domingo, 27 de diciembre de 2020

Vienes hacia mí, poema de Natalia Sosa Ayala


 

Vienes hacia mí, poema de Natalia Sosa Ayala
 
Música: Music produced by Jason Shaw on AudionautiX
 
Canción (song): StandardJazzBars

viernes, 18 de diciembre de 2020

Tele visiones

* portada de Ese famoso abismo

Advertí el verdadero rostro del monstruo cuando estaba comprando unos calzoncillos en Arencibia. Se me acercó una señora y me saludó como si fuera mi vecina.

Si me hubieran preguntado en aquel momento, si alguien, de repente, hubiera congelado a la señora y al dependiente que ordenaba por tallas las camisas de listas y me hubiera preguntado, yo le hubiera contestado, después de reflexionar un poco, pero sólo un poco nada más, que el nuevo invento de la televisión era una radio con imágenes. Una respuesta absolutamente estúpida.

Al finalizar mi recorrido por Triana me habían saludado tres personas más. Me encontraba a disgusto, como observado y censurado. Nunca he podido sentir más que cesura cuando se me mira sin que sepa el motivo. Hasta la fecha (llevo más de diez años publicando) me detenía algún que otro lector por la calle. Normalmente personas amables que me reconocían y con las que entablaba una pequeña conversación, después del preceptivo saludo, acerca de algún libro concreto. Puedo casi recordar las caras de cada uno de esas pocas personas desgranadas a lo largo de años en una periodicidad muy espaciada. Casi puedo recordar a qué libro, párrafo, incluso frase concreta, se refirieron. Una señora se interesó por el destino de Ferrara una vez acabada Una cana al viento. Le prometí incluirlo en algún trabajo futuro. Pero estas cuatro personas que me habían parado hoy por Triana en menos de dos horas no eran lectores, eran gente. No se podía deducir, de lo poco que hablé con ellas, que tuvieran más información sobre mí que mi imagen, en blanco y negro, en la turbia pantalla abombada de sus televisiones. Probablemente no me habían escuchado. Mi intervención en el programa de televisión fue muy breve y atenderían a ella en el salón, mientras los niños jugaban alrededor o hacían barbilla, u oyeron mi voz, desde la cocina, lejana y difusamente mezclada con el ruido de los platos mientras fregaban. Y este asedio que sentí de las cuatro gentes me indignó mientras avanzaba a zancos largos hacia mi casa temeroso de ser asaltado por alguien más. Llegando a mi piso, mi refugio, me di cuenta de que me habían dado exactamente lo que me merecía. Fui yo el que los había asaltado y me había metido en sus casas como un ladrón o un infatigable testigo de religiones. Me introduje en sus casas, subrepticiamente, escondido entre un anuncio de sopas y otro de jabón, con mis biblias en las manos. Yo no podía hacer eso, no era digno de mí, ni de mi religión, tan falsa o verdadera como cualquier otra.

Decidí, por una parte, renunciar en el futuro a cualquier aparición en el nuevo medio y por otra, destruir el camino por el que había llegado a donde me encontraba. Escribir un libro totalmente distinto, raro, incomprensible y, sobre todo, malo. Tan malo que no sólo fuera rechazado por mis actuales lectores sino, si alguna vez, por circunstancias azarosas, algún ejemplar de ese nuevo libro llegara a las manos de cualquiera de esas gentes que me hubiera visto durante los cuatro minutos en la televisión, renegara para siempre de cualquier intento futuro de acercarse a la literatura. Un libro fundamentalmente malo, visto desde cualquier punto de vista o perspectiva. Parecía algo sencillo. La labor se reveló titánica.


* Dudo que hubiera escrito este texto si no hubiera estado leyendo Ese famoso abismo

miércoles, 16 de diciembre de 2020

La vida de los edificios, de Rafael Moneo


Quisiera escribir que un lenguaje es todos los lenguajes. Que quien se expresa a través de la arquitectura sabrá hacerlo a través de la palabra. Pero es una afirmación audaz, provocada por el libro que tengo entre las manos, de Rafael Moneo. En el mundo real, el aserto, por más que se repita en letanía (un lenguaje es todos los lenguajes) no se cumple con frecuencia.

Fue en Mérida, capital de la antigua Lusitania, donde conocí a Rafael Moneo mucho antes de que supiera que existía. Suena a paradoja, deshecha a la entrada del Museo Nacional de Arte Romano. Todos los elementos de un lenguaje, así las palabras de un texto, como los haces de  luz en una foto o las dovelas de un arco armonizan hasta alcanzar la sensibilidad del espectador/lector o se deshacen en fracaso. En el Museo el continente abraza al contenido, confraternizan saltando la barrera de los siglos y sorteando el tremendo obstáculo que tantas veces supone la vanidad del arquitecto. Al mirar, desde fuera, o desde dentro, por los alrededores, desde arriba o en escorzo, se ve una sola cosa: Roma en Hispania. Ese es el gran éxito.

El libro de Moneo contiene tres ensayos sobre otros tantos edificios: La Mezquita de Córdoba, la Lonja de Sevilla y el carmen de la fundación Rodríguez-Acosta en Granada.

Dice Rafael Moneo (no se fíen mucho de este NO reseñador que siempre trata a sus lecturas como a sus recuerdos, afable y fantasioso) que los edificios, si están bien hechos, conservarán su carácter resistiendo las modificaciones e, incluso, incorporándolas a su ser. La mezquita resistirá a los abderramanes que sucedieron al primero, a demás emires y califas, a los reyes cristianos y al mismo emperador. En tiempos de Carlos V a la mezquita le insertan una catedral y lo soporta.


La Lonja de Sevilla (que ahora y desde hace siglos es depositaria del Archivo General de Indias) es obra de Juan de Herrera que, al parecer, nunca visitó la obra. Y aquí el ensayo de Moneo se vuelve esplendorosamente turbio y esotérico. Aparece, pero no sólo aparece, sino que campa a sus anchas, Raimundo Lulio a través de las palabras de Herrera. El lenguaje entra en éxtasis con conceptos como, ajústense la peluca, cubo elementado. No entiendo un carajo y cuanto menos entiendo más creo que hay algo divino y mágico en las ideas de Raimundo, en la interpretación de Herrera y en el edificio que, al fin y al cabo, comprenda yo lo que comprenda, ahí continúa, piedra sobre piedra.

