martes, 3 de diciembre de 2019

Presbicia

Desde que cumplí los cuarenta han ido llegando mensajes anunciando el fin del trayecto. Ignorarlos no ha servido de nada. En mi caso, me ha obligado a gastar algunos euros más en ediciones con la letra un poco mayor de los mismos títulos que ya tenía.  Todo ha resultado inútil. La pasada semana obtuve el veredicto: 1,75 dioptrías en cada ojo, y libertad vigilada: obligación de pasar por una revisión anual. Esto es lo de menos en comparación con los demás signos de degradación del cuerpo que antes me soportaba y al cual, ahora, yo soporto. Una retahíla de síntomas cuya descripción es absolutamente tediosa, lugar común de conversaciones entre cincuentones.

Pero como no hay mal que por bien no venga, ya no miro con ojeriza a algunos libros de mi biblioteca, de tipo diminuto. Mira por dónde, unas gafas han provocado la reconciliación, entre otros, con Onetti. Tengo un Juntacadáveres de letra jivaresca. Además, al poner mis gafas sobre el libro de Gamoneda que andaba leyendo, surgió esa imagen que me parece simpática, reconociendo que el modelo de gafas que he elegido va mejor a un inspector de Hacienda que a un poeta que sueño en el campo, escribiendo del natural y no encerrado en un estudio.

Con respecto al asunto de la presbicia, me digo a mi mismo, No es para tanto, no es para tanto, y sigue andando el tiempo.

No hay comentarios: