domingo, 27 de diciembre de 2009

Tres Hermanos

Los dos hermanos esperaban sentados en un sofá de cuero para reunirse con el menor. Habían viajado desde Las Palmas a Madrid. Previamente, ambos se habían reunido en la antigua casa paterna, en Las Palmas, que no lograban vender debido a la crisis. Habían determinado que no quedaba otro remedio que pedirle ayuda a Miguel.
El lobo de la crisis había atacado primero a José. Su ferretería, cuyas principales ventas eran los materiales de construcción, había entrado en suspensión de pagos, y después de una corta agonía, había quebrado. Su patrimonio había cubierto escasamente dos terceras partes de las deudas. La sociedad limitada que formaba con su mujer y sus hijos ya no existía. En el barrio habían perdido su prestigio de antaño. No en vano, la plantilla de trabajadores, ahora en el paro, era en su mayoría también de El Batán. José, al caminar por el barrio, creía notar cómo le clavaban duras miradas en el cogote.
José y su familia pidieron ayuda a Antonio, que tenía una empresa de cultivos en invernadero.
-Ya te dije que lo seguro es el sector primario. Te ayudaré, tengo trabajo para ti y toda la familia. Acabo de meterme a construir 100.000 metros cuadrados más de invernaderos en Fuerteventura.
-Gracias, Antonio. Desde que quieras nos incorporamos.
-Eso sí, tendrán que vivir en Fuerteventura. Es allí donde les necesito. El alojamiento tendrá que correr de su cuenta porque ahora mismo el desembolso ha sido muy fuerte y las cuentas están un poco justas. Más adelante, cuando empiece la explotación, podemos hablar de nuevo el tema -justificó Antonio.
-Lo que sea, lo importante ahora es empezar con algo nuevo.
Pero la competencia en el sector hortofrutícola se volvió atroz. Las grandes plataformas de distribución atornillaron a los proveedores y pagaban con plazos enormes. Antonio empezó a pasarlo muy mal y acudió al banco en busca de ayuda. Eso acabó de hundirlo.
Así que ahora se veían en aquel sillón de cuero tan lujoso esperando a que Miguel, el hermano menor, los recibiera.
-De pequeños no fuimos muy buenos con él.
-Tampoco fuimos malos, simplemente era el menor y estaba muy mimado, alguien tenía que darle un poco de contrapunto -dijo Antonio
-Sí, pero ¿no nos pasamos burlándonos de él? -preguntó José.
-Pues claro, era tan fachento, saltando de empresa en empresa con esas ínfulas. ¿Te acuerdas de cuando lo catapultaron en el Banco Argea? Pues era todo humo. Por lo visto él obligó a los de abajo a emitir tropecientas tarjetas de crédito que nunca llegaron a manos de los clientes, se quedaron en los cajones de las oficinas. Cuando los grandes jefes se dieron cuenta a Miguel ya lo había fichado la Reptol por un pastizal. Todo eso me lo contó un amigo que trabajaba en el banco.
-Eso demuestra que tiene ingenio.
-Y un morro que se lo pisa...
-Siempre ha visto las cosas desde otra altura.
-Como que era el último de arriba de la litera, y a mí me tocaba la jodida colchoneta que metíamos de día debajo de tu cama !Así tengo la espalda hecha un moco! -resongó Antonio.
-¡Qué tiempos, joder, se me están viniendo a la memoria! -dijo José
-¡No chupamos leche en polvo, ni nada! Me acuerdo de ver a mamá batiéndola con agua en un caldero de aluminio.
-Y aceite Racsa para freír las papas- seguía recordando José.
-Y queso de plato y no había otro.
-Espero que Miguel se acuerde también de todo lo que pasamos juntos y nos eche una mano. Y no tenga muy en cuenta el asunto de la matrícula.
-Nosotros no podíamos ayudarle. Empezábamos a tener dinero. Tenía que buscarse la vida, como nos la buscamos nosotros -puntualizó Antonio.
-Y las cucarachas, ¿te acuerdas de las cucarachas?
-Yo era el que dormía a ras de suelo ¿Cómo no me voy a acordar? Todavía me salen en las pesadillas. Y el cricrí de cuando mordisqueaban el papel de las paredes -y Antonio hizo un gesto de asco, como si acabara de ver una. José dio un respingo al otro lado del sofá.
