miércoles, 16 de diciembre de 2020

La vida de los edificios, de Rafael Moneo


Quisiera escribir que un lenguaje es todos los lenguajes. Que quien se expresa a través de la arquitectura sabrá hacerlo a través de la palabra. Pero es una afirmación audaz, provocada por el libro que tengo entre las manos, de Rafael Moneo. En el mundo real, el aserto, por más que se repita en letanía (un lenguaje es todos los lenguajes) no se cumple con frecuencia.

Fue en Mérida, capital de la antigua Lusitania, donde conocí a Rafael Moneo mucho antes de que supiera que existía. Suena a paradoja, deshecha a la entrada del Museo Nacional de Arte Romano. Todos los elementos de un lenguaje, así las palabras de un texto, como los haces de  luz en una foto o las dovelas de un arco armonizan hasta alcanzar la sensibilidad del espectador/lector o se deshacen en fracaso. En el Museo el continente abraza al contenido, confraternizan saltando la barrera de los siglos y sorteando el tremendo obstáculo que tantas veces supone la vanidad del arquitecto. Al mirar, desde fuera, o desde dentro, por los alrededores, desde arriba o en escorzo, se ve una sola cosa: Roma en Hispania. Ese es el gran éxito.

El libro de Moneo contiene tres ensayos sobre otros tantos edificios: La Mezquita de Córdoba, la Lonja de Sevilla y el carmen de la fundación Rodríguez-Acosta en Granada.

Dice Rafael Moneo (no se fíen mucho de este NO reseñador que siempre trata a sus lecturas como a sus recuerdos, afable y fantasioso) que los edificios, si están bien hechos, conservarán su carácter resistiendo las modificaciones e, incluso, incorporándolas a su ser. La mezquita resistirá a los abderramanes que sucedieron al primero, a demás emires y califas, a los reyes cristianos y al mismo emperador. En tiempos de Carlos V a la mezquita le insertan una catedral y lo soporta.


La Lonja de Sevilla (que ahora y desde hace siglos es depositaria del Archivo General de Indias) es obra de Juan de Herrera que, al parecer, nunca visitó la obra. Y aquí el ensayo de Moneo se vuelve esplendorosamente turbio y esotérico. Aparece, pero no sólo aparece, sino que campa a sus anchas, Raimundo Lulio a través de las palabras de Herrera. El lenguaje entra en éxtasis con conceptos como, ajústense la peluca, cubo elementado. No entiendo un carajo y cuanto menos entiendo más creo que hay algo divino y mágico en las ideas de Raimundo, en la interpretación de Herrera y en el edificio que, al fin y al cabo, comprenda yo lo que comprenda, ahí continúa, piedra sobre piedra.

Sobre si el Discurso de la figura cúbica es o no de Herrera, hay dudas que nos estorban. ¿No basta que el manuscrito lo descubriera Jovellanos en el monasterio de Santa María de la Real durante su destierro ? No destrocemos lo hermoso en aras de una triste verdad, certeza o realidad.

Moneo acaba haciéndose accesible y explicándonos una lonja de Sevilla de dimensiones humanas.  Las aguas vuelven a su cauce. En fin, todo llega al mar, tarde o temprano.

 

En cuanto al carmen (palabra en este uso de origen árabe, no se confundan, y de restringido ámbito geográfico, Córdoba) de la Fundación Rodríguez-Acosta fue el proyecto personal del pintor José María Rodríguez-Acosta. Durante más de quince años y tres arquitectos luchó con la ladera aledaña a la Alhambra para construir en ella su casa-estudio. El solar debió domar, antes de nada, la acusada pendiente para dar asiento a los jardines,  núcleo del proyecto.

Estamos hablando de principios de los años 20 del S. XX. La construcción, en varios volúmenes que escalan el escarpe, está protagonizada por una búsqueda lúdica de la belleza que siento muy propia de aquella época y el art déco. El carmen es una visión personal, centrada y equilibrada en busca de la belleza, combinando una gran variedad de influencias.

José María Rodríguez-Acosta se tomó muy en serio el proyecto. Le llevó años de tiempo, esfuerzo y de difícil coordinación con los arquitectos que no siempre fueron capaces de dar forma a sus ideas. Al menos tres trabajaron en el proyecto. El edificio, según deduzco de las palabras de Moneo, trata de ser un balcón historiado y ajardinado a Granada, reflejo de las culturas que la enriquecieron y se solidifican en el edificio. Quizá acaba tomando mayor fuerza la clásica greco-romana.

El ensayo de Moneo retoma una idea anterior según la cual el proyecto es tan personal que se puede considerar un autorretrato arquitectónico de José María Rodríguez-Acosta.

 

La web de la Fundación Rodríguez-Acosta contiene información de gran calidad de todo tipo, incluyendo vídeos que recorren el carmen.