sábado, 10 de noviembre de 2007

Palabras

El hombre pesca palabras en un río. Luego las colecciona enhebradas en sedales, las cuelga a secar en la azotea y en tres semanas o cuatro, invita a las señoritas del pueblo que fuman a oír recitarlas. Él mismo las va leyendo, con el delantal puesto, y según las lee las va poniendo en la parrilla. El sabor de estas palabras es mudable. Su sonido no. La palabra Amor se deshizo en grasa y avivó una llama incómoda que perjudicó el asado de las demás. La palabra amor hubo que despegarla con cuidado de dos o tres otras que la rodeaban y la abrazaban. Tardó más que ninguna en hacerse bien, por dentro y por fuera. De su gusto nadie disfrutó, excepto un vagabundo que escuchaba. Se inundó, sabe él, de la palabra y cruzado de brazos, con el brillo de las llamas reflejado en su mirada, escuchó durante toda la noche la voz hermosa del pescador de palabras y miró los cuerpos felices de las señoritas que fuman.

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