viernes, 20 de noviembre de 2009

A la Mar fui a por Peces

La huella capital de la sequía que había asolado el valle era el Acorazado varado en el fondo del lago, sobre uno de sus costados, malherido. La tripulación, eximida de sus tareas por la Armada, que se encontraba en la ruina, había abandonado el barco y se había echado a las montañas en busca de oro. El capitán Goncálvez, sin embargo, permanecía en el acorazado, llevando una vida inclinada a babor. Había ideado métodos para cocinar y lavarse. Se iba adaptando al horizonte girado. Llamaba por la radio a su mujer todas las noches y mantenía conversaciones sobre la educación de los niños. Esperaban la lluvia. Si llovía, las montañas se volverían inhóspitas para la tripulación y las correntías llenarían el lago. El acorazado volvería a la vida. Toda su pesadez de acero se volvería levedad. Y aunque encerrado en un lago luciría de nuevo como buque insignia de la Armada de un país sin mar pero con tantas ganas de tenerlo y de navegar.

2 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Una imagen magnífica. (El barco varado me recuerda fotografías del mar de Aral) El final que nos informa que el país no tiene mar, pero tiene un acorazado me parece un estupendo colofón. El capitán que espera la lluvia y llama a su esposa por las noches despierta simpatías. Casi me recuerda a mi Capitán Nombrete, que aún no tiene historia.

Rosi dijo...

Simplemente genial!!!