Sobre si el Discurso de la figura cúbica es o no de Herrera, hay dudas que nos estorban. ¿No basta que el manuscrito lo descubriera Jovellanos en el monasterio de Santa María de la Real durante su destierro ? No destrocemos lo hermoso en aras de una triste verdad, certeza o realidad.

Moneo acaba haciéndose accesible y explicándonos una lonja de Sevilla de dimensiones humanas.  Las aguas vuelven a su cauce. En fin, todo llega al mar, tarde o temprano.

 

En cuanto al carmen (palabra en este uso de origen árabe, no se confundan, y de restringido ámbito geográfico, Córdoba) de la Fundación Rodríguez-Acosta fue el proyecto personal del pintor José María Rodríguez-Acosta. Durante más de quince años y tres arquitectos luchó con la ladera aledaña a la Alhambra para construir en ella su casa-estudio. El solar debió domar, antes de nada, la acusada pendiente para dar asiento a los jardines,  núcleo del proyecto.

Estamos hablando de principios de los años 20 del S. XX. La construcción, en varios volúmenes que escalan el escarpe, está protagonizada por una búsqueda lúdica de la belleza que siento muy propia de aquella época y el art déco. El carmen es una visión personal, centrada y equilibrada en busca de la belleza, combinando una gran variedad de influencias.

José María Rodríguez-Acosta se tomó muy en serio el proyecto. Le llevó años de tiempo, esfuerzo y de difícil coordinación con los arquitectos que no siempre fueron capaces de dar forma a sus ideas. Al menos tres trabajaron en el proyecto. El edificio, según deduzco de las palabras de Moneo, trata de ser un balcón historiado y ajardinado a Granada, reflejo de las culturas que la enriquecieron y se solidifican en el edificio. Quizá acaba tomando mayor fuerza la clásica greco-romana.

El ensayo de Moneo retoma una idea anterior según la cual el proyecto es tan personal que se puede considerar un autorretrato arquitectónico de José María Rodríguez-Acosta.

 

La web de la Fundación Rodríguez-Acosta contiene información de gran calidad de todo tipo, incluyendo vídeos que recorren el carmen.


sábado, 12 de diciembre de 2020

Un asunto del diablo. El mal en nosotros mismos

 Un verso suelto de un poema de Gastón Baquero: 

Todo lo que podemos recordar es simultáneo e idéntico a nosotros mismos

que nos circunscribe a las fronteras de nuestra piel y al tiempo que cabe en un instante. En tiempo y en espacio tan breve, sin embargo, cabe el universo. La literatura puesta en buenas manos lo demuestra. Pero el poema es mucho más y al sustraerlo a los versos que lo acompañan traiciono a Gastón y lo corrompo.  Con el verso encuentro la excusa para recorrer la vena y el nervio de mi cuerpo. Pido perdón.

Unas palabras de Paolo Maurensig referidas al mal que nos habita, quien sabe si quizá también una reflexión irónica sobre los que pretendemos escribir dejando alguna huella, o sobre los editores que se prestan a negocios con el innombrable. Unas páginas quizá dedicadas, como en las obras clásicas de teatro, a esos personajes que como la traición, los celos o la envidia, toman posesión de un rey, un lacayo o un mendigo para mostrarse amplios a los espectadores del corral.

Breve, concreta y, al mismo tiempo, inasible. No habré entendido nada en la madrugada de sueño interrumpido en la que fui leyendo capítulos del libro hasta rematarlo después del desayuno. ¡Tengo tan mala conciencia como lector!

Infantil, supongo, e inmaduro ese sentimiento de culpa que me queda al terminar la lectura de un libro y acudir a sus reseñas. ¿He pasado de puntillas sobre ascuas? ¿Qué sensibilidad tengo? Y ¿en los pies? 

viernes, 11 de diciembre de 2020

lunes, 7 de diciembre de 2020

Un gato en un piso vacío, poema de Wislawa Szymborska


 Un gato en un piso vacío, poema de Wislawa Szymborska

 Música: Music produced by Jason Shaw on AudionautiX

 https://audionautix.com/

 Canción (song): Acoustic guitar #1

domingo, 6 de diciembre de 2020

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Mi pierna mala

 Ando, es un decir, con la pata tronchada. Precisamente lo que hago con dificultad es andar, aunque peor me va cuando subo a bajo de la cama. En esta situación uno se da cuenta de lo bajos que son los malditos retretes, y pierde parte de su tiempo pensando por qué. Seguramente es una altura que conviene para que puedan ser usados tanto por niños como por adultos, tanto por gente alta como baja. Una solución de compromiso que resulta inconveniente para los que tienen una prótesis de cadera recién implantada que hace que el mundo de cintura para abajo se sitúe a una distancia adicional a la de siempre. Si algo cae al suelo es como si se hubiera perdido en los confines del universo; no, peor, porque la puedes ver, quizá hurgar con la punta de la muleta, pero resulta inalcanzable, como un amor cortés o un trabajo bien hecho.

Pero si se trata de quejarse, lo de menos es que uno no alcance a las cosas que caen al suelo, o que los retretes obliguen a ciertas delicadas maniobaras de asentamiento y levantamiento. Lo peor es el dolor de los primeros días, después de desaparecer el efecto milagrosa de la epidural. Un dolor ineludible, de noche y de día, que se burla de todos los calmantes que en escala creciente te van administrando sin que puedas escapar a ningún jodido sitio al que no te persiga sañudamente. Tú eres el dolor y el dolor eres tú. Consustancial a lo humano, a lo vivo, y te acuerdas de Domingo Rivero. Ahí están ciertos poemas para recordarte que eres humano, como César. Dolor anticipo del memento mori. Aprecias entonces que la vida está llena de pequeñas felices cotidianidades que siempre has despreciado, como levantarte distraidamente, mientras piensas en tus cosas, del asiento donde estás y sentarte en el retrete y simplemente cagar. Algo que antes fue tan sencillo y ahora, una aventura. Y te acuerdas, no hay remedio, de aquellos que están instalados en esta costumbre, por viejos o por enfermos, de pequeñas gestos convertidos en agonía. Uno deviene humano, vulnerable, enfrentado a un medio hostil, sintiendo que tu propio cuerpo se ha pasado al otro bando y te putea. Y todo esto, en mi caso, es un mal trago hacia una vida mejor. Se supone que una vez curada la pata, como de jamón, alcanzaré una vida mejor de la que tuve con la artrosis recordándome a cada paso que parte de mis cartílagos se habían despedido ya de mí. No quiero ni imaginar que este camino fuera la ruta hacia otro estado peor.