Los interrumpió una señorita rubia, educada y fría, que los invitó a seguirla. Los dos hermanos, hipnotizados por el movimiento de su trasero, no sabrían decir cuántos metros de pasillos recorrieron hasta llegar a un despacho enorme donde les esperaba su hermano detrás de una mesa monumental sobre la que no había un solo papel. Solamente un portátil y una especie de centralita telefónica.
Se levantó a saludarlos con una enorme sonrisa. Estaba perfecto, un poco más viejo, pero perfecto. Parecía recién salido de la peluquería y el traje impecable le quedaba como hecho exactamente a su medida.
No se abrazaron pero el apretón de manos fue vigoroso y cordial. Apenas estuvieron unos momentos en pie y se sentaron alrededor de una mesa redonda. Tenía un centro de flores que a Antonio y José les resultaba incómodo porque su hermano parecía camuflarse detrás de las hojas y las rosas, pero Miguel no hizo nada por apartarlo.
-Por lo visto están pasando algún problema económico... -empezó Miguel.
-Bueno, sí. A Antonio le va mal con la empresa y la mía tampoco va bien, la crisis en Canarias está golpeando muy duro -dijo José.
Antonio saltó al oír a José.
-Hay confianza, digo yo, vamos al grano. La empresa de José no es que lo esté pasando mal, es que ya no existe: quebró hace año y medio. Y la mía va camino de lo mismo si no le metemos una inyección de capital en la vena. Es un negocio con futuro, el clima es ideal para los invernaderos y el suelo barato en Fuerteventura, pero tenemos unos periodos de cobros y pagos que no se aguantan si no hay detrás una financiación fuerte -explicó Antonio con unos gestos contundentes sobre la mesa.
Miguel intervino, desde detrás de una espiga del centro de mesa.
-Entiendo que José está ahora empleado contigo -preguntó, y asintieron los dos con la cabeza-. Con lo cual ayudar a uno es ayudar a todos -y volvieron a asentir-Lo que pasa es que, ¿de cuánto estamos hablando?
-Un millón de euros, aunque puedo apañarme con 950.000 -dijo Antonio inmediatamente.
-¡Sopla! No es moco de pavo -contestó Miguel-. Evidentemente, yo personalmente no puedo, tendría que tener informes y llevarlos al consejo antes de irme, y ahí está la pega. Esto es alto secreto, aunque ya no importa, está todo decidido. Yo aquí no voy a durar mucho: dos o tres semanas y me voy -esto lo dijo inclinándose hacia adelante y con la voz más baja-. La empresa publicará en breve las cuentas y no van a ser buenas. Yo he ganado aquí un prestigio importante y me han tirado los tejos desde la competencia. Holanda. Me quieren para una multinacional holandesa. Y me voy -se estiró de nuevo hacia atrás.
-¡No sé cómo te las apañas! Te beneficias y te escapas justo antes del desastre. Llevas toda la vida así. José y yo estábamos recordando el cuento que nos contaba mamá de los tres cerditos, ¿te acuerdas? -preguntó Antonio-. Siempre reflexionamos sobre su enseñanza. Por eso yo elegí la agricultura y José la construcción.
Miguel no quería caer en sentimentalismos ni viejos recuerdos entre hermanos. Al fin y al cabo, sólo se habían acordado de él porque necesitaban su influencia o su dinero.
-Me acuerdo, aunque yo no soy de reflexionar, sino de actuar. Nunca supe muy bien qué enseñanza se sacaba de aquello. Yo escuchaba a mamá, sacando la cabeza desde el borde de mi litera y pensaba que al fin y al cabo, el cerdito de la casa de paja se lo había pasado muy bien porque había perdido poco tiempo haciendo la suya y al final se salvaba igual, refugiándose en la de su hermano. No sé. Yo no supe nunca qué conclusión sacar. Cuando mamá apagaba la luz y se iba yo me volvía para el techo y pensaba que fuera cual fuera la opción correcta, estaba claro que sería la de un cerdo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

