domingo, 27 de diciembre de 2009

Tres Hermanos

Los dos hermanos esperaban sentados en un sofá de cuero para reunirse con el menor. Habían viajado desde Las Palmas a Madrid. Previamente, ambos se habían reunido en la antigua casa paterna, en Las Palmas, que no lograban vender debido a la crisis. Habían determinado que no quedaba otro remedio que pedirle ayuda a Miguel.
El lobo de la crisis había atacado primero a José. Su ferretería, cuyas principales ventas eran los materiales de construcción, había entrado en suspensión de pagos, y después de una corta agonía, había quebrado. Su patrimonio había cubierto escasamente dos terceras partes de las deudas. La sociedad limitada que formaba con su mujer y sus hijos ya no existía. En el barrio habían perdido su prestigio de antaño. No en vano, la plantilla de trabajadores, ahora en el paro, era en su mayoría también de El Batán. José, al caminar por el barrio, creía notar cómo le clavaban duras miradas en el cogote.
José y su familia pidieron ayuda a Antonio, que tenía una empresa de cultivos en invernadero.
-Ya te dije que lo seguro es el sector primario. Te ayudaré, tengo trabajo para ti y toda la familia. Acabo de meterme a construir 100.000 metros cuadrados más de invernaderos en Fuerteventura.
-Gracias, Antonio. Desde que quieras nos incorporamos.
-Eso sí, tendrán que vivir en Fuerteventura. Es allí donde les necesito. El alojamiento tendrá que correr de su cuenta porque ahora mismo el desembolso ha sido muy fuerte y las cuentas están un poco justas. Más adelante, cuando empiece la explotación, podemos hablar de nuevo el tema -justificó Antonio.
-Lo que sea, lo importante ahora es empezar con algo nuevo.
Pero la competencia en el sector hortofrutícola se volvió atroz. Las grandes plataformas de distribución atornillaron a los proveedores y pagaban con plazos enormes. Antonio empezó a pasarlo muy mal y acudió al banco en busca de ayuda. Eso acabó de hundirlo.
Así que ahora se veían en aquel sillón de cuero tan lujoso esperando a que Miguel, el hermano menor, los recibiera.
-De pequeños no fuimos muy buenos con él.
-Tampoco fuimos malos, simplemente era el menor y estaba muy mimado, alguien tenía que darle un poco de contrapunto -dijo Antonio
-Sí, pero ¿no nos pasamos burlándonos de él? -preguntó José.
-Pues claro, era tan fachento, saltando de empresa en empresa con esas ínfulas. ¿Te acuerdas de cuando lo catapultaron en el Banco Argea? Pues era todo humo. Por lo visto él obligó a los de abajo a emitir tropecientas tarjetas de crédito que nunca llegaron a manos de los clientes, se quedaron en los cajones de las oficinas. Cuando los grandes jefes se dieron cuenta a Miguel ya lo había fichado la Reptol por un pastizal. Todo eso me lo contó un amigo que trabajaba en el banco.
-Eso demuestra que tiene ingenio.
-Y un morro que se lo pisa...
-Siempre ha visto las cosas desde otra altura.
-Como que era el último de arriba de la litera, y a mí me tocaba la jodida colchoneta que metíamos de día debajo de tu cama !Así tengo la espalda hecha un moco! -resongó Antonio.
-¡Qué tiempos, joder, se me están viniendo a la memoria! -dijo José
-¡No chupamos leche en polvo, ni nada! Me acuerdo de ver a mamá batiéndola con agua en un caldero de aluminio.
-Y aceite Racsa para freír las papas- seguía recordando José.
-Y queso de plato y no había otro.
-Espero que Miguel se acuerde también de todo lo que pasamos juntos y nos eche una mano. Y no tenga muy en cuenta el asunto de la matrícula.
-Nosotros no podíamos ayudarle. Empezábamos a tener dinero. Tenía que buscarse la vida, como nos la buscamos nosotros -puntualizó Antonio.
-Y las cucarachas, ¿te acuerdas de las cucarachas?
-Yo era el que dormía a ras de suelo ¿Cómo no me voy a acordar? Todavía me salen en las pesadillas. Y el cricrí de cuando mordisqueaban el papel de las paredes -y Antonio hizo un gesto de asco, como si acabara de ver una. José dio un respingo al otro lado del sofá.
Los interrumpió una señorita rubia, educada y fría, que los invitó a seguirla. Los dos hermanos, hipnotizados por el movimiento de su trasero, no sabrían decir cuántos metros de pasillos recorrieron hasta llegar a un despacho enorme donde les esperaba su hermano detrás de una mesa monumental sobre la que no había un solo papel. Solamente un portátil y una especie de centralita telefónica.
Se levantó a saludarlos con una enorme sonrisa. Estaba perfecto, un poco más viejo, pero perfecto. Parecía recién salido de la peluquería y el traje impecable le quedaba como hecho exactamente a su medida.
No se abrazaron pero el apretón de manos fue vigoroso y cordial. Apenas estuvieron unos momentos en pie y se sentaron alrededor de una mesa redonda. Tenía un centro de flores que a Antonio y José les resultaba incómodo porque su hermano parecía camuflarse detrás de las hojas y las rosas, pero Miguel no hizo nada por apartarlo.
-Por lo visto están pasando algún problema económico... -empezó Miguel.
-Bueno, sí. A Antonio le va mal con la empresa y la mía tampoco va bien, la crisis en Canarias está golpeando muy duro -dijo José.
Antonio saltó al oír a José.
-Hay confianza, digo yo, vamos al grano. La empresa de José no es que lo esté pasando mal, es que ya no existe: quebró hace año y medio. Y la mía va camino de lo mismo si no le metemos una inyección de capital en la vena. Es un negocio con futuro, el clima es ideal para los invernaderos y el suelo barato en Fuerteventura, pero tenemos unos periodos de cobros y pagos que no se aguantan si no hay detrás una financiación fuerte -explicó Antonio con unos gestos contundentes sobre la mesa.
Miguel intervino, desde detrás de una espiga del centro de mesa.
-Entiendo que José está ahora empleado contigo -preguntó, y asintieron los dos con la cabeza-. Con lo cual ayudar a uno es ayudar a todos -y volvieron a asentir-Lo que pasa es que, ¿de cuánto estamos hablando?
-Un millón de euros, aunque puedo apañarme con 950.000 -dijo Antonio inmediatamente.
-¡Sopla! No es moco de pavo -contestó Miguel-. Evidentemente, yo personalmente no puedo, tendría que tener informes y llevarlos al consejo antes de irme, y ahí está la pega. Esto es alto secreto, aunque ya no importa, está todo decidido. Yo aquí no voy a durar mucho: dos o tres semanas y me voy -esto lo dijo inclinándose hacia adelante y con la voz más baja-. La empresa publicará en breve las cuentas y no van a ser buenas. Yo he ganado aquí un prestigio importante y me han tirado los tejos desde la competencia. Holanda. Me quieren para una multinacional holandesa. Y me voy -se estiró de nuevo hacia atrás.
-¡No sé cómo te las apañas! Te beneficias y te escapas justo antes del desastre. Llevas toda la vida así. José y yo estábamos recordando el cuento que nos contaba mamá de los tres cerditos, ¿te acuerdas? -preguntó Antonio-. Siempre reflexionamos sobre su enseñanza. Por eso yo elegí la agricultura y José la construcción.
Miguel no quería caer en sentimentalismos ni viejos recuerdos entre hermanos. Al fin y al cabo, sólo se habían acordado de él porque necesitaban su influencia o su dinero.
-Me acuerdo, aunque yo no soy de reflexionar, sino de actuar. Nunca supe muy bien qué enseñanza se sacaba de aquello. Yo escuchaba a mamá, sacando la cabeza desde el borde de mi litera y pensaba que al fin y al cabo, el cerdito de la casa de paja se lo había pasado muy bien porque había perdido poco tiempo haciendo la suya y al final se salvaba igual, refugiándose en la de su hermano. No sé. Yo no supe nunca qué conclusión sacar. Cuando mamá apagaba la luz y se iba yo me volvía para el techo y pensaba que fuera cual fuera la opción correcta, estaba claro que sería la de un cerdo.