Confieso que sigo mirando mi nueva pierna con desconfianza. Desde el primer día me pareció demasiado larga. Cierto que estaba abierta a la derecha al estilo de la de Charlot, con la punta del pie hacia afuera,  y que esto quedó corregido inmendiatamente. Salí del quirófano con la pierna enderezada, pero larga. He hecho la consulta a tres médicos y los tres me han tranquilizado con tres distintos argumentos, lo que podría parecer poco tranquilizador, pero no, la última me contestó con tal suficiencia, como si pensara, lo que les pasa a todos, que por fin me he dado por satisfecho. Por más médicos que vea no pienso preguntarle qué le parece la longitud de mi pierna operada. Lo dejo definitivamente ahí.

 La cirugía también hizo que ipso facto la pierna operada esté más a la derecha que antes, produciendo una sensación de extrañeza ante mi propio cuerpo. Una cosa tan mía como mi pierna ya no está exactamente donde siempre, sino inclinada de tal manera que el pie derecho está como a diez centímetros de donde antes estaba. ¿Saben ese gesto de quitarte la zapatilla de un pie ayudándote con el otro? Pues resulta que lo intentas y no funciona porque el pie derecho no está donde siempre, tienes que mirar para corregir la posición. Es como si te fueras a rascar la nariz y no estuviera ahí, sino más arriba, o más abajo, o vete a saber, y tienes que mirarte al espejo para poder localizarla y rascarte. Es una sensación muy rara.

Yo solo pasé dos noches en la clínica pero en ese tiempo compartí habitación con tres personas que se fueron sucediendo.  Para empezar, y a pesar de que yo permanecía en la misma habitación, y eran los demás los que llegaban o se iban, con cada nuevo paciente yo tenía la sensación de estar cada vez en un lugar distinto. Que el que cambiaba de habitación era yo hasta tal punto que en mi cabeza me imaginaba en alas distintas del mismo edificio, siendo, por supuesto, la misma vista la que vi siempre desde la misma ventana. ¿Efecto de la anestesia y los analgésicos? No sé. ¿Efecto de que el paisaje humano que cambiaba me influía más que la realidad física que me rodeaba? No lo sé.

Y mis compañeros no ayudaban a animarme, a no ser por el consuelo de los brutos, porque objetivamente creo que los dos primeros estaban en peor situación que yo. Si yo pasé sólo tres noches, mi primer compañero llevaba diesciseis, sí, como leen, diesciseis noches de hospital, y aún con gran dolor. Le dieron el alta y los sustituyó un chico que había sufrido un accidentre laboral con muy dolorosas consecuencias. En la noche eterna que pasamos en la misma habitación pulsábamos alternativamente la llamada a las enfermeras reclamando calmantes sin tener idea del tiempo transcurrido. Venían para decirnos que aún debíamos esperar.

El tercer paciente se fue casi antes de que la epidural dejara de hacerle efecto. Mejor.

Supongo que todo pasa y todo queda, como dice el poeta. Esta entrada de blog, que hoy me parece relacionada con un hecho singular en mi monótona vida, se hundirá en el calendario y será una de tantos textos sin relieve ni forma.




 

 

 

lunes, 19 de octubre de 2020

La vida del concursante

Imaginen que las empresas funerarias tuvieran una asociación y que esa asociación editara una revista cultural que podría llamarse Final o Tánatos o algo así. Entre otros, el objeto de la revista podría ser la distribución por los tanatorios del país para distracción de sus visitantes, que tantas horas muertas (¡vaya!) pasan junto a sus difuntos sin saber muy bien qué hacer. Además, supongan que la revista convoca un certamen anual de relato corto con un modesto premio. Por supuesto, el relato ganador sería publicado en la revista y leído por los afligidos familiares de los finados. El tema del relato debe estar relacionado con la muerte. ¿Se les ocurre un argumento? ¿Cabe el humor? ¿Qué tono espera el jurado? Y me pregunto aún más: suponte, lector, que estás velando a un ser querido y sobre la mesa de la sala donde te encuentras, junto al jarrón con crisantemos de plástico, hay un par de revistas. ¿Qué esperarías encontrar ahí? En la portada, te adelanto, hay un destacado personaje del mundo cultural, pongamos un Premio Cervantes de hace unos años, sobre cuya obra puede que haya un artículo en el interior o quizá una entrevista. Y también dentro, el cuento.

Un cuento de zoombies me propuso mi sobrino. En un tanatorio un abuelo con 101 años se levanta del ataúd y toca insistentemente en el cristal pidiendo la cena. En ese momento, a altas horas de la madrugada, solo quedan en la sala dos hijos y una nieta que salen chillando y cagándose por las patas pa abajo. No paran hasta llegar al aparcamiento y encerrarse en el coche. Mi sobrino prolongaría la historia con el viejo rompiendo el cristal con fuerzas renovadas y matando a mordiscos a todo quisque. Sortea las patrullas policiales que se interponen en su camino y avanza por la ciudad sembrando el pánico hasta desaparecer tirándose de cabeza por una alcantarilla para dejar así la trama abierta a una segunda parte.

 

Mi madre me propone el sosiego en Cristo que da la muerte como tema. Escribir cómo un cura extraordinariamente viejo que no se ha querido jubilar y es amigo de toda la vida de la familia del difunto, que conoce en confesión todas sus intimidades, aparece en el tanatorio a paso de tortuga. Tarda casi diez minutos desde la entrada donde lo deja el taxi hasta la puerta del ascensor y luego otros diez minutos desde la puerta en la planta hasta una sala. Antes, como está cegato, saluda a gente confundiendo a unos con otros y metiéndose en salas de desconocidos que aprovechan para pedirle apoyo espiritual. Al cabo de una hora llega por fin junto al fallecido correcto y murmulla unas oraciones. Hace unos gestos con los brazos temblorosos que más parecen cosa de toreros que de curas y se despide de los vivos por mucho tiempo y del muerto con un hasta luego. (Esto ya no es de mi madre). Baja muerto de risa entre el gentío. Se encuentra tan bien, le hace todo tanta gracia y hay tanta gente que le da por tocar disimuladamente los culos que puede, sin ver bien si son de hombre o de mujer. Se mete en un taxi también con risas y más se ríe cuando piensa en la cara que pondrá el taxista cuando le diga que le pagará Dios, en todo caso, porque él no piensa hacerlo.