A la Mar fui a por Peces

La huella capital de la sequía que había asolado el valle era el Acorazado varado en el fondo del lago, sobre uno de sus costados, malherido. La tripulación, eximida de sus tareas por la Armada, que se encontraba en la ruina, había abandonado el barco y se había echado a las montañas en busca de oro. El capitán Goncálvez, sin embargo, permanecía en el acorazado, llevando una vida inclinada a babor. Había ideado métodos para cocinar y lavarse. Se iba adaptando al horizonte girado. Llamaba por la radio a su mujer todas las noches y mantenía conversaciones sobre la educación de los niños. Esperaban la lluvia. Si llovía, las montañas se volverían inhóspitas para la tripulación y las correntías llenarían el lago. El acorazado volvería a la vida. Toda su pesadez de acero se volvería levedad. Y aunque encerrado en un lago luciría de nuevo como buque insignia de la Armada de un país sin mar pero con tantas ganas de tenerlo y de navegar.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Entrada al Diccionario de Psicología

Fobia de Icaro: Miedo a acercarse al sol por miedo a que a uno se le derritan las alas y se pegue un batacazo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Otra Vez

Muchos postulan que la literatura nace de las brechas que va sufriendo el alma. Los felices no escriben. Ven fútbol en el sofá, salen a pasear el perro, hacen el amor a sus mujeres o leen a un infeliz.

En la víspera de este insomnio descubrí “El Miedo” de Gabriel Chevallier y he pasado una noche tan cerca y sin poder tocarla, y ahora estoy escribiendo. Dos buenos argumentos a favor de la teoría. Tengo un nudo en el estómago y ganas de llorar. Sigo sin sueño y ya son las siete. Esto pinta mal, otra vez.

sábado, 22 de agosto de 2009

Ivánich, de Ivánich (con crítica inclusive)

El texto tiene su gracia, pero adolece de profundos defectos. Su gran virtud es que puede ser
leído de un tirón, con fluidez, que las palabras no se "pegan unas con otras", como pasa con otros
autores.


Desde los primeros párrafos del "Ivánich", de Ivánich, se aprecia el fluir de dos líneas narrativas paralelas y premonitoriamente disjuntas. La proliferación de fricativas en una línea y labiales en la otra nos hace intuir desde un principio que ambas permanecerán ajenas a lo largo de la novela, es decir, la emoción de Ivánich nunca topará, de bruces, en un callejón oscuro, con la conciencia de sí, con lo puramente racional, con el papel que interpreta en un pueblo tan acartonado como Longbright.



El tono inicial es formal e interesante. Promete una gran lectura. Al parecer nos encontramos ante metaliteratura, es decir, que Juan Rodríguez se dispone a escribirnos acerca de la obra "Ivánich" escrita por Ivánich. Por otro lado no creo que Juan sepa
exactamente qué significa "fricativo" o "labial" pero ambas palabras quedan muy bien insertas en el texto.

Pronto veremos que este papel que dice representar Ivánich en el pueblo no se describe, no se aprecia, no existe. Ivánich es un personaje sin vida social por lo que este comentario será irrelevante.
De este primer párrafo parece desprenderse la vitalidad de un personaje (Ivánich) que resulta luego soso y mórbido. Además ¿ de dónde cuernos saca el autor el nombre ? El pueblo parece inglés (luego se corroborará) y sin embargo el nombre del protagonista
parece más propio de un novelón decimonónico ruso.

