanas de principios del siglo XX disfrutar de perros verdes, azules o malvas. Estas ideas estrafalarias podían darse de bruces con las realidades físicas o químicas. Por suerte para Roberto Arlt, y para todos sus lectores, en la literatura operan otras leyes, que también son de equilibrio, pero que el escritor argentino sí supo descubrir y aprovechar con fortuna.

En Los siete locos los personajes se conducen por fuera de todas las vías convencionales. Para empezar, tienen nombres más o menos usuales pero, paralelamente, una especie de apodos que podrían ser nombres de cartas del tarot. Que uno de ellos sea El astrólogo dispara esa intuición. Más ejemplos son El hombre que vio a la partera, o El buscador de oro. Todos ellos van entramando una literatura que recuerda lo surrealista, lo expresionista y lo existencialista. El astrólogo tiene toda una filosofía sociológica que empeña en la creación de una sociedad secreta. Sostiene que las bases ideológicas en las que se sustente deben atraer a la masa, y, necesariamente, ser falsas, e incluso contradictorias.

El protagonista, Erdosain, es un cobrador de recibos que ha estafado a su empresa apropiándose de los importes. Desata la historia debido a su necesidad acuciante de devolver las cantidades robadas en un corto plazo. Esto conllevará un secuestro y un asesinato. Pero Los siete locos no es en absoluto una novela negra, ni ninguna otra clase de novela donde la trama sea relevante. Esa trama es tan solo el hilo necesario  que hace que una serie de personajes den razón de sí con sus monólogos, sus diálogos, sus actuaciones e interactuaciones, sus interpretaciones del mundo y de sus miserias, al margen de convenciones, revelando su meollo humano particular y social.


Onetti y Roberto Arlt comparten aromas de desesperanza. Pero la desesperanza de Onetti, expresada en una prosa bellísima, tiene un aire pausado, como su ritmo al hablar, o al fumar. Roberto Arlt tiene una desesperanza vigorosa. Quizá tenga que ver con que el primero llegó a viejo y el segundo no pudo. Nació con el siglo XX y murió a los 42 años de un paro cardíaco. Ha habido controversia en la valoración del legado literario de Roberto Arlt, pero despejemos cualquier duda: Onetti lo admiraba.

martes, 3 de septiembre de 2013

Diario de un amargado, de Federico Montalbán López

La foto canónica de escritor (yo mismo tengo una) incluye una estantería repleta de libros en el fondo (desenfocada para no dar pistas de las preferencias literarias), cabeza pesadamente soportada por la mano y brazo acodado en mesa o sillón. La que me he podido conseguir en la red del autor Federico Montalbán López le muestra pelando papas, frente a su portátil, en una cocina de aire ochentero, si no setentero. Lleva corbata y delantal.

Diario de un amargado, editado por Morsa, es literatura en pantuflas y de la buena. Tiene forma de diario, así que no sé si es una novela, ni creo que importe. Son las anotaciones de un personaje que podría ser yo mismo o cualquiera de ustedes. Está en el paro, obligado a hacer de amo de casa, con dos gemelas pequeñas y revoltosas, con una esposa y un hermano que desarrollan una exitosa carrera profesional y unos padres enfermos. Es decir, un personaje bastante corriente si no fuera porque padece la suficiente lucidez para estar en las fronteras del desequilibrio mental y ser capaz de contarlo, con no pocas referencias literarias, de una manera que rezuma inteligencia y humor en cada línea. A mí me resultan especialmente graciosas sus conversaciones con un ratón que le da la contraparte.

Redondea el libro unas muy buenas ilustraciones, que vienen al pelo de las entradas del diario.

La editorial es Morsa, que debe ser pequeña y quizá haya incluso desaparecido. El enlace a ella que he encontrado en la red no se actualiza desde hace mucho, tanto que ni siquiera aparece este libro, que es posterior a esa fecha.

No he llegado a este libro por Babelia precisamente. Un amigo nos lo recomendó hace tiempo y en una visita a Barcelona reciente nos entregó el ejemplar.

Si en la entrada anterior escribía sobre la literatura que reflexiona sobre la desigualdad y denuncia la injusticia, en esta defiendo un libro que refleja el mundo íntimo de un fulano que podría ser uno de nosotros que acertara a juntar letras con tanto arte. Inescrutables son los caminos de la literatura.