La tercera vía. Mi hermano es muy científico, me propone esta historia. Cuando algunos de los familiares en el tanatorio están en esa fase donde el cansancio ha ablandado ya el protocolo y se admiten chistes con risas discretas, algunas nerviosas, irrumpe en el centro una unidad químico-bacteriológica del ejército con sus trajes EPI y, en acción comando, se lleva un cadáver con gran aparato y despliegue de medios ante la atónita mirada de los presentes. La desconsolada viuda descuelga un extintor de la pared y la emprende a golpes con quien parece ser el oficial al mando. Este la intenta reducir sin éxito y se repliega habida cuenta de que el objetivo primario ha sido alcanzado.

Se sabe por la prensa al día siguiente que el cadáver había aparecido en un descampado y que todo a su alrededor es un misterio. La autopsia no aclaró las causas de la muerte que permanecen a día de hoy desconocidas. El juez autorizó la inhumación y se llevaban a cabo los procedimientos habituales dejados en manos de una empresa de pompas fúnebres cuando se sabe que un testigo (si bien que conocido en el barrio por haber pasado largas temporadas en un centro psiquiátrico que no le sirvieron para abandonar la bebida) se presenta en el cuartel de la guardia civil y declara haber visto cómo el cadáver había sido depositado en el descampado por unos tipos muy altos, de ojos almendrados y piel de color verde que previamente habían descendido de una especie de platillo muy luminoso. Ante la gravedad de los hechos, argumenta la guardia civil, y a pesar de la poca fiabilidad del testimonio, prudentemente se cursa aviso a la comandancia de marina que no considera el asunto de su incumbencia por haberse producido los hechos en tierra firme por lo que da traslado del aviso al cuartel de infantería de donde parte el comando NBQ con toda urgencia haciéndose con el cadáver que en este momento reposa aislado en una cámara hermética a disposición de los forenses militares. Hay un medio lío con los tiempos verbales, lo sé. Pero en definitiva la cosa va así y habría que buscarle un final.

FINAL A) Los forenses militares desarman al muerto de arriba abajo y descubren que no tiene cerebro. Hacen una exhaustiva revisión, órgano por órgano, y no le falta ninguno más. Concluyen que los extraterrestres se han quedado con un cerebro humano vaya usted a saber por qué. Para nada bueno, seguro. Un soldado pregunta si no sería que los de la autopsia civil se quedaron con él. Llaman por teléfono. Sí, tienen un cerebro y no saben de quién. Las prisas, las prisas, dicen. Todo queda en un susto, el cerebro encaja bien y al muerto no le falta nada.


FINAL B) Los forenses militares por más que buscan y rebuscan no ven nada raro. Cuando ya se daban por vencidos un chaval muy curioso que se había colado en la sala se queda flipado con un tatuaje del fallecido. ¿A esa edad con un tatuaje? Si es un abuelo. Sí, mira, ahí justo en la nuca. No es un tatuaje, es el punto de inserción de un microchip. Los demonios extraterrestres le han insertado un microchip. Seguramente es un experimento. La red neuronal del chip ha colapsado con la del humano causándole la muerte. Tras examinar el chip al microscopio aparece serigrafiado en su encapsulado el nombre de una conocida marca asiática de móviles. Los extraterrestres han debido comprar acciones de la compañía y se han hecho con su control. Hay una difusión mundial de la noticia y las acciones de la compañía se desploman a la mañana siguiente porque se descubre su plan para controlar las mentes de la población. Por la tarde las acciones se recuperan y suben un 1000% porque se ha desvelado su plan para controlar las mentes de la población.

 FINAL C) Lo de los trajes NBQ y la operación en el tanatorio ha sido divertido pero el muerto continúa en la cámara hermética dos semanas después y nadie sabe qué hacer con él. Lo envuelven en platina, para que parezca todo como más científico, y se lo devuelven a la viuda pidiéndole disculpas y adjuntando una carta firmada por un coronel o un subteniente donde le da las gracias por haber contribuido con generosidad a la seguridad de la patria y bla, bla, bla... No saben cómo pegarle la carta al cadáver y finalmente optan por graparla en la suela del zapato.




 



jueves, 15 de octubre de 2020

La poesía y cosas así

Por lo visto no basta escribir poemas, o esas cosas que pretenden serlo, sino que además todos ellos deben formar un corpus. De no ser así el lector no encuentra el tono, se pierde entre piezas sueltas, o algo así, me parece entender. Y entonces, que a uno se le ocurra una idea que llevar a un poema y logre montar unos cuantos versos, cosa que parece harto difícil, no es más que la primera piedra puesta en un fantástico edificio. Que la piedra esté bien labrada y parezca buena no significa que junto a otras levante una obra sólida. Eso es harina de otro costal, amigo.

Se me ha propuesto que encuentre un hilo que conduzca a unos cuantos poemas por un camino común. Se me ha propuesto incluso el hilo: el ajedrez. Pues no. Ni así.

Primer intento: en la sexta partida del mundial de ajedrez de 1972 celebrado en Reikiavik entre Boris Spassky y Bobby Fischer el americano gana con gran juego. Boris Spassky, al final de la partida, y a pesar de todas las manías insufribles de su oponente en torno a detalles como la mesa, se une al público y aplaude con una sonrisa a su oponente. El gesto no gusta a la URSS oficial: al enemigo ni agua. 

Pretendo levantar un poema alrededor de ese Spassky. Admiro a un tipo así y no tanto a un Fischer maniático que, pensaba, usó armas psicológicas ajenas al tablero. Pero cuando repaso la biografía de Fischer empiezo a dudar de sus victorias. No tuvo padre conocido y su madre también abandonó el hogar, si se puede llamar así a un cochambroso apartamento en Brooklyn, cuando Bobby tenía unos 16 años. Aprendió solo de niño, leyendo las instrucciones, a jugar al ajedrez. 

Una vida que empieza así tiene pinta de derrota. Todas las demás victorias no pueden saber a mucho, pienso. O incluso que son inevitables. Cualquier esfuerzo, a poco que las dotes naturales ayuden, no puede escatimarse para obtener alguna victoria. Y así, de un punto de partida llegué a otro exactamente distinto. El  lector, ya está comprobado, no se entera de nada, tenga o no presentes las claves y las referencias de la final de 1972 y cierto conocimiento de ambos ajedrecistas. 

¿Es esto poesía? 

No sé.

No sé.

No sé.

¿Y bien?