La esperanza se llamará Esperanza Roth. Aparece en el capítulo dedicado al desembarco de los vikingos en Londres y supone la luz de una bengala en el cielo oscuro. La vida de Ivánich se consumía entre la...


Esto del desembarco de los vikingos en Londres, del que no habrá ninguna otra referencia es un patinazo ,¿o quizá un golpe de imaginación al estilo Gonzalo Torrente ? No se sabe.

...bilioteca municipal, donde se obstinaba en componer un libro sobre unos legajos que los ratones devoraban cada noche, y la sucia esclavitud a que le sometía su madre, falsamente enferma. Un personaje enmohecido cuyo rasgo descriptivo más escalofriante son sus dientes, "gastados y amarillos, como los de una vieja rata".


Esto nos gusta.


Ivánich encuentra a Esperanza en un paso de peatones en la Avenida Queens y al mirarla no puede dejar de darse cuenta de que es la mujer a la que amará hasta el fin de sus días. Sin...


Otra frase tremenda que luego quedará sin desarrollo, sin vida.

...embargo, prosigue la marcha, como si confiara en que una fuerza del destino los una de nuevo en algún lugar del afectado pueblo. En algún rincón, quizá arbolado, quizá tranquilo, seguro que distante de las miradas de los vecinos insidiosos de Longbright.


La fortuna los vuelve a unir en la biblioteca. No deja de recordarnos ésta los sombríos edificios kafkianos. Parece una Catedral infinita dedicada a la tristeza y la oscuridad. La pareja debe mantener en tono muy bajo la conversación. Sabemos que, más ocultar al tétrico edifio la alegría que empieza a nacer en sus corazones, que por evitar molestias a los escasos lectores.

Una bibliotecaria rígida, que sostiene un moño gris en la cima de su altanería, se manteniene secretamente atenta a sus conversaciones y acabará visitando a la madre de
Ivánich. Le cuenta que su hijo está entablando relaciones con la hija del comerciante judío Saul Roth. En Longbriht, Saul Roth era detestado. Falsos rumores lo relacionaban con oscuros negocios con armas.




Esto no pega mucho. Por muy mala fama que tuviera el tal Saul Roth la familia Ivánich es de clase baja. Cualquier relación con una familia rica, ya fuera judía o de mala fama, parecería necesariamente bien vista por la bruja que era la madre de Ivánich.


Rumores veraces lo confirmaban como un fenomenal avaro tan rígido que mantenía a su familia
viviendo sin necesidad en una austeridad moral y económica insoportable. Su perfil pasaba cada mañana bajo un bombín muy "gentleman" y un paragüas negro hacia la dirección del "Daily Long". Un periodicucho apenas compuesto por cuatro hojas que tintaban las manos como un calamar y que no era suficiente para sacudirle los sambenitos que el pueblo le colgaba a Saul Roth.

Se rumoreaba que en los inicios de su negocio de ultramarinos en la calle `Baker´s había
envenenado a un comerciante que le hacía la competencia y que era, además, medio pariente suyo. Las sombras, todas las sombras que las lenguas de Longbright podían inventar, le cubrían.

La madre de Ivánich comienza una terrible lucha.



Y se queda ahí, no sabemos qué terrible lucha será esa, entre otras cosas porque la historia se desarrolla como un meteoro sin que le dé tiempo a esta mujer a pinchar ni cortar mucho.

La felicidad de su hijo, un estado que él mismo se da cuenta que muestra con miedo ante su madre y que inconcientemente trata de ocultar, le irrita. Sólo ella puede ser amada por su pequeño Ivanich, su gran Ivánich, el preso Ivánich. El joven cae en la cuenta de cuán dormido estuvo su ser. De cuán ahogado su corazón, de cuán anquilosadas sus alas. Intentará
desplegarlas en un gesto a la vez fiero y tierno.


Esto queda muy bien pero no sabemos cuál es el gesto fiero y tierno. ¿LLevar a Esperanza a un
tugurio? ¿El duelo con el padre, que nace de la pura casualidad?

