domingo, 18 de agosto de 2013

Elogio de la ociosidad y otros ensayos, de Bertrand Russell

Leer a Bertrand Russell mitiga mi desasosiego. No sé si va conmigo o con los tiempos, pero me cuesta encontrar a qué asirme para levantarme tras los palos que me da el periódico. No sé si hay un sistema planificado por mentes malévolas para confundirnos o si surge espontáneamente de un totum revolutum que no entiende ni Dios. Este mundo es el imperio de la confusión.

Hay quien dice que son cosas del tardocapitalismo o del posmodernismo y que el estado del hombre actual es el líquido. Que nos tenemos que adaptar al envase y renunciar a las viejas fijezas. Si hoy toca creer en la productividad y trabajar en un burger, mañana tocará suspirar por el crecimiento espiritual y cobrar por clases de meditación Zen al estilo minijob para comprar el último Galaxy y suma y sigue. Puede que tengan razón, o simplemente se estén adaptando a la forma de una berza.

¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? Pues Bertrand Russell no va a despejar las dudas porque una pregunta así es de suyo un error, pero leerle es encontrar el reposo  en el sentido común y la bonhomía.

Este hombre pensaba, una costumbre hoy en desuso, al menos de esta forma, sin vías estrechas, a lo ancho. Tampoco nos dan tiempo para pensar, sin un respiro y con tanta información desinformante. A este respecto, Russell, que siempre gozó de una posición acomodada, supo criticar cómo las malas condiciones de vida que implican el agobio constante de una sociedad capitalista impiden la realización cabal de las personas, desde su crecimiento propio hasta la adecuada educación de los hijos.

Su generación tuvo que pensar. Tragarse dos guerras mundiales en una sola vida no podía ser normal. Recordemos que fueron los años de Alan Turing, Albert Einstein, Ludwig Wittgenstein, Frederick Copleston (no vean su debate con Russell en Youtube sin tomarse una tila o un par de vodkas) y tantos otros que no tenían los medios de hoy en día pero sí un cráneo en la parte alta del cuerpo relleno de neuronas efervecentes.

Así que a Russell le dieron el premio Nobel de Literatura en 1950. Se merecía uno y no debieron encontrar otro que se le adaptara mejor. Russell contribuyó fundamentalmente a la lógica, a la matemática y a la filosofía, por un lado, con escritos técnicos rigurosos; y por otro a la economía, el sentido común, la sociología y el deleite con textos como estos ensayos que he leído. La academia sueca le entregó el premio "en reconocimiento de sus escritos variados y significativos en los que defiende los ideales humanitarios y la libertad de pensamiento". Su contribución a lo que yo entiendo como literatura no fue mucha, ni falta que le hizo.

Para que se hagan una idea de la independencia de pensamiento que ejercía diremos que estuvo un par de veces encarcelado a pesar de su prestigio y abolengo; que intentaron vetarlo en la universidad americana por sus ideas acerca de la libertad sexual; que su compromiso con el pacifismo le hizo mediar entre las potencias en conflicto, con mejor o peor fortuna.

Si tienen sobre la mesa de noche un ladrillo de papel pueden apartarlo y darse un respiro. Cojan aire con Bertrand Russell.




3 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Un libro que elogia la ociosidad debería ser un libro de cabecera para algunos selectos entre los que me incluyo. El arte del ocio, la lasitud y la pereza no está al alcance de cualquier mente. Leí una vez que muchos se aburren porque de pronto se encuentran en el lugar más horrible del mundo, ellos mismos. Para otros el único lugar confortable.

Juanjo Rodríguez dijo...

Me encanta el comentario.
Tampoco es que Russell elogie la pereza sino que destapa paradojas como que haya tanta gente en paro y al mismo tiempo tantas personas sobrecargadas de trabajo. Varias veces, a lo largo del ensayo, cita la cifra de cuatro horas diarias como una jornada razonable de trabajo.

Otro de los ensayos se titula "Conocimiento "inútil"". Se refiere al desprecio actual (de su tiempo, pero también del nuestro) por todos aquellos conocimientos que no tengan un reflejo económico inmediato y cifrable. Estoy seguro que este ensayo también interesaría a Riforfo.

Rubén Benítez dijo...

No digo que no se lo mereciera por oros motivos, pero la concesión del premio Nobel de literatura parece excesivo a todas luces, como a Winston Churchill. Lo mismo pasa en la actualidad con el Premio Nobel de la Paz a Obama.
Por otro lado, leer a Russell es una gozada, sobre todo sus ensayos divulgativos. Sus escritos sobre filosofía del lenguaje son un peñazo.