lunes, 24 de junio de 2013

El amigo Manso, de Benito Pérez Galdós


Fatigar, como decía Borges, páginas de historia es en la mayoría de las veces fatigarse leyendo sobre  guerras, batallas, conquistadores, generales y tantos y tantos "grandes hombres" y sus "grandes hechos". Sobre sus hombros, el que más y el que menos, carga una pila de muertos. Son estos personajes los que copan la historia, como los corruptos y maníacos los titulares de los periódicos. Pero la historia está hecha por todos los hombres. Por la manera en la que amasaron el pan, educaron a sus hijos o amaron a sus parejas. Por la manera en la que dormían o se vestían. Por cómo sobrevivían.

La pluma afilada de Francisco Umbral escribió que Benito Pérez Galdós tenía alma de portera. Leemos a Galdós y lo consideramos un elogio. En El amigo Manso, vuelve a ejercer de notario y voyeur que nos mete en las casas de la gente y nos enseña cómo se cocían los garbanzos en el siglo XIX. Máximo Manso, que se declara ficticio e inexistente desde la primera línea, nos presta sus ojos y su voz para conocer la vida de un profesor de filosofía y toda una serie de personajes de la sociedad de la época. Su historia es la de un hombre íntegro, capaz, reflexivo, formado, inteligente, que domina la palabra escrita y que fracasa en la sociedad en la que vive. ¿Les suena? ¿Estamos hablando del S. XIX? Su alumno o discípulo, Manuel Peña es quien se lleva el gato al agua. Por supuesto, el gato tiene también nombre de mujer. Manuel es un joven de acción, inteligente, bien parecido y extraordianario orador, si bien, torpe al escribir.

Galdós nos abre las puertas de las casas, nos invita a pasar y nos presenta a sus habitantes. Con él aprendemos que a aquellas alturas del siglo se usaba aún el reto a duelo, que los gatos eran habituales en las casas y sobre estos pequeños detalles la estructura de la sociedad por sus tipos. La  supervivencia era aún imposible para la mujer de manera independiente. Necesariamente debían buscar cobijo bajo un hombre. La vieja Dña. Cándida recurre a la astucia y el parasitismo para mantener el tren de vida que perdió al morir su marido. El gran personaje femenino de la novela, Irene, parece capaz, a los ojos de Manso, de conseguir la independencia, pero finalmente cae bajo las ruedas del sistema. Máximo Manso cambia la alta opinión que tenía de ella. No sabemos (Galdós no quiso que lo supiéramos) si este cambio es una defensa de Máximo para superar su pérdida o una apreciación objetiva sobre la muchacha.

Si esta novela tiene malo, éste es José María Manso, hermano de Máximo. A su vuelta de las américas monta un partido político y trata de ganar influencias. Lo hace de manera programada y perversa. Usa el poder que gana para intentar someter a Irene a sus deseos. A su calor se calientan una buena serie de personajes secundarios que despliega Galdós: nobles que exhiben sus títulos, un poetastro soporífero, etc. El cuadro que pinta el escritor canario es el páramo de la mediocridad. En él Máximo Manso es una mancha fracasada y aislada, o exitosa a su manera y según sus valores, pero igualmente aislada. Por otro lado, su alumno Manuel Peña, es una pincelada brillante que ha sabido adaptarse a las sombras del cuadro galdosiano.

2 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Magnífica reseña. Hasta donde llevo leído el libro se ajusta a la perfección.

Ela Alvarado dijo...

Muy buena reseña, sí señor. La historia la hacen todos los hombres y todas las mujeres que, aunque parezca lo mismo, no es igual. ;-)