Desatiende a su madre en la tarde de los difuntos y se reúne con Esperanza en el Mesón de los Pedros, una tabernucha portuaria, a la que llegarán ambos embozados. Se reconocerán porque ella llevará una pluma azul en su sombrero negro de ancha ala y él otra amarilla. El atuendo de los enamorados, lejos de hacerlos pasar desapercibidos, provoca las burlas de marineros borrachos.

Estos, entrechocan sus jarras celebrando los comentarios jocosos sobre ambos jóvenes que, cogiéndose de las manos, se sumen en una conversación íntima en el más oscuro rincón del
antro. Prostitutas chillonas y soeces completan un cuadro arquetípico de las bajuras de Longbright.



Todo esto de los atuendos, los embozos, etc. es ridículo. Estas rupturas con disparates al estilo Eduardo Mendoza sólo están reservadas a los verdaderos literatos. A Juan Rguez. le quedan holgadas.


Quiere la fortuna que en ese momento entre en el local el mismísmo Saul Roth, tratando de ocultarse gracias a una gabardina marrón y un cojín que abulta su tripa.


¡ Esto es ya de libreto de opereta !

Va en busca de una prostituta con la que pasar unas sucias horas en la pensión "El Tulipán Rojo", apenas a unos metros. Su hija lo reconoce y se lleva las manos a la cabeza, e intenta salir del local. El ritmo sinuoso de sus curvas es seguido lujuriosamente por los marineros y su propio padre, que no la reconoce. Entonces, Ivánich, que seguía a la joven, indignado, se da a conocer. El padre de la joven ya estaba en antecedentes con respecto a la relación se su hija y la desaprobaba por simple descompensación de clases.



Falta desarrollo. Evidentemente el autor, que hasta el momento no nos había informado que ambos personajes se conocían, los quiere echar a pelear como sea, pegue o no pegue.

-¡¿ A estos sitios traes a mi hija, puerco ?!

La discusión alza el tono y acaban retándose a duelo para el día siguiente.

Aunque ustedes no lo sepan y yo no lo tenga muy claro, la historia se desarrolla en la Inglaterra de finales
del siglo XX por lo que el duelo resulta marcadamente anacrónico.



¡El remate!. Juan Rguez. se revela como autor omnisciente. ¿Dónde queda el Ivánich autor
del primer párrafo? Ni se sabe. Ni lo podemos saber. Ni lo sabrá Juan Rguez. El texto ha roto aguas en una parida sin control.

Esperanza se deshace en sollozos. Su padre y su Ivánich quedarán definitivamente enfrentados.


Una frase resultona pero sin fuelle.

El Mesón de los Pedros se convierte en el teatro donde se escenifica el penúltimo acto de un encuentro fatal.


Otra frase resultona.


A la mañana siguiente, sin que los ruegos de la joven sean atendidos a pesar de las amenazas de suicidio...


"ruegos","sollozos", otra vez nos han metido en la máquina del tiempo.

...los rivales se dan cita en el parque municipal, entre el rocódromo y la Fuente de Los Patos.

La madre de Ivánich ha sido enterada de la fatal cita y sus brazos, en verdad enérgicos, son capaces de impulsar la silla de ruedas por medio pueblo hasta el parque. Al fin, se pone en pie, olvidando su papel, y se oculta tras la corteza gris y lisa de un plátano.


Los jardineros municipales no se explican el aspecto enlutado de dos paseantes a una hora
tan temprana. El padrino es Zacarías Mulh, que abre la caja. Dos trementos y relucientes pistolones dorados no parecen enviados de la muerte, sino las piezas ilustres de un coleccionista de antigüedades.

- ¿ Cómo coño va esto, Zacarías ?- Gruñe Saul Roth.

Ivánich permanece atento pues también desconoce el uso del arma.

