domingo, 27 de diciembre de 2020

Vienes hacia mí, poema de Natalia Sosa Ayala


 

Vienes hacia mí, poema de Natalia Sosa Ayala
 
Música: Music produced by Jason Shaw on AudionautiX
 
Canción (song): StandardJazzBars

viernes, 18 de diciembre de 2020

Tele visiones

* portada de Ese famoso abismo

Advertí el verdadero rostro del monstruo cuando estaba comprando unos calzoncillos en Arencibia. Se me acercó una señora y me saludó como si fuera mi vecina.

Si me hubieran preguntado en aquel momento, si alguien, de repente, hubiera congelado a la señora y al dependiente que ordenaba por tallas las camisas de listas y me hubiera preguntado, yo le hubiera contestado, después de reflexionar un poco, pero sólo un poco nada más, que el nuevo invento de la televisión era una radio con imágenes. Una respuesta absolutamente estúpida.

Al finalizar mi recorrido por Triana me habían saludado tres personas más. Me encontraba a disgusto, como observado y censurado. Nunca he podido sentir más que cesura cuando se me mira sin que sepa el motivo. Hasta la fecha (llevo más de diez años publicando) me detenía algún que otro lector por la calle. Normalmente personas amables que me reconocían y con las que entablaba una pequeña conversación, después del preceptivo saludo, acerca de algún libro concreto. Puedo casi recordar las caras de cada uno de esas pocas personas desgranadas a lo largo de años en una periodicidad muy espaciada. Casi puedo recordar a qué libro, párrafo, incluso frase concreta, se refirieron. Una señora se interesó por el destino de Ferrara una vez acabada Una cana al viento. Le prometí incluirlo en algún trabajo futuro. Pero estas cuatro personas que me habían parado hoy por Triana en menos de dos horas no eran lectores, eran gente. No se podía deducir, de lo poco que hablé con ellas, que tuvieran más información sobre mí que mi imagen, en blanco y negro, en la turbia pantalla abombada de sus televisiones. Probablemente no me habían escuchado. Mi intervención en el programa de televisión fue muy breve y atenderían a ella en el salón, mientras los niños jugaban alrededor o hacían barbilla, u oyeron mi voz, desde la cocina, lejana y difusamente mezclada con el ruido de los platos mientras fregaban. Y este asedio que sentí de las cuatro gentes me indignó mientras avanzaba a zancos largos hacia mi casa temeroso de ser asaltado por alguien más. Llegando a mi piso, mi refugio, me di cuenta de que me habían dado exactamente lo que me merecía. Fui yo el que los había asaltado y me había metido en sus casas como un ladrón o un infatigable testigo de religiones. Me introduje en sus casas, subrepticiamente, escondido entre un anuncio de sopas y otro de jabón, con mis biblias en las manos. Yo no podía hacer eso, no era digno de mí, ni de mi religión, tan falsa o verdadera como cualquier otra.

Decidí, por una parte, renunciar en el futuro a cualquier aparición en el nuevo medio y por otra, destruir el camino por el que había llegado a donde me encontraba. Escribir un libro totalmente distinto, raro, incomprensible y, sobre todo, malo. Tan malo que no sólo fuera rechazado por mis actuales lectores sino, si alguna vez, por circunstancias azarosas, algún ejemplar de ese nuevo libro llegara a las manos de cualquiera de esas gentes que me hubiera visto durante los cuatro minutos en la televisión, renegara para siempre de cualquier intento futuro de acercarse a la literatura. Un libro fundamentalmente malo, visto desde cualquier punto de vista o perspectiva. Parecía algo sencillo. La labor se reveló titánica.


* Dudo que hubiera escrito este texto si no hubiera estado leyendo Ese famoso abismo

miércoles, 16 de diciembre de 2020

La vida de los edificios, de Rafael Moneo


Quisiera escribir que un lenguaje es todos los lenguajes. Que quien se expresa a través de la arquitectura sabrá hacerlo a través de la palabra. Pero es una afirmación audaz, provocada por el libro que tengo entre las manos, de Rafael Moneo. En el mundo real, el aserto, por más que se repita en letanía (un lenguaje es todos los lenguajes) no se cumple con frecuencia.

Fue en Mérida, capital de la antigua Lusitania, donde conocí a Rafael Moneo mucho antes de que supiera que existía. Suena a paradoja, deshecha a la entrada del Museo Nacional de Arte Romano. Todos los elementos de un lenguaje, así las palabras de un texto, como los haces de  luz en una foto o las dovelas de un arco armonizan hasta alcanzar la sensibilidad del espectador/lector o se deshacen en fracaso. En el Museo el continente abraza al contenido, confraternizan saltando la barrera de los siglos y sorteando el tremendo obstáculo que tantas veces supone la vanidad del arquitecto. Al mirar, desde fuera, o desde dentro, por los alrededores, desde arriba o en escorzo, se ve una sola cosa: Roma en Hispania. Ese es el gran éxito.

El libro de Moneo contiene tres ensayos sobre otros tantos edificios: La Mezquita de Córdoba, la Lonja de Sevilla y el carmen de la fundación Rodríguez-Acosta en Granada.

