lunes, 19 de octubre de 2020

La vida del concursante

Imaginen que las empresas funerarias tuvieran una asociación y que esa asociación editara una revista cultural que podría llamarse Final o Tánatos o algo así. Entre otros, el objeto de la revista podría ser la distribución por los tanatorios del país para distracción de sus visitantes, que tantas horas muertas (¡vaya!) pasan junto a sus difuntos sin saber muy bien qué hacer. Además, supongan que la revista convoca un certamen anual de relato corto con un modesto premio. Por supuesto, el relato ganador sería publicado en la revista y leído por los afligidos familiares de los finados. El tema del relato debe estar relacionado con la muerte. ¿Se les ocurre un argumento? ¿Cabe el humor? ¿Qué tono espera el jurado? Y me pregunto aún más: suponte, lector, que estás velando a un ser querido y sobre la mesa de la sala donde te encuentras, junto al jarrón con crisantemos de plástico, hay un par de revistas. ¿Qué esperarías encontrar ahí? En la portada, te adelanto, hay un destacado personaje del mundo cultural, pongamos un Premio Cervantes de hace unos años, sobre cuya obra puede que haya un artículo en el interior o quizá una entrevista. Y también dentro, el cuento.

Un cuento de zoombies me propuso mi sobrino. En un tanatorio un abuelo con 101 años se levanta del ataúd y toca insistentemente en el cristal pidiendo la cena. En ese momento, a altas horas de la madrugada, solo quedan en la sala dos hijos y una nieta que salen chillando y cagándose por las patas pa abajo. No paran hasta llegar al aparcamiento y encerrarse en el coche. Mi sobrino prolongaría la historia con el viejo rompiendo el cristal con fuerzas renovadas y matando a mordiscos a todo quisque. Sortea las patrullas policiales que se interponen en su camino y avanza por la ciudad sembrando el pánico hasta desaparecer tirándose de cabeza por una alcantarilla para dejar así la trama abierta a una segunda parte.

 

Mi madre me propone el sosiego en Cristo que da la muerte como tema. Escribir cómo un cura extraordinariamente viejo que no se ha querido jubilar y es amigo de toda la vida de la familia del difunto, que conoce en confesión todas sus intimidades, aparece en el tanatorio a paso de tortuga. Tarda casi diez minutos desde la entrada donde lo deja el taxi hasta la puerta del ascensor y luego otros diez minutos desde la puerta en la planta hasta una sala. Antes, como está cegato, saluda a gente confundiendo a unos con otros y metiéndose en salas de desconocidos que aprovechan para pedirle apoyo espiritual. Al cabo de una hora llega por fin junto al fallecido correcto y murmulla unas oraciones. Hace unos gestos con los brazos temblorosos que más parecen cosa de toreros que de curas y se despide de los vivos por mucho tiempo y del muerto con un hasta luego. (Esto ya no es de mi madre). Baja muerto de risa entre el gentío. Se encuentra tan bien, le hace todo tanta gracia y hay tanta gente que le da por tocar disimuladamente los culos que puede, sin ver bien si son de hombre o de mujer. Se mete en un taxi también con risas y más se ríe cuando piensa en la cara que pondrá el taxista cuando le diga que le pagará Dios, en todo caso, porque él no piensa hacerlo.

La tercera vía. Mi hermano es muy científico, me propone esta historia. Cuando algunos de los familiares en el tanatorio están en esa fase donde el cansancio ha ablandado ya el protocolo y se admiten chistes con risas discretas, algunas nerviosas, irrumpe en el centro una unidad químico-bacteriológica del ejército con sus trajes EPI y, en acción comando, se lleva un cadáver con gran aparato y despliegue de medios ante la atónita mirada de los presentes. La desconsolada viuda descuelga un extintor de la pared y la emprende a golpes con quien parece ser el oficial al mando. Este la intenta reducir sin éxito y se repliega habida cuenta de que el objetivo primario ha sido alcanzado.