-Deben juntarse espalda con espalda. Andar desde el momento que yo les indique cuarenta pasos y darse la vuelta. Una vez que queden enfrentados deben tirar para atrás de esta palanquita que es el seguro y apuntar. Puede tirar cualquiera primero.
El que antes se sienta seguro de acertar, el que antes quiera hacerlo...

-Es jodidamente sencillo el reglamento de esta mierda...


-Ambas pistolas son iguales y están cargadas exactamente con la misma munición. Debe elegir
primero el señor Ivánich, puesto que las armas las hemos traído nosotros y puede examinarla
durante unos minutos si lo desea. Incluso puede probarla, pero por discreción y economía de tiempo le ruego que no lo haga.

- Escojo esta misma .- E Ivánich cogió una de ellas que en verdad parecía idéntica a la otra.

- Pues a mi me toca ésta. Sí que pesa este armatoste.

Una vez de espaldas se aprecia el ritmo acelerado de la respiración de Ivánich y la lenta respiración de Saul Roth. Zacarías ordena la salida e Ivanich acaba sus cuarenta pasos antes que Saul Roth, que marca unos pasos más lentos, y quizá más largos y medidos.

Ambos sostienen las pesadas armas sin dispararlas.




Toda esta escena no tiene ni gracia ni deja de tenerla, ni aporta gran cosa, excepto
la ganancia en simpatía hacia el gruñón Saul y el desinterés por el soso Ivánich.

Y no seguimos comentando. El desenlace es convencional y hay más rupturas y desatinos como la relación entre los amante, rota por la cárcel y...¡un surfero australiano! cuando el principio en la avenida Queens prometía pasión eterna.


En fin. Necesita mejorar.

Salvador Opusculate
Crítico y Prohombre de las Letras.


Saul Roth cierra un ojo y saca la lengua en un gesto de concentración. La mirada de Ivánich refleja susto y horror. Teme perder su vida miserable ahora que parecía tomar otra derrota. Saúl Roth no piensa siquiera en la muerte, no se le ocurre que pueda fallar aunque no empuña un arma desde hace más de veinte años.

-¡Dispara ya, cebollino, que se me cansa el brazo!

El joven dispara. Un "tlasss" seco, como una vara que golpea el piso, se pierde enseguida en el parque. Apenas un poco de humo aparece en el cañón de la pistola y el bombín de Roth sale volando perforado por el tiro.

La sorpresa deja congelado a Roth dos segundos, los suficientes para darse cuenta de que su cabeza sigue intacta. La risa, una risa de loco, se le viene a la boca. Ivánich comienza a correr.

-¡No corras, hijo de puta! ¡Estáte como un hombre!

Fatídicamente, la carrera de Ivánich se acerca a Zacarías que cae como un saco tras ser atravesado por la bala. Sus piernas se pliegan como las de un pelele, ni siquiera se pudo
apreciar un último gesto vital. La madre de Ivánich echa a correr con el deseo de atrapar a su hijo y pegarle por cobarde, " por basura." El sorprendido Ivánich se ve así entre las carreras de ambos viejos.

Los jardineros municipales enseguida llaman a la policía que aparece en escena entre silbidos. Sin embargo, ambos rivales logran huir, tanto uno del otro como de sus comunes perseguidores.

Saul Roth, obligado por el crimen cometido abandona la ciudad llevando consigo la llave de su caja de caudales. Su familia vivirá en la miseria. Pasarían años intentando localizar la caja fuerte en la gigantesca nave industrial de Roth sin ningún éxito.

Ivánich, fue condenado a cuatro años de cárcel por responsabilidad en la muerte de Zacarías. A la salida, Esperanza no quiso saber nada de él. Andaba en amores con un surfero australiano de apellido O,neil.

Zacarías fue enterrado en el panteón de su familia. Los revólveres dorados fueron puestos por la viuda sobre su pecho y robados por el sepulturero la misma noche en que Zacarías empezaba a ponerse verde justo a la altura de la boca del estómago.