Me ha dado envidia al leer unas cuantas entradas de blogs escritas con la libertad de los vagabundos ahora que intento escribir un montón de páginas alrededor de un mismo tema, siguiendo una planificación no escrita y, por tanto, me temo, más supuesta que real. La cosa es gigante en mi imaginación, pero en cuanto la intento poner en palabras, merma, como la fruta en el mercado. Es desesperante.

Hablaba ayer con un amigo y me decía que se lo pasa bien escribiendo. Otra vez envidia (iré sin duda a los infiernos cuando esto de una puñetera vez acabe). Para colmo pongo en la tele Página Dos y sale otro, creo que Lorenzo Silva, diciendo que disfruta escribiendo. Pues qué bien. Yo, salvo a ratos, lo paso francamente mal aunque no peor que con el resto de cosas que hago en la vida. De vez en cuando sí que enlazo un ratillo, corto, en que me divierto y, ya esto es muy ocasional, en que me río con lo que he escrito. No cínicamente, sino abiertamente, porque me parece gracioso, lo que no garantiza que la próxima vez que lea exactamente el mismo párrafo me produzca vergüenza y se me enciendan las mejillas. Y así me muevo, entre la envidia, el esfuerzo y la vergüenza. Acumulando páginas a un ritmo desesperantemente lento intentando hilvanar eso innombrable: una novela (que horror de palabra tan repugnantemente pretenciosa). Tendría que haberse inventado ya un eufemismo que evite que nuestra lengua se ensucie con una palabra tan fea y manoseada. Pero es que, además, se suda como en una maratón donde llegas el último. Puedes escribir un cuento malo o muy malo en un rato como puede un abuelo correr los cien metros lisos con bastón. Tardará el hombre diez minutos en vez de los diez segundos, poco más o menos, que tarda el mejor atleta. Pero habrá corrido los cien metros lisos y aunque no le den una medalla habrá perdido poco tiempo y habrá hecho ejercicio, que siempre viene bien. Pero escribir una novela, aún una mierda de novela, es correr una maratón. Cuarenta y dos kilómetros hay que correr para terminarla. Aunque llegues el último, el esfuerzo es descomunal.

No sé.

No sé.

No sé.

domingo, 11 de octubre de 2020

De Brooklyn a Reikiavik

 

De Brooklyn a Reikiavik , poema de Juan José Rodríguez Barrera.


Música: canción Piano Moment de https//www.bensound.com

domingo, 27 de septiembre de 2020

Bougainvilla Spectabilis

 


Bougainvilla Spectabilies, poema de Nieves Delgado.


Música: Music produced by Jason Shaw on AudionautiX

Canción (song):Hark The Herald Angel

A la hartanza de mí

Frente a hartura o hartazgo, prefiero hartanza, que al parecer no existe. Y la prefiero (y doy la explicación aunque no me siento con la obligación de darla) porque las otras dos palabras están hechas ya, y rehechas, bizcochadas y casi quemadas de hornearlas en cocinas ajenas.

Esa hartanza que siento es la del tonto del espejo. Ese tipo, tan formal y tan estúpido al que se le va la vida acumulando un currículum que no mira ni Cristo. A qué preocuparse uno de ir vestido de primera comunión si se es (está palmariamente comprobado) TRANSPARENTE. Pero acaso, me pregunto, ¿no es ese tu sueño, melón? Debe ser que no, que aunque repita el salmo, no lo creo, y espero hacerme visible aunque sea parcialmente, una oreja nada más, o por el tiempo de un relámpago. ¡Qué mierda,no?

Y sigo leyendo, no sé para qué. Yo creo que leo con la esperanza del buscador de oro, que imagina filones, pero en el fondo sabe que con suerte encontrará como mucho unas pepitas. Y sí, de vez en cuando aparecen, pero a costa de un trabajo de chinos, una cosa de estar tirado horas en un sofá pasando páginas con esperanza languideciente. ¿Es esto vida? Y me pregunto más, ¿estamos al final del camino?

No, no estamos al final ni al principio de nada. Es sólo la astenia primaveral, el retorno al trabajo, y por sobre todo (qué me gusta este por sobre todo) el abrumador peso de los titulares de los periódicos. Causas tácticas todas ellas de mi flojera, muy personales, muy circunstanciales y no es que esté diciendo que redacten en exclusiva para mí los titulares de los periódicos, sino que yo me los tomo como lo que no son, augurios del fin del mundo. Son los prosaicos intentos de pobres humanos que sobreviven intentando llamar la atención de otros pobres humanos. Apelan a la catástrofe, y no es que la catástrofe no existiera ayer y haya nacido esta mañana, sino que viene siendo de siempre y aquí estamos, tapándonos cada día los oídos y apretando los dientes ante la explosión, cuando esto es un incendio, y ese olor a carne quemada es de mis pies, que llevan al fuego desde siempre.

viernes, 18 de septiembre de 2020

martes, 8 de septiembre de 2020

Vicios habituales

 


 

 

Vicios habituales , poema de Juan José Rodríguez.


Música: canción November de https//www.bensound.com

martes, 1 de septiembre de 2020

Lo que fue presente (Diarios 1985-2006) de Héctor Abad Faciolince

Ahora alterno la lectura de estos dos libros gruesos: Trilogía de la memoria, de Sergio Pitol y Lo que fue presente (Diarios 1985-2006) de Héctor Abad Faciolince. Hago el juego de avanzar unas páginas con uno y perseguirlo con el otro, aunque son totalmente distintos. Los disfruto a cada uno tal cual es, según su especie.

 

 Los diarios de Faciolince no deberían gustarme tanto porque no tiene apenas ornamento literario y porque las relaciones de pareja tienen demasiada importancia en ellos y en la vida del autor. Además, son relaciones muy turbulentas para mi gusto (todas lo son y sólo Héctor así de descarnadamente lo cuenta). Lo que me ha sucedido con su lectura es que, al margen de estos mis prejuicios,  una vez emprendida, continúa sin que sienta ningún agotamiento. Como los diarios se prolongan desde 1985 hasta 2006 se aprecia la evolución del personaje Héctor Abad Faciolince. En los primeros años la ansiedad, las dudas sobre sí mismo, sus capacidades y sobre sus sentimientos son una constante. La muerte de su hermana y el asesinato de su padre acrecientan el torbellino de sentimientos, miedos e inquietudes que nos transmite el texto. Poco a poco el personaje va encontrando su camino en la vida, la literatura. El éxito supone dedicarse a la literatura y llegar a que otros disfruten leyéndolo sin traicionarse a sí mismo en contenidos y estilos. ¿Se plantean varias preguntas? ¿Este paulatino camino de asentamiento en sí mismo es real o viene provocado por un decreciente intimismo en los diarios, cierta consciencia de que acabarán siendo leídos? Puedo responder a esta pregunta con lo que yo pienso, pero además de destripar (curiosamente, sobre esta palabra concreta hay un  análisis en el libro) los diarios en alguna medida, no tendría la menor importancia. La importancia, en todo caso, es lo que piense cada lector.

