miércoles, 11 de marzo de 2020

Instantáneas

Trieste podría ser la capital de un país ficticio. Limitaría al norte, al este y al oeste con la memoria de las culturas que nos conforman. Tendría por cónsul honorario a Claudio Magris. Un cónsul sin disciplinas laborales, ajeno a burocracias, al alcance del pueblo, en continuo y atento paseo por la urbe, abordable por ciudadanos que se dirigirían a él como maestro explicándole en qué medida han encontrado en la vida cotidiana un pequeño inconveniente que con tal o cual medida se pudiera resolver. Podría ser Trieste entonces una ciudad también con un foro activo, entre piedras viejas, con ciudadanos nuevos que con su propia voz, sin intermediarios, ejercieran en sus fuerzas la retórica, defendiendo su postura con palabras. En ese país imaginario Claudio Magris sería el honorable ciudadano que acumularía la cultura, la historia y el sosiego de Trieste. A caballo entre Viena y Roma y a la orilla del que siempre será nuestro mar, se haya nacido a la orilla de otro mar u océano que fuera, las  escenas cotidianas de la ciudad van sugiriendo historias a Claudio Magris que tienen que ver con él mismo, es decir, con los triestinos, es decir, con nosotros.