Se sabe por la prensa al día siguiente que el cadáver había aparecido en un descampado y que todo a su alrededor es un misterio. La autopsia no aclaró las causas de la muerte que permanecen a día de hoy desconocidas. El juez autorizó la inhumación y se llevaban a cabo los procedimientos habituales dejados en manos de una empresa de pompas fúnebres cuando se sabe que un testigo (si bien que conocido en el barrio por haber pasado largas temporadas en un centro psiquiátrico que no le sirvieron para abandonar la bebida) se presenta en el cuartel de la guardia civil y declara haber visto cómo el cadáver había sido depositado en el descampado por unos tipos muy altos, de ojos almendrados y piel de color verde que previamente habían descendido de una especie de platillo muy luminoso. Ante la gravedad de los hechos, argumenta la guardia civil, y a pesar de la poca fiabilidad del testimonio, prudentemente se cursa aviso a la comandancia de marina que no considera el asunto de su incumbencia por haberse producido los hechos en tierra firme por lo que da traslado del aviso al cuartel de infantería de donde parte el comando NBQ con toda urgencia haciéndose con el cadáver que en este momento reposa aislado en una cámara hermética a disposición de los forenses militares. Hay un medio lío con los tiempos verbales, lo sé. Pero en definitiva la cosa va así y habría que buscarle un final.

FINAL A) Los forenses militares desarman al muerto de arriba abajo y descubren que no tiene cerebro. Hacen una exhaustiva revisión, órgano por órgano, y no le falta ninguno más. Concluyen que los extraterrestres se han quedado con un cerebro humano vaya usted a saber por qué. Para nada bueno, seguro. Un soldado pregunta si no sería que los de la autopsia civil se quedaron con él. Llaman por teléfono. Sí, tienen un cerebro y no saben de quién. Las prisas, las prisas, dicen. Todo queda en un susto, el cerebro encaja bien y al muerto no le falta nada.


FINAL B) Los forenses militares por más que buscan y rebuscan no ven nada raro. Cuando ya se daban por vencidos un chaval muy curioso que se había colado en la sala se queda flipado con un tatuaje del fallecido. ¿A esa edad con un tatuaje? Si es un abuelo. Sí, mira, ahí justo en la nuca. No es un tatuaje, es el punto de inserción de un microchip. Los demonios extraterrestres le han insertado un microchip. Seguramente es un experimento. La red neuronal del chip ha colapsado con la del humano causándole la muerte. Tras examinar el chip al microscopio aparece serigrafiado en su encapsulado el nombre de una conocida marca asiática de móviles. Los extraterrestres han debido comprar acciones de la compañía y se han hecho con su control. Hay una difusión mundial de la noticia y las acciones de la compañía se desploman a la mañana siguiente porque se descubre su plan para controlar las mentes de la población. Por la tarde las acciones se recuperan y suben un 1000% porque se ha desvelado su plan para controlar las mentes de la población.

 FINAL C) Lo de los trajes NBQ y la operación en el tanatorio ha sido divertido pero el muerto continúa en la cámara hermética dos semanas después y nadie sabe qué hacer con él. Lo envuelven en platina, para que parezca todo como más científico, y se lo devuelven a la viuda pidiéndole disculpas y adjuntando una carta firmada por un coronel o un subteniente donde le da las gracias por haber contribuido con generosidad a la seguridad de la patria y bla, bla, bla... No saben cómo pegarle la carta al cadáver y finalmente optan por graparla en la suela del zapato.




 



jueves, 15 de octubre de 2020

La poesía y cosas así

Por lo visto no basta escribir poemas, o esas cosas que pretenden serlo, sino que además todos ellos deben formar un corpus. De no ser así el lector no encuentra el tono, se pierde entre piezas sueltas, o algo así, me parece entender. Y entonces, que a uno se le ocurra una idea que llevar a un poema y logre montar unos cuantos versos, cosa que parece harto difícil, no es más que la primera piedra puesta en un fantástico edificio. Que la piedra esté bien labrada y parezca buena no significa que junto a otras levante una obra sólida. Eso es harina de otro costal, amigo.

