martes, 4 de mayo de 2010

Ignacio Aldecoa

Ayer me pasaba un amigo los comentarios del editor Constantino Bértolo en una entrevista. Se quejaba del estado de la narrativa actual española. Se quejaba de que es floja y mortecina, de que está (así lo entendí yo) rendida a una feligresía de lectores pacatos entre los que no puedo dejar de contarme. Una colección de burgueses que no quieren ser despertados de su sueño del bienestar, sordos a la algarabía de los que tienen que buscarse la vida cada día. Y a éstos, se les ha dado la televisión para reducirlos a masa semoviente, y a los jóvenes una falta de educación encaminada a hacer de ellos masa de obra, piezas útiles de la maquinaria, ladrillos en la muralla...que dirían los viejos rockeros, a los que todavía se oye pero sin escucharlos. Así interpreto yo lo que decía el editor, al que pienso, le importaba "la utilidad" de la novela, su realismo entendido como reflejo de la sociedad que la hace; y la novela como denuncia de las consecuencias (en este caso, según él, dicho literalmente) del "capitalismo". Les invito a que lo lean directamente, que debe andar por la red, como casi todo. Puestas así las cosas y considerando, muy capitalísticamente, el mundo literario como un mercado, los lectores son los que hay, y para ellos habrá que escribir, habrán pensado quienes editan. Y no nos engañemos, los que leemos y los que escriben, somos poco más o menos, siervos de la misma gleba.


Es discutible ese solo papel de la narrativa. Hay novelas "interiores" que cuentan la vida de un hombre y lo que le pasa y lo que siente. Hay novelas sobre barcos amotinados hace dos siglos que nos cuentan, junto a otras muchas cosas, lo penoso de la esclavitud de los senegaleses, sin que ese sea "el tema". O la vida de un fantasma que trabaja en unas oficinas de un abogado de Wall Street. La denuncia de las cosas que pasan no es requisito imprescindible para darle valor a un libro. Hay libros cuyo mérito consiste en inventar un mundo que sólo tiene sentido en el sonido de las palabras que lo van contando y en las imágenes que evoca. Libros que hacen que sus traductores suden tinta.
Pero uno anda reflexionando sobre estas cuestiones y sopesando lo que decía el editor, cuando cojo en las manos un libro de cuentos de Ignacio Aldecoa, y todo cambia. Viene a caer como un cubo de agua de pozo sobre la comodidad de sofá, bien instalada. Realismo, sí. Tocamos la vida, después de la guerra, o de las guerras; de los campesinos, de los pescadores, de los vagabundos, de las familias burguesas con tiendita en ciudad de provincias. A los personajes los sentimos ya no reales sino hiperreales, porque nos sentamos con ellos a comer puchero el domingo, en familia. Oímos sus conversaciones mezquinas, sus reproches y sus cariños fraternales y sus esperanzas vanas. Acompañamos a un boxeador de gimnasio de barrio hasta partirse la crisma por una ilusión sin futuro, en una España donde el triunfo era sobrevivir y ver un poco de luz entre tanta grisura. Nos obliga en buen tino a compararla con la España actual y descubrir que no es oro todo lo que reluce, o relucía antes de la crisis. Esta literatura es quizá la que reclamaba el editor en su entrevista. Frente a esta literatura, toda la demás parece disparates de diletantes o garabatos de gente aburrida, juegos de burgueses que aprendieron ortografía. Esa es su tremenda potencia, descomunal. La de meternos en el mundo de Ignacio Aldecoa, el que sentía. Ni más ni menos que porque fue un escritor como la copa de un pino y escribía con honradez, siempre extraña al ego histriónico y gigantuno de su gremio.
Otras literaturas son posibles, valiosas y probables, aunque no frecuentes hoy en día. En general, no puedo estar de acuerdo con el editor. Creo que lo que debemos exigir como lectores es que las novelas, sencillamente, sean buenas. Fácil, ¿verdad? ¿Y si dejáramos de editar durante un par de años? Como un barbecho o una purga. Hay tanto escrito, que editar y publicar es una necesidad "de mercado". Como lector, no me preocupa demasiado, para entretenerme tengo el fútbol.

5 comentarios:

Calamardo dijo...

A mi me descubrió Aldecoa una profesora de Lengua llamada Mariana cuando yo cursaba 1º de BUP en el instituto. Me descubrió Aldecoa, y a Eduardo Mendoza y, también, a H.P. Lovecraft. Mis compañeros y yo recompensamos su entrega con burlas, risas, malos modos y algún que otro llanto que le provocamos. Hoy como parte de esa grey de bestezuelas que eramos, no puedo menos que sentirme culpable.

Riforfo Rex dijo...

Apoyo la propuesta.

¡PAREN DE EDITAR YA!

Todos los libros que merecen la pena leerse ya han sido escritos.

Ningún libro puede considerarse leído si no lo ha sido al menos dos veces.

Entrevista:
http://www.literaturas.com/v010/sec0402/entrevistas/ent0402-03.htm
pregunta:¿Crees que la narrativa en España goza de buena salud?

Juanjo Rodríguez dijo...

"Calamardo se Burla". Aldecoa tiene un cuento sobre eso ;)

Palos de ciego dijo...

Me parece un texto magnífico. Me siento identificado con lo que intento hacer, no sé si con tanto acierto, en "Palos de ciego": hablar de lecturas de manera reflexiva, sin caer en la típica reseña o en el comentario superficial. Lo importante no son los libros en sí, sino la impronta que deja cada libro en el lector.
Además, estoy totalmente de acuerdo con la tesis del artículo: la culpa de que se publiquen tantos libros sin calidad no es de las editoriales (que, al fin y al cabo, tienen que subsistir en el mercado), sino de la falta de exigencia de los lectores.
De paso, me apunto en la agenda a Aldecoa. Me imagino que te refieres a un libro de cuentos que tiene publicado Cátedra.
Esta faceta tuya de articulista o columnista literario me parece muy buena. Pienso que deberías explotarla más en el blog, darle más cancha a esta sección titulada "Reflexiones". Además de lectores exigentes, eso también hace mucha falta en la sociedad.

Juanjo Rodríguez dijo...

Que no se convierta esto en un intercambio de elogios. En "Palos de Ciego" lo haces muy bien. Riforfo usó la palabra "impecable" para referirse a tus entradas y me parece muy bien elegida. Fluyen a la perfección. Se leen como si nada (y eso es mucho decir). Lo mío no creo que sean las entradas de opinión. Me cuesta lo mío pero con ciertas lecturas lo considero una obligación ineludible. No puedo leer a Aldecoa y quedarme callado. En el caso de José María Eça de Queiroz más me valía haberme callado, porque me salió una pifia, pero es que me parece "obligatorio" escribir sobre las lecturas que nos llenan tanto.