domingo, 13 de abril de 2014

Vida y muerte de la República Española, de Henry Buckley

Mañana, día 14 de abril, se cumplirá el aniversario de la proclamación de la República Española en 1931. Siguen pesando demasiado las ideas que se instalaron durante 40 años de dictadura y que de una manera u otra se transmitieron a generaciones que, como la mía, no vivieron directamente aquel período crucial en la historia de nuestro país. Para empezar, soy consciente de que la palabra "república" se asocia en las cabeza a "Guerra Civil". Esa sola asociación no hace a la primera culpable de la segunda pero condiciona las estructuras de pensamiento. Esto, por dar un solo ejemplo.

De alguna manera, y eso que hace ya tiempo que peino canas, el acercamiento a ese período de la historia me resulta doloroso e incómodo. Además, siempre he estado convencido de que sería imposible obtener información mínimamente imparcial.

Hace unos meses cayó en mis manos Vida y muerte de la República Española de Henry Buckley. Ver que el autor no era de origen español me llevó a hojearlo. Me pareció interesante y lo llevé a casa. Buckley fue corresponsal del periódico The Daily Telegraph en España. Llegó a Madrid en 1929 y la abandonó, junto con los últimos republicanos, por la frontera catalana al final de la Guerra Civil (recordemos, para ubicarnos cronológicamente, que Miguel Primo de Rivera dimitió en enero de 1930).
La edición cuenta con el prólogo de Paul Preston y una interesante nota del traductor, Ramón Buckley, hijo del autor. En esta última, el niño Ramón recuerda que un jovencito inglés desgarbado y de melena rubia asediaba a su padre con "un arsenal de preguntas". Se trataba, ni más ni menos, que de Hugh Thomas, ansioso por obtener información de primera mano sobre aquellos años que le apasionan.

Con Vida y muerte de la República Española he obtenido una información inevitablemente parcial, pero honrada y sin fines interesados, libre de rencores atávicos, de reacciones viscerales, o de clichés que arrancan desde la primera educación. Me ha ayudado, además, ha recolocar personajes y hechos de la época que andaban flotando sin acabar de clavarse en "un tablero" que me diera una imagen más o menos ordenada de los acontecimientos.
Buckley expresa no pocas veces su opinión sobre los acontecimientos y hace análisis de los problemas profundos que arrastraba el país, y de las causas y consecuencias de lo que venía pasando en él. Cuando el periodista llega a España se encuentra con un país atrasado, con estructuras sociales y políticas propias, según sus propias palabras, de la Edad Media. Una sociedad con enorme peso de la Iglesia, el Ejército y de caciques locales.

La gran línea que subyace en la historia que nos narra Buckley en su experiencia del día a día, es la de un país, un pueblo, que trató valientemente de sacudirse el atraso, la desigualdad y la injusticia social en la que se encontraba. Esto generó un fuerte conflicto interno que se internacionalizó con el apoyo de unos países y la inacción de otros. En esta lucha, el periodista, denuncia especialmente el abandono culpable de las democracias occidentales hacia la república y el pueblo español. Si a esto sumamos la intervención decidida de las potencias fascistas a favor del bando franquista, que no tuvo contraparte suficiente en el apoyo soviético, el desequilibrio evidente abocaba a un desenlace que la valentía y la ilusión sólo pudo demorar, pero no revertir. Muy revelador de esta falta de apoyo de la República es la patética descripción que hace Buckley cuando, al final de la guerra, los últimos refugiados y republicanos derrotados cruzan la frontera francesa: no reciben apenas ayuda, tienen que resguardarse del frío cavando agujeros donde meterse. Aparecen expertos y medios para proteger las obras de arte que vienen de España, pero las personas parecen no importar a nadie.


La más importante consecuencia de la lectura de este libro es la ruptura de esa perversa relación mental entre República Española y Guerra Civil de la que escribía en el primer párrafo. La proclamación de la República fue el acontecimiento más positivo de nuestra historia reciente. Si no hubiera muerto a manos de la Guerra Civil, nos hubiera dado, sin duda, un presente mucho mejor.

La República Española de 1931 fue el intento ilusionado de dirigir a España hacia el progreso, sacarla del siglo XIX (por no decir del XVI) y dirigirla rumbo al futuro. Su proclamación desató la alegría y la ilusión popular de una manera que será difícil volver a ver. Todo un pueblo creyó que otra España era posible: un proyecto enorme que encontró reacciones muy poderosas, que generó unas expectativas muy difíciles de no defraudar y que tuvo unos objetivos no alcanzables a un mismo tiempo y de una sola tacada. A esto se añadió que la España republicana se convirtió en el escenario donde intervinieron por acción o dejación fuerzas de escala europea (fascismo, comunismo, lucha de clases, democracias) con consecuencias trágicas. Pero con los resultados de la Guerra Civil Española, a pesar de todos los sufrimientos y pesares, el fascismo no se dio por satisfecho. Continuó su agresión y dio lugar a un desastre aún más destructivo. Henry Buckley lo seguiría por el Norte de Africa e Italia, pero esa es ya otra historia.






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