La madre de Ivánich se compró un piso en Málaga, y fue, como tantos jubilados británicos, un cuero al sol, macilento y triste. Su ponzoña nunca se secó. La acompañó hasta el fin de sus días.

miércoles, 22 de julio de 2009

Sin Palabras

De vez en cuando me invento alguna palabra. Normalmente una componenda de semas bien conocidos con lo que la palabra en cuestión resulta totalmente inteligible aunque acabada de nacer. Esto me regocijaba. Sospechaba que incluso esa palabra pudiera existir aunque yo no la conociera. Después de consultar el diccionario comprobaba que no existía: la acababa de crear. Esta afinidad entre mi lengua (esa que uso para expresarme y para lamer helados) y mi yo intelectual, como digo, me regocijaba y me sigue regocijando.

La palabra así nacida tiene incluso etimología y todo esto me parece un gran mérito, sin embargo, todo ha cambiado al darme cuenta de que por amplísima que sea la combinatoria de letras, el mérito está en encontrar palabras que no tengan pasado, que no suenen a nada, que se presenten libres del peso de la historia. Estas palabras imposibles se escriben de la mano de Cortázar, gran inventor de palabras huecas. También son generadas por los verificadores de palabras de las páginas de internet, ese artilugio tremendo que trata de averiguar nuestra humanidad en la manera en que somos capaces de leer un texto torcido y estirado, de letras garrapiñadas.

Pero es que el proceso es diferente, porque a algo que quiero expresar yo le busco una palabra, sin embargo, Cortázar busca el vacío por el vacío, por la palabra en sí misma. Casi creo que le hubiera molestado que tuvieran algún significado. Y de todo esto se puede concluir que todo es ,y esto mismo, un precipicio fatal hacia la pérdida del tiempo y el fin de todas las cosas.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El Viaje a la Montaña de Oro, de Alvaro Cunqueiro


Un cuento delicioso con redacción de Alvaro Cunqueiro que reproduzco tal cual.



"En un cuento de Teodoro Storm, unos hombres que están trabajando en un dique, junto al mar, tie­nen que refugiarse, por culpa de la lluvia, en el in­terior de un molino de viento. Allí, en un montón de sacos vacíos, está durmiendo un desconocido, en­vuelto en una gran capa negra. Es un anciano de her­mosa barba blanca. En la palma de su mano derecha tiene, acurrucado, un breve pájaro de alas verdes y pecho rojizo. A los pies del anciano hay una pequeña jaula de mimbre, que algún día estuvo pintada de amarillo -como suelen, dice Storm, en las aldeas po­meranas, para darles a los pájaros la ilusión del sol en los oscuros días invernales-, que debe ser la clau­sura del avecilla. El ruido que hacen en las losas los zuecos de los trabajadores del dique, despiertan al anciano. Se levanta del lecho de fortuna y hace una pequeña reverencia a los que entran. Es un hombre muy alto, y tiene ojos extraordinariamente azules que brillan en la penumbra del interior del molino. El pajarillo ha volado de su mano y busca en los en­tresijos de las losas del suelo algunos granos de trigo. Los que entran dan los buenos días.


-¿Eres del país? -pregunta uno de ellos al anciano.
-No, estoy de paso.
-¿A dónde te diriges?
-A una ciudad cuyo nombre no os puedo decir.
-¿Una ciudad prohibida como la que está escondida en los montes de Bohemia?
-No. Es una ciudad a la que solamente podré llegar si no digo a nadie su nombre. Me cuesta mucho trabajo callarlo. A veces necesito acercarme a al­guien, yendo de camino, pasarle el brazo por encima del hombro, y decirle a dónde voy. Pero no puedo. Perdería sesenta años de viaje al sol, bajo la lluvia, a través de la nieve…


El anciano silbó al pájaro, y éste abandonó la bús­queda de su desayuno y se vino a la jaula. El anciano. se envolvió en la capa, se cubrió con sombrero de lona de ancha ala, requirió el herrado bastón, y con la jaula en la mano izquierda salió al camino bor­deado de abedules, que iba al pie del dique antiguo, que se llamaba del Duque Pablo, y nadie sabía por qué, que nunca había habido un duque de Pablo en el país, y el dique lo habían construido los pobres campesinos y unos monjes que decían habían vivido allí, en lo que ahora eran unas ruinas cubiertas de hiedra, en la colina de las hayas. Llovía recio y ven­taba, pero el viejo caminaba decidido y seguro.


