Un cuento delicioso con redacción de Alvaro Cunqueiro que reproduzco tal cual.
"En un cuento de Teodoro Storm, unos hombres que están trabajando en un dique, junto al mar, tienen que refugiarse, por culpa de la lluvia, en el interior de un molino de viento. Allí, en un montón de sacos vacíos, está durmiendo un desconocido, envuelto en una gran capa negra. Es un anciano de hermosa barba blanca. En la palma de su mano derecha tiene, acurrucado, un breve pájaro de alas verdes y pecho rojizo. A los pies del anciano hay una pequeña jaula de mimbre, que algún día estuvo pintada de amarillo -como suelen, dice Storm, en las aldeas pomeranas, para darles a los pájaros la ilusión del sol en los oscuros días invernales-, que debe ser la clausura del avecilla. El ruido que hacen en las losas los zuecos de los trabajadores del dique, despiertan al anciano. Se levanta del lecho de fortuna y hace una pequeña reverencia a los que entran. Es un hombre muy alto, y tiene ojos extraordinariamente azules que brillan en la penumbra del interior del molino. El pajarillo ha volado de su mano y busca en los entresijos de las losas del suelo algunos granos de trigo. Los que entran dan los buenos días.
-¿Eres del país? -pregunta uno de ellos al anciano.
-No, estoy de paso.
-¿A dónde te diriges?
-A una ciudad cuyo nombre no os puedo decir.
-¿Una ciudad prohibida como la que está escondida en los montes de Bohemia?
-No. Es una ciudad a la que solamente podré llegar si no digo a nadie su nombre. Me cuesta mucho trabajo callarlo. A veces necesito acercarme a alguien, yendo de camino, pasarle el brazo por encima del hombro, y decirle a dónde voy. Pero no puedo. Perdería sesenta años de viaje al sol, bajo la lluvia, a través de la nieve…
El anciano silbó al pájaro, y éste abandonó la búsqueda de su desayuno y se vino a la jaula. El anciano. se envolvió en la capa, se cubrió con sombrero de lona de ancha ala, requirió el herrado bastón, y con la jaula en la mano izquierda salió al camino bordeado de abedules, que iba al pie del dique antiguo, que se llamaba del Duque Pablo, y nadie sabía por qué, que nunca había habido un duque de Pablo en el país, y el dique lo habían construido los pobres campesinos y unos monjes que decían habían vivido allí, en lo que ahora eran unas ruinas cubiertas de hiedra, en la colina de las hayas. Llovía recio y ventaba, pero el viejo caminaba decidido y seguro.
Pasaron años. También pasaron años desde que leí el relato de Storm, y ahora para contárselo a ustedes tengo que rehacerlo en la memoria, reinventarlo casi, que muchos puntos se me han olvidado. Menos la lluvia, el camino de los abedules junto al dique viejo, los ojos azules del anciano y la jaula pintada de amarillo, se me ha olvidado casi todo. Pero recuerdo el final. Uno de los hombres que aquella lejana mañana habían trabajado en el dique, fue al mercado a una rica ciudad vecina. Digamos que Lübeck. También podía ser Tilsit. Pero creo que era Ltübeck. Entró en una taberna y pidió una de las famosas sopas hanseáticas, que vino perfumada y humeante, una sopa de nueces con conejo, por ejemplo, o de rabo de buey con cebolla y nata. Por entre las mesas de la taberna circulaba una mujer que vendía estampas coloreadas: paisajes, palacios, escenas de caza, veleros en el mar, batallas de Federico el Grande o la derrota gala de Sedán, la proclamación del Imperio Alemán en Versalles y unos niños de bucles dorados jugando con un perro. El hombre contempló las estampas y quedó sorprendido al reconocer en una al anciano de ojos azules y el pájaro en la jaula de aquella mañana en el molino. El anciano que viajaba hacia una ciudad cuyo nombre no podía decir. Era el mismo. El obrero del dique no sabía leer y le pidió a la vendedora que le leyese el texto que venía al pie del grabado. La vendedora leyó: «Retrato del hombre que viaja hacia la Montaña de Oro, con el alma de su hija en forma de pájaro. Como es sabido, la Montaña de Oro no existe, aunque haya varias con este nombre en Alemania».
El obrero del dique compró la estampa, pero no pudo continuar sorbiendo la sopa. Se le había puesto un nudo en la garganta. Se le llenaron los ojos de lágrimas recordando al anciano, que seguiría caminando hacia morir, buscando la ciudad que no existía. Sin tomar la sopa salió de la taberna, abandonó presurosamente la ciudad, con la estampa enrollada en la mano, dispuesto a caminar hasta encontrar al anciano para decirle que regresase, que no había tal Montaña de Oro. Nunca más se supo de este hombre compasivo, y se ignora si habrá encontrado al anciano de los ojos azules y el pájaro de alas verdes y pecho colorado. "
Alvaro Cunqueiro, publicado en "El Envés", recopilado en "Tesoros y otras Magias", Tusquets,Barcelona, 1996.
1 comentario:
Ya sabiamos por Grass que Lübeck es una ciudad entre legendaria y mítica en la cual podemos encontrar todo tipo de personajes singulares.
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