martes, 25 de agosto de 2020

Breña Baja, Breña Alta o quizá Mazo

 He pasado unos deliciosos días en La Palma gracias a la invitación de mi hermano y mi cuñada. De madrugada, cuando me levantaba al baño de la casa rural en que se alojaban, en vez de las repugnantes cucarachas frecuentes en Las Palmas encontraba un peninqué en la ventana del baño. Todas las noches el mismo, al que llegué a tocar con un dedo sin que huyera. Lo eché en falta la última noche, en la que no apareció.

Por las mañanas (siempre madrugo aunque no quiera) emprendía un sencillo camino hasta una tiendecita muy cercana. La casa rural en la que nos quedábamos, como tantas en La Palma, respetaba la arquitectura tradicional dado que son restauración y acondicionamiento de casas antiguas, pajeros muchos de ellos, como los llaman. Techos de teja a cuatro aguas, una sola planta casi siempre, paredes anchas de piedra, uso de madera para casi todo, que además da ese agradable olor que me recuerda los de las ermitas de Fuerteventura. Creo que nunca he sido tan consciente del olor de la madera como dentro de la Ermita de Nuestra Señora de Regla (Pájara, Isla de Fuerteventura) y nunca sabré por qué. En ese camino de apenas doscientos metros pasaba delante de la casa  casi ruinosa, cosa sorprendente en La Palma, de un señor que no parecía tener otra ocupación que sentarse a la entrada, con sus gatos, a ver pasar el tiempo. De los cuatro o cinco gatos que rondaban por allí, dos, por lo visto, eran suyos, los otros no. Desde luego había dos que se sentaban junto a él cuando les parecía bien, sobre unas sillas destartaladas. Todos, los suyos y los demás, me huían si intentaba acercarme a menos de un metro. Tratamos de engatusarlos con alguna loncha de jamón cocido. Poco éxito, comían sin avidez, con pausa, sin abandonar una actitud vigilante y dejaban sobras.

La tiendecita era de esas que en Gran Canaria están casi extinguidas, de aceite y vinagre. Una señora mayor, pequeñita, la llevaba y me daba los buenos días. Reconozco que fui interesado en ver la tienda, que era como la esperaba. Mostrador de toda la vida, alhacenas de madera también de toda la vida, con cristales y los productos con los precios etiquetados a mano, uno a uno. Cuando le pedía cualquier cosa a la señora salía disparada a buscarla al lado. Por el covid el mostrador accesible a los clientes estaba reducido con una cinta. Me daba apuro pedirle las cosas una a una y hacerla ir y venir tantas veces. Logré decirle dos cosas por vez antes de que saliera como una bala. El pan lo sacaba de un arcón de madera que parecía estar custodiado por su marido. Yo no sabía quien era, simplemente lo veía junto al arcón. Fueron otros quienes me dijeron que era el marido de carácter hosco. Ella sería, por tanto, el trato con el cliente, es decir, la tienda.

Reconozco que la primera vez que entré mi interés radicaba en la tienda y no en los posibles tenderos y fui precavido contra la tendencia a pegar la hebra de las personas de sitios pequeños a los que les sobra el tiempo. Mi mundanidad espera despachar el asunto de la compra de manera rápida, eficiente. Pero la señora me produjo ternura y cierta nostalgia por algo que, aunque vivía en el presente, pensaba que era del pasado, una especie de pliegue en el tiempo. Me tranquilizó ver que en el poco tiempo que estaba en la tienda entraron dos clientes que por el comportamiento se intuían habituales, un sustento seguro.

El último día de mi estancia, un sábado, la señora me anunció que el lunes no abriría porque la operaban de cataratas. Le pregunté y me comentó algunos detalles, como que era alérgica al látex, lo que había frustrado el intento de operación anterior. Le deseé una suerte innecesaria, porque, le dije, se sabe que es una intervención sencilla. Aún así, me pareció que la señora no podría abrir el martes, aunque eso, obviamente, no se lo dije.


Mi hermano se quedó unos pocos días más. Le pregunté si la tienda había vuelto a abrir el martes. No. El miércoles, cuando ellos se fueron, tampoco.



1 comentario:

Nieves Delgado dijo...

Paisajes humanos cada vez más difíciles de encontrar.