viernes, 14 de junio de 2013

Madame Bovary

Ojalá pueda mantener mi firme decisión transitoria de escribir, aunque sólo sea unas líneas, sobre lo que vaya leyendo. Hoy le toca a Madame Bobary, como si de ella se hubiera escrito poco. Comprendan que lo hago más por obligarme a la reflexión consciente, y así sacar punta a mi memoria, que porque quede mucho que decir sobre la novela. Advierto de que en esta modesta entrada se aludirá al argumento, por si alguien quiere prevenirse de ese peligro.

Como casi siempre que leo lo archiconocido, se me vienen abajo las ideas previas. Me esperaba que la novela supusiera, si no una exaltación, sí una defensa del amor romántico, y es más bien todo lo contrario. Lo esperaba por ignorancia, ¿para qué nos vamos a engañar? He leído que fue precursora del naturalismo, o del realismo y, desde luego, el amor romántico queda más bien por los suelos. Gracias a Flaubert, nos reímos de él a mandíbula batiente. La famosa escena erótica en el carruaje por las calles de Rouen, de la que tanto me habían hablado, tiene muy poco de erótica, ni falta que le hace, ni creo que fuera la intención del autor. Los órganos estimulados del lector son los que tienen que ver con la risa, no busquen más abajo del cuello, en cualquier caso. La leí a la hora de la siesta de un jueves y creo que a mis vecinos no les hizo ni pizca de gracia.

Esta novela llevó a Flaubert ante los tribunales, por mostrar abiertamente el adulterio, el suicidio, la mediocridad de la vida cotidiana y atentar contra la moral pública.

El pobre Carlos Bovary, descrito magistralmente desde sus años mozos, es un médico que no pasa las fronteras del pueblo y que ama a su mujer. No sabemos bien si es así de bobo o se lo hace, con el fin de mantener a Emma a su lado. El hombre da un perfil de poca energía y carácter. Su mujer, Emma Bobary, quiere convertirse en mujer de mundo, traspasar las fronteras del pueblo, llegar a París, pero como muy lejos llega a Rouen. No le falta belleza y gracia para que los hombres se fijen en ella y toma dos amantes que se quedan cortos al tamaño de sus fantasías. También se le quedan cortos los ingresos de su marido y no falta un prestamista siniestro que se aprovecha de su ambición hasta llevarla a la bancarrota. De la quiebra, Emma llega al suicidio. Hay un capítulo adicional, con Emma ya muerta, que me desconcierta por las descripciones algo morbosas en torno al cadáver. No parece que Flaubert tuviera ningún cariño a los personajes.

Me quedan de manera especial en la memoria un par de escenas y matices.
-La pobre Berta, hija del matrimonio y que da cierta lástima, descolgada de sus padres.

-La magnífica escena en la que Flaubert intercala el discurso de unos políticos en una feria de ganado con los requiebros de uno de los aspirantes a amante de Emma Bobary. El primero hila un discurso político intachable, el segundo una oratoria romántica de verdadero profesional de la seducción.

-Por último, el intento de Carlos Bovary de reparar mediante una operación la minusvalía de un pobre diablo con pies planos. El médico es arrastrado hacia esa intervención por el famaceútico del pueblo,  ávido por despuntar socialmente a toda costa. Éste insiste en mantener unos vendajes después de la operación cuando ya se intuía que nada había salido bien. Llevan al desgraciado hasta la gangrena. A punto está de morir pero la intervención de un gran médico de la época consigue que la cosa quede nada menos que en la amputación de la pierna. Este capítulo demuestra la inoperancia de Carlos Bovary. Lo único grande que intenta, a instancias de la fe de otro, acaba con desastrosos resultados.

La novela es encomiada como una de las cumbres de la literatura, también como bisagra entre el romanticismo y el naturalismo o realismo. Mario Vargas Llosa la nombra casi siempre que interviene en un acto público y le ha dedicado al menos un ensayo (La orgía perpetua). Para el autor peruano es una de esas obras en las que se llega a lo que considera la cima en el arte de escribir historias: que el lector se abstraiga en un mundo de origen ajeno, pero que vive como propio, como un sueño, si no como una realidad, traspasando la frontera física de un simple papel blanco y unos símbolos negros. Ahí es nada el asunto.



3 comentarios:

Antonio Lino Rivero Chaparro dijo...

Pues yo también espero que mantengas "esta firme decisión transitoria" de escribir sobre lo que vayas leyendo.

Un saludo.

Juanjo Rodríguez dijo...

Esa frase es de Riforfo y la he adoptado:"firme resolución transitoria". Me ancanta.

Ela Alvarado dijo...

Me sumo al comentario de Antonio: espero que sea firme la decisión transitoria. Desde luego te has sumergido en la historia. Me ha encantado leerte.