sábado, 2 de junio de 2012

Otra vez


Todos los libros que uno termina dejan una deuda que se salda como se puede, a plazos o de un solo pago, morosamente o con diligencia. Siempre creo no recordar nada, haber pasado de puntillas sin fijarme y sin sacar conclusiones. Tiempo después leo un artículo o converso con un amigo y salen de las profundidades las palabras del autor, como las aguas frías, abisales y refrescantes de un océano. Mira por donde, no soy idiota, pienso, algo dejó lo que pasó.
El lunes pasado vimos a un hombre asustado, cabeza de un gobierno asustado. No saben qué hacer. Lo que parecía una España de lujo vuelve a ser de pandereta. Los grandes líderes-ejecutivos-estrategas han resultado ser caciques olímpicos, lo de siempre. Los agujeros que han dejado sus aigas y mansiones son de grandes como los negros del universo. Aquel pobre hombre, detrás del atril azul, no sabía cómo contarnos que nos han estado robando hasta alcanzar, que se sepa, la cifra de 20.000 millones de Euros y que no saben quién fue o no quieren saber. No sabe cómo decirnos que echemos tierra al asunto, otra vez, y miremos para otro lado, otra vez, por el bien de todos. Quizá para bien de unos más que de otros, otra vez. El pobre hombre de la barba no sabía cómo decirnos que por lo visto nos habíamos equivocado construyendo en cinco años las casas que vamos a usar en cincuenta. Quizá no sea entonces cosa de poca productividad, sino de ninguna cabeza. Y el hombre no sabía tampoco cómo decirnos que el padre castrador murió en el 75 pero que sus herederos son tiburones. Que la casa, con uno y con otros, hay que barrerla, fregarla y mantenerla y que los señoritos nunca han estado para eso y no van a estar.
Al pobre hombre de la barba se le ocurrió mandar a su segunda en busca del Plan Marshall, así a lo loco y sin avisar, de ahora para después, a ver si los americanos nos traían la solución. Pasa, cuando la cultura histórica está hecha con películas de Hollywood, que se piense que allí está la milagrosa solución. Llegan en el último momento, pero a tiempo, y te salvan de los indios. Fácil.
El pobre hombre no sabe cómo decirnos que en este país prosperan los que venden motos, aunque no anden, y no los que hacen buenas motos, aunque anden cuarenta años con las mismas piezas. Prosperan ellos y hunden a los demás. Lo vemos en nuestra familia, en nuestro trabajo, entre nuestros amigos y enemigos. Por todas partes. A los que defendieron “educación para empezar” en este país los mandaron a la fosa o al exilio porque los pastores lo que necesitan es ganado.
Y entonces me acordé, viendo al señor presidente, de la España que dibujaba Javier Marías en una entrevista de 2005 que leí hace unas semanas. Decía que en Madrid estaba mal, que no respiraba buen ambiente pero que no creía que hubiese, y menos para su edad, un Londres o un París mucho mejor para el que correr. Decía que estaba mal porque no se fiaba de este país, que el ambiente que se respiró en la transición no le pareció permanente, que la España profunda y horrorosa es nuestra común naturaleza y andaba agazapada pero subiendo poco a poco de nuevo a la superficie, otra vez.

2 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

Un pesimismo muy contenido.

Rubén Benítez dijo...

Me gusta, además del "pesimismo contenido" de Marías (que comparto), la primera parte de este post: la reflexión sobre la lectura.
Es cierto que en ocasiones uno tiene la sensación de que no retiene nada de todo lo que lee, pero luego surge el chispazo, la idea, la ocurrencia y, como por arte de magia, empieza a establecer relaciones y conexiones. O simplemente, a recordar lo leído de forma nítida. ¿Será algo misterioso e inherente a la lectura?
La crítica política tampoco tiene desperdicio.
Me ha gustado mucho.