5 comentarios:

Antonio Lino Rivero Chaparro dijo...

¡Bien llevado a tu terreno Juanjo!
Detesto el cuento de los tres cerditos, creo que tanto como tu Miguel.

¡Un abrazo!

Poeta del Alba dijo...

Buen relato Juanjo. Me ha gustado.

Antonio QD dijo...

Le falta algo. Es una narración, pero la historia no tiene un fin, ningún tipo de fin. Es como si toda la historia tuviese como único objeto llegar a la historia de los 3 cerditos. Tampoco tiene poesía.

Siento que la crítica sea mala.

Juanjo Rodríguez dijo...

Entiendo tu crítica, la agradezco y la comento: final sí tiene, es la frase del hermano pequeño pero el problema es que sólo tiene final. Todo el cuento está construido para eso y es como un chiste. El resto es práctico, plantea una situación y unos antecedentes que desembocan en ese final, pero es solamente eso, un camino que hay que recorrer pero por el que no hay objetos interesantes. Es soso. Así lo veo yo.williams

Juanjo Rodríguez dijo...

Agradezco la crítica y en parte la comparto, me explico: sí tiene final, pero es lo único que tiene. Es como un chiste, hay un planteamiento y unos antecedentes que llevan a la frase final. Pero ese camino es soso, un erial, vamos; práctico, pero feo.