viernes, 15 de abril de 2011

Extracción de la Piedra de la Cordura

“Si Fernando González Ochoa nos previene, a través de la entrada del día once de abril de 2011 en el blog Sufro de Sueños (ver blogs apuntados desde éste en el margen izquierdo), contra el síndrome del grande hombre incomprendido, yo, modestamente les prevengo contra el síndrome del hombre mínimo, creyente en que toda la culpa de sus males está en él mismo, sus actitudes, sus acciones o su falta de acción. Porque si el primero busca en los demás la explicación de sus fracasos y con ello justifica su inacción, el segundo busca la evitación del conflicto con los que le rodean y de esta manera, también, justifica igualmente su inacción.

No soy sicólogo, no soy filósofo, no soy sociólogo pero la observación de los demás y de mí mismo, las pocas lecturas que he hecho y mi blanda inteligencia me han llevado a concebir que somos, como personas, un cráneo que alberga un cerebro de alguna manera representante de nuestro verdadero yo, si tal existiera. A ese cráneo le suceden tejidos adiposos y musculares antes que la piel y después de ésta las mil máscaras que son nuestros gestos, muecas, sonrisas. Después están las palabras, como éstas. La elaborada máscara de las palabras capaces de nombrar cosas que no existen, capaces de derrumbarse ante lo inefable.

Me pregunto si detrás de las máscaras algo existe, o si somos sólo el perifollo del vacío. Que no somos nada más allá de las capas sucesivas. Y me pregunto esto con el desasosiego propio de quien se teme la peor respuesta, que no existe una respuesta. Pero también con el desasosiego de saber que somos una colección de máscaras que nunca observaremos cabalmente ni con el mejor juego de espejos. Resultamos inabarcables a nosotros mismos. Pero de alguna manera difusa intuimos cuando traicionamos a eso que suponemos nuestro meollo, cuando estamos usando un disfraz que no nos sienta. Por eso, a veces, la culpa de lo que nos pasa la tiene otro y otras, nosotros mismos, pero solemos hacernos pensar que la tiene quien más cómodo en cada momento nos resulta. Con todo esto buscamos un acomodamiento en el mundo, por no decir, una búsqueda relativa de la felicidad. Un compromiso de equilibrio entre la demencia y la cordura, entendiendo aquéllo como la visión distorsionada de la realidad que nos incluye, y ésta, como su visión cabal. Hablamos entonces de los límites de la felicidad.”

Pedro de Palos