Sí me parece indudable que con los años la angustia va siendo domada. La inteligencia del autor está fuera de toda duda y la inteligencia, así pienso, va siempre ligada al humor, pero hasta la página 377 que se corresponde en esta edición con abril de 1997, no llega mi primera carcajada. Hasta esa fecha sólo recuerdo haber leído en un contexto de tensión.

Moraleja 1: el tiempo pasa y nos vamos haciendo viejos. 

Moraleja 2: habrá que leer El olvido que seremos.



sábado, 29 de agosto de 2020

Fuerteventura

 Días en Fuerteventura con tres buenos amigos. Prácticas de convivencia para un solitario empedernido como yo, que supero sin problemas gracias a ellos. Unos días llenos de camaradería, cariño, respeto, felicidad y risas. Las condiciones no eran las mejores porque el calor me pone de mal humor. Afortunadamente lo pudimos mitigar con los baños en la playa que recuperé después de años. Cuando viví en Fuerteventura mi relación con el mar fue diaria. Tomaba el sol y me bañaba cada día excepto durante los meses de mucha afluencia de turismo interior, en el corazón mismo del verano, en pleno agosto. En este verano, en estos días con mis amigos he vuelto a bañarme con placer en el mar y, sobre todo, a margullar. Me gusta el silencio y las sensaciones cuando nado por el fondo, con el pecho pegado a la arena, con toda-completamente mi piel en contacto con el agua fresca. Noto enseguida el efecto benéfico del mar. El cuerpo, sólo para mantener la temperatura sumergido en agua debe activar, conjeturo, un mecanismo como el de quien hace un deporte suave y continuo. Se añaden los efectos del yodo, del agua salada limpiadora entrando en mis maltrechos senos paranasales, del ejercicio sin impactos para todos los músculos del cuerpo, de la plácida conversación en el enorme frigidarium.

Cumplí años en aquellas fechas y me regalaron los diarios de Héctor Abad Faciolince, Lo que fue presente. Gran lectura sin que sepa muy bien por qué. Trataré de reflexionarlo, quizá (el compromiso no es lo mío), en una entrada un día de estos, cuando lo acabe, que me falta muy poco.

Y pasar los días sin más preocupación que planificar las comidas, acordar el mejor medio para escapar del calor (mar o piscina) y el mejor sitio para leer (bajo una sombrilla o frente a un ventilador).

El día que recorrimos la isla en coche, Fuerteventura es una isla larga, pasamos por la Librería Tagoror, en la que no ha hecho nido ninguna nostalgia porque siempre que vuelvo sigue ahí, como estuvo siempre o mejor. Todas las librerías me proponen lecturas y me aligeran el bolsillo, pero ninguna como Tagoror. Yo no sabía qué era y le atribuía efectos a mi actitud (la visito siempre sin prisas, de vacaciones, relajado). Pero no, mis amigos, que no la conocían, quedaron también atrapados. Nos costó irnos. Tuvimos que hacer un descanso en una cafetería cercana y volver un rato más, antes de despedirnos de ella con unas cuantas lecturas en las alforjas. Después continuamos hacia el Norte: las Grandes Playas, Lajares, El Cotillo y la inigualable Aguas Verdes, con su magnética playa. Y a la vuelta, con la luz del atardecer, las vistas del centro de la isla, desde las montañas de Betancuria. Las llanuras que no abarca la vista, interrumpidas por montañas ocres redondeadas por la erosión milenaria, me llenan el corazón de paz. Me pasó desde la primera vez y me pasa siempre que desde que tomo el cruce de Tefía, viniendo del Norte, hacía el interior de la isla, la mente se relaja como la vista lo hace en la enorme llanura.

Qué diferente La Palma de Fuerteventura y qué a gusto he estado estos días en ambas.


martes, 25 de agosto de 2020

Breña Baja, Breña Alta o quizá Mazo

 He pasado unos deliciosos días en La Palma gracias a la invitación de mi hermano y mi cuñada. De madrugada, cuando me levantaba al baño de la casa rural en que se alojaban, en vez de las repugnantes cucarachas frecuentes en Las Palmas encontraba un peninqué en la ventana del baño. Todas las noches el mismo, al que llegué a tocar con un dedo sin que huyera. Lo eché en falta la última noche, en la que no apareció.

Por las mañanas (siempre madrugo aunque no quiera) emprendía un sencillo camino hasta una tiendecita muy cercana. La casa rural en la que nos quedábamos, como tantas en La Palma, respetaba la arquitectura tradicional dado que son restauración y acondicionamiento de casas antiguas, pajeros muchos de ellos, como los llaman. Techos de teja a cuatro aguas, una sola planta casi siempre, paredes anchas de piedra, uso de madera para casi todo, que además da ese agradable olor que me recuerda los de las ermitas de Fuerteventura. Creo que nunca he sido tan consciente del olor de la madera como dentro de la Ermita de Nuestra Señora de Regla (Pájara, Isla de Fuerteventura) y nunca sabré por qué. En ese camino de apenas doscientos metros pasaba delante de la casa  casi ruinosa, cosa sorprendente en La Palma, de un señor que no parecía tener otra ocupación que sentarse a la entrada, con sus gatos, a ver pasar el tiempo. De los cuatro o cinco gatos que rondaban por allí, dos, por lo visto, eran suyos, los otros no. Desde luego había dos que se sentaban junto a él cuando les parecía bien, sobre unas sillas destartaladas. Todos, los suyos y los demás, me huían si intentaba acercarme a menos de un metro. Tratamos de engatusarlos con alguna loncha de jamón cocido. Poco éxito, comían sin avidez, con pausa, sin abandonar una actitud vigilante y dejaban sobras.