Pasaron años. También pasaron años desde que leí el relato de Storm, y ahora para contárselo a us­tedes tengo que rehacerlo en la memoria, reinven­tarlo casi, que muchos puntos se me han olvidado. Menos la lluvia, el camino de los abedules junto al dique viejo, los ojos azules del anciano y la jaula pin­tada de amarillo, se me ha olvidado casi todo. Pero recuerdo el final. Uno de los hombres que aquella lejana mañana habían trabajado en el dique, fue al mercado a una rica ciudad vecina. Digamos que Lübeck. También podía ser Tilsit. Pero creo que era Ltübeck. Entró en una taberna y pidió una de las fa­mosas sopas hanseáticas, que vino perfumada y humeante, una sopa de nueces con conejo, por ejem­plo, o de rabo de buey con cebolla y nata. Por entre las mesas de la taberna circulaba una mujer que ven­día estampas coloreadas: paisajes, palacios, escenas de caza, veleros en el mar, batallas de Federico el Grande o la derrota gala de Sedán, la proclamación del Imperio Alemán en Versalles y unos niños de bu­cles dorados jugando con un perro. El hombre con­templó las estampas y quedó sorprendido al reco­nocer en una al anciano de ojos azules y el pájaro en la jaula de aquella mañana en el molino. El anciano que viajaba hacia una ciudad cuyo nombre no podía decir. Era el mismo. El obrero del dique no sabía leer y le pidió a la vendedora que le leyese el texto que venía al pie del grabado. La vendedora leyó: «Re­trato del hombre que viaja hacia la Montaña de Oro, con el alma de su hija en forma de pájaro. Como es sabido, la Montaña de Oro no existe, aunque haya varias con este nombre en Alemania».


El obrero del dique compró la estampa, pero no pudo continuar sorbiendo la sopa. Se le había puesto un nudo en la garganta. Se le llenaron los ojos de lágrimas recordando al anciano, que seguiría cami­nando hacia morir, buscando la ciudad que no exis­tía. Sin tomar la sopa salió de la taberna, abandonó presurosamente la ciudad, con la estampa enrollada en la mano, dispuesto a caminar hasta encontrar al anciano para decirle que regresase, que no había tal Montaña de Oro. Nunca más se supo de este hombre compasivo, y se ignora si habrá encontrado al an­ciano de los ojos azules y el pájaro de alas verdes y pecho colorado. "

Alvaro Cunqueiro, publicado en "El Envés", recopilado en "Tesoros y otras Magias", Tusquets,Barcelona, 1996.

martes, 26 de mayo de 2009

Hijo de Mondoñedo


"Lo propio de un escritor es contar claro, seguido y bien. Contar para la totalidad humana, que él por su parte tiene la obligación de alimentar con nuevas miradas. Y si algo hay que esté claro en esta dieta, es que el hombre precisa, en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños"

Alvaro Cunqueiro

sábado, 25 de abril de 2009

Carta de San Pablo a los Corintios

Queridos Corintios:

La última partida de pasas que me enviaron es para excomulgarlos: resecas y pequeñas. Dios no ayuda a quienes no tratan adecuadamente a sus siervos en la Tierra. No quiero que esto suene a amenaza, pero me está costanto mucho lograrlo.

El próximo lunes sale un barco de Alejandría. Después de la lectura de esta carta espero el debido arrepentimiento y propósito de enmienda.

Sin más sobre el particular:
San Pablo