Cada mensaje se encamina a partes
concretas de nuestro ser.
La publicidad se dirige a nuestra
estupidez.
Los manuales de los aparatos van
directos a nuestra razón.
La mala poesía trata de dar en la
diana de nuestra sensibilidad.
La buena literatura acierta siempre con
nuestra inteligencia:
el meollo de lo que realmente somos,
hecho de razón,
sensibilidad y una cantidad razonable
de estupidez.
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