La tiendecita era de esas que en Gran Canaria están casi extinguidas, de aceite y vinagre. Una señora mayor, pequeñita, la llevaba y me daba los buenos días. Reconozco que fui interesado en ver la tienda, que era como la esperaba. Mostrador de toda la vida, alhacenas de madera también de toda la vida, con cristales y los productos con los precios etiquetados a mano, uno a uno. Cuando le pedía cualquier cosa a la señora salía disparada a buscarla al lado. Por el covid el mostrador accesible a los clientes estaba reducido con una cinta. Me daba apuro pedirle las cosas una a una y hacerla ir y venir tantas veces. Logré decirle dos cosas por vez antes de que saliera como una bala. El pan lo sacaba de un arcón de madera que parecía estar custodiado por su marido. Yo no sabía quien era, simplemente lo veía junto al arcón. Fueron otros quienes me dijeron que era el marido de carácter hosco. Ella sería, por tanto, el trato con el cliente, es decir, la tienda.

Reconozco que la primera vez que entré mi interés radicaba en la tienda y no en los posibles tenderos y fui precavido contra la tendencia a pegar la hebra de las personas de sitios pequeños a los que les sobra el tiempo. Mi mundanidad espera despachar el asunto de la compra de manera rápida, eficiente. Pero la señora me produjo ternura y cierta nostalgia por algo que, aunque vivía en el presente, pensaba que era del pasado, una especie de pliegue en el tiempo. Me tranquilizó ver que en el poco tiempo que estaba en la tienda entraron dos clientes que por el comportamiento se intuían habituales, un sustento seguro.

El último día de mi estancia, un sábado, la señora me anunció que el lunes no abriría porque la operaban de cataratas. Le pregunté y me comentó algunos detalles, como que era alérgica al látex, lo que había frustrado el intento de operación anterior. Le deseé una suerte innecesaria, porque, le dije, se sabe que es una intervención sencilla. Aún así, me pareció que la señora no podría abrir el martes, aunque eso, obviamente, no se lo dije.


Mi hermano se quedó unos pocos días más. Le pregunté si la tienda había vuelto a abrir el martes. No. El miércoles, cuando ellos se fueron, tampoco.



Las cosas quieren su sitio

En el yacimiento del Tendal (San Andrés y Sauces, Isla de La Palma) nos explicaron que con algunos objetos se enfrentaban al problema de la descontextualización. Unos bastones de madera fueron encontrados por personas no profesionales que los extrajeron de su lugar de origen. Aunque ahora están en manos de expertos se perdió para siempre su ubicación con respecto a los demás restos encontrados, lo que hubiera proporcionado pistas valiosas para conjeturar sus usos, simbología o funciones. Y pensaba yo, que disfrutaba de unos días de descanso en La Palma, cómo poco a poco he ido perdiendo interés por los museos en mis viajes, siempre pocos, por esos mundos de Dios. Lo achacaba a la edad, que nos va minando, y también a la sensación de avalancha al verme rodeado de tanto junto, inabarcable y enorme. Obviamente, en este caso, estoy pensando en grandes museos abrumadores como El Prado. Pero quizá, ahora que lo pienso, en los museos las obras están descontextualizadas, se convierten en una especie de mercancía en el escaparate de un pseudo centro comercial del arte y la historia. Quizá lo que digo es una barbaridad. Seguro que la intención museística es siempre buena y que es la mejor de las maneras, dentro de las posibles, de hacer el arte accesible a todos.

En la memoria tengo algo difuso un recuerdo que puede ser inventado y que no pienso comprobar aunque supongo que sería fácil hacerlo con algunas consultas en la red. Hasta ayer por la tarde, como quien dice, todo el arte era religioso o andaba dando vueltas alrededor de lo religioso. Creo que fue en Teruel, creo que fue en una iglesia con influencia mudéjar, que subí a unos pasillos laterales altos desde los que se podía apreciar muy de cerca el artesonado. Y creo que fue en esa iglesia que pasé después delante de un tríptico al que no hacían mucho caso dado que la estrella de la visita era el techo mudéjar. Se trataba de un óleo sobre tabla que parecía flamenco. Le pregunté al guía, creo recordar que me reafirmó en lo que pensé sin darle mucha importancia al asunto. La visita me pareció deliciosa. Tuvo una parte muy guiada y comentada, con el acceso a los techos que no hubiera sido posible de otra manera, y otra en la que deambulé por la iglesia a mis anchas. El placer de ver arte en su contexto, ahora que lo pienso, varios años después, gracias a la visita al yacimiento de El Tendal.

sábado, 18 de abril de 2020

viernes, 17 de abril de 2020

Fragmento de los Diarios, de Iñaki Uriarte


Fragmento de los Diarios, de Iñaki Uriarte. Iñaki Uriarte, (2019). Diarios.

Pepitas ed. Música: canción summer de https//www.bensound.com

sábado, 11 de abril de 2020

Fragmento del cuento Dos coches mal aparcados, de Sergi Pàmies.

Fragmento del cuento Dos coches mal aparcados, de Sergi Pàmies.

Sergi Pàmies, (2014). Canciones de amor y de lluvia. Editorial Anagrama.

 Música: canción Jazzy Frenchy de https//www.bensound.com

miércoles, 1 de abril de 2020

Poema: Lectura en un cuarto de hotel, de Juan Luis Panero.

Poema: Lectura en un cuarto de hotel, de Juan Luis Panero.

Juan Luis Panero, (2013). Galería de fantasmas. Visor libros.


Música: canción Love de https//www.bensound.com

miércoles, 25 de marzo de 2020

Las moscas, poema de Domingo López Torres

Poema: Las moscas, de Domingo López Torres.

Enlace al artículo de Wikipedia sobre Domingo López Torres, asesinado en 1937 después de ser recluido en Fyffes  

Domingo López Torres, (1990). Obra selecta. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobiernos de Canarias.


Musica: canción OfeliasDream de https//www.bensound.com

lunes, 23 de marzo de 2020

Participación, poema de Antonio Cabrera

Poema: Participación, de Antonio Cabrera

Antonio Cabrera. Montaña al sudoeste (Antología poética). Sevilla. Ed. Renacimiento.


Musica: canción Tomorrow de https//www.bensound.com

sábado, 21 de marzo de 2020

Rewind de Juan Tallón

He leído, por orden en el tiempo, cuatro artefactos literarios de Juan Tallón: Fin de poema, Mientras haya bares, El váter de Onetti y Rewind.
El primero fue un deslumbramiento, un descubrimiento. No sé si Riforfo, quien ilumina mi camino, me habló de él, o lo hojeé por casualidad en la librería Sinopsis, y me lo llevé, más que a casa, a una terraza aledaña donde empecé a darle los primeros bocados. Mi memoria no es muy buena pero tengo en la cabeza estos últimos detalles.
Si nos ponemos rigurosos con es significado de la palabra artefacto diremos que es una máquina o aparato pero también una perturbación o distorsión en la apreciación de un fenómeno. Eso son los textos de Juan Tallón, aparatos literarios y distorsiones de la realidad. Yo espero de los libros que incorporen los defectos de visión de quienes los escriben, esa manera peculiar de filtrar con palabras la realidad inventada o basada en hechos que se suponen sucedidos. No es una aberración sino una alta cumbre a la que no todos llegan.