Se me ha propuesto que encuentre un hilo que conduzca a unos cuantos poemas por un camino común. Se me ha propuesto incluso el hilo: el ajedrez. Pues no. Ni así.

Primer intento: en la sexta partida del mundial de ajedrez de 1972 celebrado en Reikiavik entre Boris Spassky y Bobby Fischer el americano gana con gran juego. Boris Spassky, al final de la partida, y a pesar de todas las manías insufribles de su oponente en torno a detalles como la mesa, se une al público y aplaude con una sonrisa a su oponente. El gesto no gusta a la URSS oficial: al enemigo ni agua. 

Pretendo levantar un poema alrededor de ese Spassky. Admiro a un tipo así y no tanto a un Fischer maniático que, pensaba, usó armas psicológicas ajenas al tablero. Pero cuando repaso la biografía de Fischer empiezo a dudar de sus victorias. No tuvo padre conocido y su madre también abandonó el hogar, si se puede llamar así a un cochambroso apartamento en Brooklyn, cuando Bobby tenía unos 16 años. Aprendió solo de niño, leyendo las instrucciones, a jugar al ajedrez. 

Una vida que empieza así tiene pinta de derrota. Todas las demás victorias no pueden saber a mucho, pienso. O incluso que son inevitables. Cualquier esfuerzo, a poco que las dotes naturales ayuden, no puede escatimarse para obtener alguna victoria. Y así, de un punto de partida llegué a otro exactamente distinto. El  lector, ya está comprobado, no se entera de nada, tenga o no presentes las claves y las referencias de la final de 1972 y cierto conocimiento de ambos ajedrecistas. 

¿Es esto poesía? 

No sé.

No sé.

No sé.

¿Y bien?

Me ha dado envidia al leer unas cuantas entradas de blogs escritas con la libertad de los vagabundos ahora que intento escribir un montón de páginas alrededor de un mismo tema, siguiendo una planificación no escrita y, por tanto, me temo, más supuesta que real. La cosa es gigante en mi imaginación, pero en cuanto la intento poner en palabras, merma, como la fruta en el mercado. Es desesperante.

Hablaba ayer con un amigo y me decía que se lo pasa bien escribiendo. Otra vez envidia (iré sin duda a los infiernos cuando esto de una puñetera vez acabe). Para colmo pongo en la tele Página Dos y sale otro, creo que Lorenzo Silva, diciendo que disfruta escribiendo. Pues qué bien. Yo, salvo a ratos, lo paso francamente mal aunque no peor que con el resto de cosas que hago en la vida. De vez en cuando sí que enlazo un ratillo, corto, en que me divierto y, ya esto es muy ocasional, en que me río con lo que he escrito. No cínicamente, sino abiertamente, porque me parece gracioso, lo que no garantiza que la próxima vez que lea exactamente el mismo párrafo me produzca vergüenza y se me enciendan las mejillas. Y así me muevo, entre la envidia, el esfuerzo y la vergüenza. Acumulando páginas a un ritmo desesperantemente lento intentando hilvanar eso innombrable: una novela (que horror de palabra tan repugnantemente pretenciosa). Tendría que haberse inventado ya un eufemismo que evite que nuestra lengua se ensucie con una palabra tan fea y manoseada. Pero es que, además, se suda como en una maratón donde llegas el último. Puedes escribir un cuento malo o muy malo en un rato como puede un abuelo correr los cien metros lisos con bastón. Tardará el hombre diez minutos en vez de los diez segundos, poco más o menos, que tarda el mejor atleta. Pero habrá corrido los cien metros lisos y aunque no le den una medalla habrá perdido poco tiempo y habrá hecho ejercicio, que siempre viene bien. Pero escribir una novela, aún una mierda de novela, es correr una maratón. Cuarenta y dos kilómetros hay que correr para terminarla. Aunque llegues el último, el esfuerzo es descomunal.

No sé.

No sé.

No sé.

domingo, 11 de octubre de 2020

De Brooklyn a Reikiavik

 

De Brooklyn a Reikiavik , poema de Juan José Rodríguez Barrera.


Música: canción Piano Moment de https//www.bensound.com