Dice Rafael Moneo (no se fíen mucho de este NO reseñador que siempre trata a sus lecturas como a sus recuerdos, afable y fantasioso) que los edificios, si están bien hechos, conservarán su carácter resistiendo las modificaciones e, incluso, incorporándolas a su ser. La mezquita resistirá a los abderramanes que sucedieron al primero, a demás emires y califas, a los reyes cristianos y al mismo emperador. En tiempos de Carlos V a la mezquita le insertan una catedral y lo soporta.


La Lonja de Sevilla (que ahora y desde hace siglos es depositaria del Archivo General de Indias) es obra de Juan de Herrera que, al parecer, nunca visitó la obra. Y aquí el ensayo de Moneo se vuelve esplendorosamente turbio y esotérico. Aparece, pero no sólo aparece, sino que campa a sus anchas, Raimundo Lulio a través de las palabras de Herrera. El lenguaje entra en éxtasis con conceptos como, ajústense la peluca, cubo elementado. No entiendo un carajo y cuanto menos entiendo más creo que hay algo divino y mágico en las ideas de Raimundo, en la interpretación de Herrera y en el edificio que, al fin y al cabo, comprenda yo lo que comprenda, ahí continúa, piedra sobre piedra.

Sobre si el Discurso de la figura cúbica es o no de Herrera, hay dudas que nos estorban. ¿No basta que el manuscrito lo descubriera Jovellanos en el monasterio de Santa María de la Real durante su destierro ? No destrocemos lo hermoso en aras de una triste verdad, certeza o realidad.

Moneo acaba haciéndose accesible y explicándonos una lonja de Sevilla de dimensiones humanas.  Las aguas vuelven a su cauce. En fin, todo llega al mar, tarde o temprano.

 

En cuanto al carmen (palabra en este uso de origen árabe, no se confundan, y de restringido ámbito geográfico, Córdoba) de la Fundación Rodríguez-Acosta fue el proyecto personal del pintor José María Rodríguez-Acosta. Durante más de quince años y tres arquitectos luchó con la ladera aledaña a la Alhambra para construir en ella su casa-estudio. El solar debió domar, antes de nada, la acusada pendiente para dar asiento a los jardines,  núcleo del proyecto.

Estamos hablando de principios de los años 20 del S. XX. La construcción, en varios volúmenes que escalan el escarpe, está protagonizada por una búsqueda lúdica de la belleza que siento muy propia de aquella época y el art déco. El carmen es una visión personal, centrada y equilibrada en busca de la belleza, combinando una gran variedad de influencias.

José María Rodríguez-Acosta se tomó muy en serio el proyecto. Le llevó años de tiempo, esfuerzo y de difícil coordinación con los arquitectos que no siempre fueron capaces de dar forma a sus ideas. Al menos tres trabajaron en el proyecto. El edificio, según deduzco de las palabras de Moneo, trata de ser un balcón historiado y ajardinado a Granada, reflejo de las culturas que la enriquecieron y se solidifican en el edificio. Quizá acaba tomando mayor fuerza la clásica greco-romana.

El ensayo de Moneo retoma una idea anterior según la cual el proyecto es tan personal que se puede considerar un autorretrato arquitectónico de José María Rodríguez-Acosta.

 

La web de la Fundación Rodríguez-Acosta contiene información de gran calidad de todo tipo, incluyendo vídeos que recorren el carmen.


sábado, 12 de diciembre de 2020

Un asunto del diablo. El mal en nosotros mismos

 Un verso suelto de un poema de Gastón Baquero: 

Todo lo que podemos recordar es simultáneo e idéntico a nosotros mismos

que nos circunscribe a las fronteras de nuestra piel y al tiempo que cabe en un instante. En tiempo y en espacio tan breve, sin embargo, cabe el universo. La literatura puesta en buenas manos lo demuestra. Pero el poema es mucho más y al sustraerlo a los versos que lo acompañan traiciono a Gastón y lo corrompo.  Con el verso encuentro la excusa para recorrer la vena y el nervio de mi cuerpo. Pido perdón.

Unas palabras de Paolo Maurensig referidas al mal que nos habita, quien sabe si quizá también una reflexión irónica sobre los que pretendemos escribir dejando alguna huella, o sobre los editores que se prestan a negocios con el innombrable. Unas páginas quizá dedicadas, como en las obras clásicas de teatro, a esos personajes que como la traición, los celos o la envidia, toman posesión de un rey, un lacayo o un mendigo para mostrarse amplios a los espectadores del corral.

Breve, concreta y, al mismo tiempo, inasible. No habré entendido nada en la madrugada de sueño interrumpido en la que fui leyendo capítulos del libro hasta rematarlo después del desayuno. ¡Tengo tan mala conciencia como lector!

Infantil, supongo, e inmaduro ese sentimiento de culpa que me queda al terminar la lectura de un libro y acudir a sus reseñas. ¿He pasado de puntillas sobre ascuas? ¿Qué sensibilidad tengo? Y ¿en los pies? 

viernes, 11 de diciembre de 2020

lunes, 7 de diciembre de 2020

Un gato en un piso vacío, poema de Wislawa Szymborska


 Un gato en un piso vacío, poema de Wislawa Szymborska

 Música: Music produced by Jason Shaw on AudionautiX

 https://audionautix.com/

 Canción (song): Acoustic guitar #1

domingo, 6 de diciembre de 2020