¿El váter de Onetti es una novela? ¿Rewind es una novela?
Son artefactos literarios que merece la pena leer.  A mí me da la impresión de que a Juan Tallón no le queda otra opción que darle una forma más o menos convencional (novela) a lo que escribe, pero que si por él fuera, escribiría con más amplia libertad. Como lector estas clasificaciones de género se me dan una higa.
Rewind, siendo una sucesión de voces de distintos personajes sobre los mismos hechos, me parece más fácil de clasificar en lo que comúnmente llamamos novela que El váter de Onetti. Ambos libros se merecen una lectura porque Tallón alumbra textos que son una delicia, pero si tuviera que elegir, preferiría El váter porque siendo menos correcta (en el sentido de bien hecha) tiene unas imperfecciones adorables, como esa verruguita de la persona que amamos. Y soy consciente de que no estoy diciendo nada, que han leído tres párrafos y no han sacado nada en claro. Así es.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Poema Para que yo me llame Ángel González, de Ángel González



Poema: Para que yo me llame Ángel González, de Ángel González

Ángel González, (2008). La primavera avanza. Madrid. Visor libros.


Musica: canción Birth of a hero de https//www.bensound.com

lunes, 16 de marzo de 2020


Dejar pasar varios días desde que acabo la lectura de un libro hasta que redacto unas líneas sobre las sensaciones que me ha dejado o las reacciones que me ha provocado acaba introduciendo en ellas un algo de fabulación y un, me temo, bastante de imprecisión. Así que mi falta de memoria y mi pereza para colmar las lagunas con datos fiables acaba generando un metatexto al amparo del original. Todo esto para prevenirles: no se fíen de las palabras que continúan, puede que no tengan mucho que ver con lo que escribió Malcolm Lowry.


La primera carta que contiene este librito está dirigida a su editor para convencerlo de publicar Bajo el volcán. Es un texto de una extensión considerable y se estructura como comentario al informe de un lector profesional, el segundo, que muestra, según se deduce de las palabras de Lowry, muchas dudas sobre la conveniencia de publicar la novela, al menos, tal como fue entregada.
Los intentos de Lowry por explicar detalles de su exhaustivo trabajo (la reescribió varias veces durante años y en una ocasión llegó a perder completamente el manuscrito) me provocaron un fuerte sentimiento de piedad. Peor aún es leer cómo defiende la novela, según se deduce del texto, de intentos por acortar capítulos o suprimirlos. Todo suena, aunque Lowry nunca usa esa palabra, a propuestas de mutilación de las que se deduce que se pretende obtener el beneplácito del autor. Nunca es así, Lowry defiende, en un difícil equilibrio de poderes donde parece representar el papel más débil, cada palabra, cada línea y cada párrafo. En esa defensa explica detalladamente aspectos de la novela que, desde mi perspectiva, revelan su concepción como un sistema intrincado de símbolos en una estructura compleja. Me parece muy difícil que un lector común, ni siquiera ese segundo lector profesional (hubo un primer lector que se nombra lateralmente y del que se deduce que fue mucho más indulgente), alcance a vislumbrar tal complejidad.
La novela, tras la lectura de esta carta, parece una especie de criatura, quizá con algo de monstruo frankesteínico por cuanto se alza sobre el autor con una vida propia de interpretaciones múltiples. Lowry comenta las relaciones de la novela con textos clásicos y el papel metafórico de personas, cosas y animales. Conforme avanza la carta creo percibir por la amplitud y la belleza de sus explicaciones un crecimiento de la autoconfianza del autor, como si, al tener que organizar su pensamiento y su trabajo con la novela para ponerlo por escrito, se fuera percatando él mismo de las implicaciones y los méritos de la obra.

Podemos leer:
El hombre muerto con el sombrero sobre el rostro que ve el Cónsul en el jardín es el hombre que se encuentra al lado de la carretera en el capítulo VIII. Esto puede ocurrir realmente en un delirium tremens superior. Paracelso me daría la razón.

Y:
Y su deseo de ser compositor o músico es el deseo innato de Todos-los-hombres de ser de algún modo poetas, mientras que su deseo de ser aceptado en el mar representa el deseo consciente o inconsciente de Todos-los-hombres de formar parte -aunque esta no exista- de la comunidad humana. Hugh se nos revela como una persona frustrada cuya frustración puede ser semejante a de un ebrio como el Cónsul, quien se siente frustrado como poeta (¿y quién no? [...]
Y a todas estas sabemos que la obra de Malcolm Lowry incluye poesía. Hasta donde sé únicamente disponible en versiones originales, descatalogadas y por tanto en el mercado de segunda mano. Y todo esto porque leyendo esta carta se alimenta la curiosidad sobre la poesía de Lowry.

Aquí acaba mi comentario puesto que la segunda carta está dirigida a su abogado y no tiene, al menos para mí, interés literario relevante.


miércoles, 11 de marzo de 2020

Instantáneas

Trieste podría ser la capital de un país ficticio. Limitaría al norte, al este y al oeste con la memoria de las culturas que nos conforman. Tendría por cónsul honorario a Claudio Magris. Un cónsul sin disciplinas laborales, ajeno a burocracias, al alcance del pueblo, en continuo y atento paseo por la urbe, abordable por ciudadanos que se dirigirían a él como maestro explicándole en qué medida han encontrado en la vida cotidiana un pequeño inconveniente que con tal o cual medida se pudiera resolver. Podría ser Trieste entonces una ciudad también con un foro activo, entre piedras viejas, con ciudadanos nuevos que con su propia voz, sin intermediarios, ejercieran en sus fuerzas la retórica, defendiendo su postura con palabras. En ese país imaginario Claudio Magris sería el honorable ciudadano que acumularía la cultura, la historia y el sosiego de Trieste. A caballo entre Viena y Roma y a la orilla del que siempre será nuestro mar, se haya nacido a la orilla de otro mar u océano que fuera, las  escenas cotidianas de la ciudad van sugiriendo historias a Claudio Magris que tienen que ver con él mismo, es decir, con los triestinos, es decir, con nosotros.