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Fin de Poema. Juan Tallón. Alrevés. Barcelona, 2015 |
Si
vuelvo a las librerías es porque, en el fondo, sigo confiando en la
palabra. No se me ocurre otra explicación.
Las
puertas parecen cerradas a cal y canto; los caminos, tan trillados,
que no queda rastro de hierba; las combinación de palabras,
completamente agotada; todos los personajes, arrastrados por el
fango; las nubes, secas.
Y
sin embargo, me detengo ante el escaparate de la librería, entro y
hojeo. Con los dioses muertos, misteriosamente, se conserva el rito.
El premio es delicioso. No llega a ser siquiera el libro completo,
que se va espesando conforme avanzan las páginas. ¿O será el
lector quien se espesa en la bocacalle de Triana?
Unas
cuantas palabras hiladas sutilmente, con el esmero de un artesano
fumador, que va alternando entre sus dedos el cigarro y un bolígrafo
metálico y viejo.
“Cómo
considerar un adjetivo definitivo, insustituible, sin echarse a
temblar de frío. Natalia e Italo insisten en que están acabados, en
que no se toquen, ni siquiera se miren, pero Cesare sabe que dicen
eso porque ignoran qué tiene en su cabeza, y cómo la presencia
insistente de Connie, o de sus cenizas, o sombras, lo obliga a
perseverar en una mayor perfección; quiere que ella esté
en el poema completamente, que cada verso la abarque y detalle su
presencia como si fuese una imagen de mármol.”
Y
este comienzo de carta, ejemplo de por qué valió la pena entrar de
nuevo en el templo:
“Querido
Cesare. Me he acostumbrado con tanta naturalidad a que no respondas a
mis cartas que creo saber en qué momento tu silencio
me está pidiendo que te escriba.”